En estos días de cuarentena por el covid-19, dónde el único comercio disponible es el on-line, es posible que la web corporativa se haya tornado en protagonista para muchas empresas, convirtiéndose en el primer punto de encuentro con sus clientes.
En este contexto es fundamental dedicar un correcto mantenimiento a la web, ya que una mala praxis puede desembocar en que sea hackeada o comprometida, haciendo aún más daño al negocio y lo más importante, afectando a la reputación y nombre de la empresa, sobre todo si además hay robo de datos de clientes de por medio.
A día de hoy, se estima el 65% de los portales web basados en un CMS https://w3techs.com/technologies/details/cm-wordpress son WordPress, por tanto centraremos el artículo en cómo proteger un portal que haga uso de este gestor de contenidos, y lo haremos además centrándonos en el uso de plugins que poseen una gran facilidad de uso.
En concreto, destacamos a día de hoy 2 plugins de WordPress dedicados a seguridad por encima del resto:
Y entre ambos, nos hemos decantado por hablar del segundo, aunque el primero posee un uso igual de intuitivo y unas características similares.
¿Qué me ofrece un plugin como All In One WP Security & Firewall?
Pues básicamente lo que hace este plugin es activar medidas de seguridad en la web, a través de directivas htaccess. Pero en lugar de editar esas directivas de manera pesada y con la necesidad de tener conocimientos avanzados sobre el servicio web en ejecución, nos las traslada a una serie de checkbox fáciles de entender. Lo anterior es complementado además con funcionalidades de backup y de escaneo de ficheros.
Una vez instalado desde la tienda de aplicaciones de WordPress, nos aparecerá un menú extra en el backend de la web de este estilo:
Vamos a ver ahora en detalle sus características principales:
Escritorio: En esta sección podremos ver información de nuestro sitio web, desde plugins instalados, a IPs bloqueadas por intentos de ataque, o datos del hospedaje web (versión de php, de la base de datos…)
Ajustes: Permite realizar un backup manual de nuestros ficheros de configuración (htaccess y wp-config.php), también permite ocultar la información de nuestra versión de wordpress, dificultando ataques. Por último, desde ajustes es posible importar/exportar la configuración que hayamos realizado en este plugin, de modo que sea sencillo extrapolar nuestra configuración a en varios sitios.
Cuentas de usuario: Nos avisa si hay usuarios que posean el mismo nombre de acceso y visible, lo cual facilita al atacante uno de los 2 datos de credenciales. Incluye además una herramienta que ayuda a entender la criticidad de fortaleza de contraseña.
Acceso de usuario: Posee varias funcionalidades, por un lado, permite establecer un bloqueo por intentos fallidos de inicio de sesión, e incluso permite establecer una lista blanca de IPs (útil si tenemos una IP estática en nuestra empresa que queremos configurar como de confianza). Nos muestra también un LOG de los últimos intentos de inicio de sesión fallidos, así como un registro de actividad, un visor de usuarios conectados a tiempo real, y la posibilidad de forzar una desconexión a un usuario concreto.
Registro de usuario: Permite establecer una aprobación manual de nuevos usuarios, obliga a completar un captcha de seguridad en el registro, y añade un señuelo (honeypot) que evita intentos de registro de robots.
Seguridad en base de datos: Permite configurar un backup automático de la base de datos de wordpress.
Seguridad en el sistema de archivos: Nos indica si los permisos del directorio web son correctos, y en caso de no serlo facilita corregirlo. Además, nos permite bloquear la edición de ficheros php desde el CMS, así como el acceso a ficheros de instalación (readme.html, license.txt…) que faciliten datos al atacante.
Administrador de lista negra: Permite bloquear IPs o rango de IPs. Muy útil para establecer bloqueos definitivos a atacantes detectados en el sistema.
Cortafuegos: Permite establecer reglas básicas de firewall para proteger nuestro sitio, además de directivas que eviten bots falsos de internet. Nos permite además incluir nuestras propias reglas personalizadas en el htaccess del portal web.
Fuerza bruta: Permite establecer catpchas de acceso, señuelos, una lista blanca de IPs de confianza, e incluso modificar la ruta por defecto del backend de la web.
Prevención de spam: En caso de tener los comentarios activados, permite securizarlos con un captcha y bloquear automáticamente IPs de spammers.
Explorador: Permite revisar periódicamente cambios en el sitio web. Si un atacante ha conseguido burlar las medidas de seguridad establecidas, y modificar ficheros del sistema con código malicioso o añadir otros, de manera automática este sistema nos avisará de los cambios sucedidos.
Mantenimiento: Permite dejar el sitio en modo mantenimiento, bloqueando a todos los usuarios, excepto los administradores de la web. Es útil para llevar a cabo tareas de mantenimiento esenciales.
Varios: Incluye funcionalidades como la protección anticopiado, el bloqueo de iframes, la posibilidad de listar usuarios y el bloque o de solicitudes REST no autorizadas al sitio.
En resumen
Desgraciadamente tener algo publicado en internet a día de hoy, sea la web corporativa u otro servicio, supone empezar a sufrir intentos de ataque y daños prácticamente de manera inmediata.
Para tratar de mantener un nivel de seguridad óptimo, es imprescindible mantener los sistemas actualizados, con las últimas revisiones de seguridad aplicadas, y además integrar herramientas complementarias que ayuden a fortalecer los sistemas (firewalls, antivirus…)
En el caso de nuestra web corporativa, hemos visto como existen plugins de seguridad, que permiten dificultar al atacante los intentos para comprometer el sitio, y todo ello desde un interfaz muy sencillo, bien explicado, que no requiere de grandes conocimientos técnicos.
Es curioso cómo, en el momento en el que nos encontramos, nuestro sentido del tiempo se ha visto tan trastocado debido al confinamiento al que se ve sometida toda la población.
La humanidad ha ideado todo tipo de herramientas que le permitan sentir que tiene todo bajo control. Es por ello que lo más común para corroborar el transcurso del tiempo sea el uso del reloj. Pero en estos momentos, ¿es realmente tan fiable el reloj? Y, si es así ¿porque parece que el tiempo pasa tan despacio? ¿Y si el reloj no es más que otra de las ilusiones inventadas por la humanidad para aparentar control sobre algo tan intangible como el tiempo?
El tiempo es mucho más que un número, el tiempo se debe vivir y sentir para poder experimentar su paso. Nuestra percepción del tiempo es muy subjetiva y mantiene una relación estrecha con la situación emocional que ahora soportamos. La mayoría de las personas hemos notado en algún momento de nuestras vidas cómo la celeridad del tiempo es un factor variable vinculado a nuestras emociones. En situaciones agradables, se nos pasa volando, cuando realizamos alguna actividad placentera o nueva, cuando nos encontramos motivados o cuando estamos hasta arriba de tareas. Pasa todo lo contrario con el tiempo cuando lo estamos pasando mal, cuando somos impacientes o en cualquier situación incómoda, como pueden ser estar en peligro o cuando nos aburrimos. También, mención especial a la lentitud del tiempo cuando le estamos prestando atención, es decir, cuando estamos pendientes del transcurso de los minutos, por ejemplo, al hacer deportes o acudir al gimnasio.
Las observaciones anteriores nos llevan a entender la importancia que tiene el cómo la valoración subjetiva que hacemos de la percepción del tiempo influye esto en nuestras vidas. Ramón Bayés (El reloj emocional; Barcelona: Alienta Ed. 2007), nos anima a examinar los elementos que influyen en esa percepción, dado que resulta importante para nuestra salud mental, ‘gestionar el tiempo interior, es decir, el que apreciamos subjetivamente, es algo muy importante para conseguir bienestar’. Estamos en constante guerra con el tiempo, unas veces deseando que vaya más deprisa y otras más lento. Lo que nos tenemos que plantear en estos casos es qué factores subjetivos nos motivan a tener una expectativa sobre cómo debería transcurrir el tiempo. Es decir, preguntarnos ¿cuáles son las emociones que nos llevan a pensar que el tiempo está pasando muy lento o muy rápido?, y una vez inidentificadas, centrarnos en estas porque es lo que poseemos, el tiempo nunca va a estar en nuestras manos. Así además ayudamos a controlar las alarmas emocionales del cerebro que nos pueden generar un estado de estrés que puede perjudicar gravemente a nuestra salud. Recordemos que el estrés libera hormonas como el cortisol y una de las consecuencias de esto es la depresión del sistema inmunológico, un sistema que hoy más que nunca nos conviene mantener todo lo saludable posible.
El 7 de abril es el día Mundial de la Salud. Resulta paradójico que este año lo vayamos a celebrar confinados debido a una pandemia mundial. Sin embargo, aunque #yomequedoencasa, la vida sigue y no podemos bajar la guardia en lo que a la salud se refiere.
Cada uno de nosotros asociamos el hecho de estar en casa con unos hábitos diferentes: unos a tranquilidad y descanso, otros a tareas domésticas, otros a familia. Sea cual sea tu situación, no hay excusas para hacerlo de una forma saludable y activa.
Pongámonos en situación con algunos datos procedentes del perfil sanitario de 2019 en España publicado por la OCDE (Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos):
España es el país de la UE con mayor esperanza de vida: 83,4 años en 2017, lo que supone 2,5 años por encima de la media de la UE. Los españoles hoy en día pueden esperar vivir unos 21,5 años más una vez alcanzada la edad de 65 años, 1,5 años más que la media de la UE. Este aumento de la esperanza de vida se produjo principalmente por una considerable reducción de las tasas de mortalidad por enfermedades cardiovasculares, aunque la mortalidad por la enfermedad de Alzheimer se incrementó como consecuencia del aumento de la esperanza de vida.
España cuenta con unas de las tasas de mortalidad más bajas por causas evitables y tratables, lo que indica que las intervenciones de salud pública y asistencia sanitaria son, en algunos casos, eficaces. Sin embargo, aún queda mucho por hacer ya que las estimaciones sugieren que más de un tercio de las muertes en España pueden atribuirse a factores de riesgo asociado a hábitos de comportamiento, entre los que se incluyen el consumo de tabaco, una mala alimentación, el consumo de alcohol y la vida sedentaria (ver figura).
En el caso del tabaquismo, en 2005 se adoptó una ley antitabaco que se reforzó en 2010. La ley de 2010 fortalecía las normas relativas a la venta al por menor y a la publicidad de productos del tabaco; aumentaba la protección de los menores y de los no fumadores mediante la ampliación de las zonas sin humo a todos los lugares públicos; y promovía la aplicación de programas para dejar de fumar, especialmente en atención primaria. Al mismo tiempo, se incrementaron los impuestos sobre los cigarrillos, en un 3 % por paquete de cigarrillos en 2013 y en un 2,5 % más en 2017, junto con un 6,8 % de aumento en los impuestos sobre el tabaco para liar. Todas estas medidas han contribuido a que las tasas de tabaquismo hayan disminuido en los últimos quince años. Sin embargo, más de uno de cada cinco adultos españoles (22 %) seguía fumando a diario en 2017, lo que representa una proporción superior a la media de la UE (19 %).
En cuanto al sobrepeso y la obesidad, los datos son aún más alarmantes. En 2005, la Estrategia NAOS, gestionada por la Agencia española de Consumo, Seguridad Alimentaria y Nutrición, tuvo por objeto frenar el aumento de la obesidad en la población española. Ésta se reforzó mediante la Ley de seguridad alimentaria y nutrición adoptada en 2011, también con el objetivo de reducir el sobrepeso y la obesidad en los niños, prohibiendo en las escuelas los alimentos y bebidas con un alto contenido de ácidos grasos saturados, sal y azúcar, y, de forma más amplia, endureciendo la normativa sobre menús infantiles. Recientemente se ha trabajado para establecer un conjunto de indicadores que permitan evaluar el progreso en su aplicación y para la ejecución de actividades de promoción de la salud en materia de nutrición, actividad física y prevención de la obesidad (AECOSAN, 2019). En 2018, el Ministerio de Sanidad, Consumo y Bienestar Social anunció nuevas medidas para reforzar la Estrategia NAOS y, entre ellas, una iniciativa sobre un nuevo etiquetado en la parte frontal de los paquetes utilizando el modelo Nutriscore. Mediante el uso de un código de colores fácil de entender (basado en un enfoque «semafórico»), esta iniciativa pretende ofrecer a los ciudadanos información más precisa sobre la calidad nutricional de los alimentos, si bien esta medida todavía no se ha aplicado. A comienzos de 2019, el Ministerio firmó también un acuerdo con casi cuatrocientas empresas alimentarias que se comprometieron a reducir el contenido de ácidos grasos saturados, sal y azúcares añadidos en sus productos. Sin embargo, los efectos hasta ahora parecen modestos. De hecho, la tasa de obesidad ha aumentado entre los adultos, lo que puede entorpecer los avances en la reducción de la mortalidad cardiovascular y otras causas de muerte relacionadas con ella: uno de cada seis españoles sufría obesidad en 2017 (17%), un incremento con respecto a la cifra de uno de cada ocho en 2001, también por encima de la media de la UE (15 %). Este aumento está relacionado con la escasa actividad física entre los adultos, así como con hábitos nutricionales poco sanos: únicamente alrededor del 35 % de los adultos afirmaba comer al menos una verdura al día. Lo misma situación nos encontramos en la población infanto-juvenil. Según el estudio PASOS (2019) un 14,2 % de la población infanto-juvenil padece sobrepeso y obesidad medida según el IMC y un 24,5 % presenta obesidad abdominal. La prevalencia de obesidad infantil ha crecido en las dos últimas décadas: un 1,6 % según IMC y un 8,3 % según obesidad abdominal.
No podemos hacer caso omiso a los datos. Un estilo de vida saludable y activo contribuye a que nuestra esperanza de vida sea de calidad. Algunas recomendaciones básicas:
Muévete, lleva una vida activa: sube por las escaleras, ve a trabajar andando o en bici siempre que sea posible, elige juegos que impliquen movimiento para hacer con tus hijos, baila, etc.
Come tranquilo: sigue tu sensación de saciedad y no tus emociones (evita comer por aburrimiento, ansiedad, etc.). Limita los ultraprocesados (puedes leer más al respecto en el post Realfooding, ¿una moda pasajera o ha llegado para quedarse?). Incluye frutas y verduras en todas tus ingestas. Dale prioridad a los hidratos de carbono integrales frente a los refinados. Varía los alimentos cada día. Come tranquilo y si puede ser, en compañía.
Hidrátate de forma regular durante todo el día.
Haz ejercicio diariamente: dedícale al menos 30 minutos al día a la actividad física que más te guste y varíala.
Descansa y duerme entre 6 y 8 horas diarias.
Dedícale tiempo a actividades que te gusten: leer, caminar, escribir, bailar, pintar, la fotografía, el cine, meditar, hablar con alguien que te inspire, etc.
Mantener unos hábitos de vida saludables debería ser un lema siempre presente en nuestras vidas, pero se convierte en esencial en situaciones difíciles como la que estamos viviendo. Es en estos momentos cuando iniciativas como #AlimentActivos de FIAB (Federación de Industrias de Alimentación y Bebidas) cobran una especial relevancia. Se trata de una web en la que nos dan trucos e ideas, nos plantean retos y nos facilitan datos e información científica para llevar un estilo de vida saludable y activo.
No olvides que, a través de las redes sociales puedes seguir multitud de perfiles que nos inspiran en materia de alimentación y cocina saludable, ejercicio físico en casa, cómo mantener una buena salud mental, así como mantenernos positivos y relajados.
#HambreCero es el lema del Día Mundial de la Alimentación que se celebra el 16 de octubre liderado por la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO) a nivel mundial. El #HambreCero también forma parte de los Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS) de la Organización Mundial de la Salud (OMS).
Lograr el #HambreCero no se trata solo de alimentar a las personas que padecen hambre, sino también de hacerlo de una manera saludable y sostenible. La seguridad alimentaria en nuestro tiempo no es solo una cuestión de cantidad, sino también de calidad. Las dietas poco saludables se han convertido en el primer factor de riesgo de enfermedad y muerte en todo el mundo y es por eso que necesitamos llegar a toda la población con una variedad suficiente de alimentos seguros, nutritivos y asequibles, cuidando la salud del planeta del que todos dependemos. El Día Mundial de la Alimentación nos pide que actuemos en todos los sectores para alcanzar el #HambreCero, 100% nutrición.
Pero, ¿qué es una dieta sana y sostenible? La propia FAO determina que una dieta saludable es aquella que proporciona las necesidades nutricionales para mantener una vida activa y reducir el riesgo de contraer enfermedades mediante el consumo de alimentos inocuos, nutritivos y diversos. Y una dieta sostenible respalda soluciones arraigadas para la producción de alimentos con un bajo nivel de emisiones de gases de efecto invernadero y un uso moderado de recursos naturales como el suelo y el agua, al tiempo que aumenta la diversidad alimentaria para el futuro.
¿Cuál es la situación actual?
El alto consumo de platos ricos en azúcares, almidones refinados, grasas y sal se han convertido en la base de la alimentación de los países desarrollados, limitando el consumo de platos tradicionales elaborados con verduras, legumbres, cereales integrales, etc. Cocinamos menos, nos movemos menos y consumimos platos más preparados. El resultado es que estamos desnutridos. ¿Lo encuentra alarmante? ¿No crees que es por tanto? Veamos algunas cifras:
Actualmente, ya hay más personas con obesidad y sobrepeso en el mundo que las que tienen hambre: casi 800 millones de personas (672 adultos y 124 niños) en el mundo padecen obesidad y otros 40 millones de niños tienen sobrepeso. Sin embargo, se estima que hay alrededor de 820 millones de personas que padecen hambre (aproximadamente una de cada nueve).
Las dietas poco saludables junto con los estilos de vida sedentarios han superado al tabaquismo como el principal factor de riesgo de discapacidad y muerte en el mundo.
Aproximadamente 2.000 millones de euros se gastan cada año para tratar problemas de salud relacionados con la obesidad.
Estas son algunas de las conclusiones a las que llega la FAO en relación con el hambre y la malnutrición pero no son las únicas. Nuestra forma de alimentarnos también está teniendo consecuencias ambientales:
El daño ambiental causado por el sistema alimentario podría aumentar del 50 al 90%, debido al mayor consumo de alimentos procesados, carnes y otros productos de origen animal en los países de ingresos bajos y medios.
De unas 6.000 especies de plantas cultivadas para la alimentación a lo largo de la historia de la humanidad, hoy solo tres especies (trigo, maíz y arroz) suministran casi el 50 por ciento de nuestras calorías diarias. Necesitamos consumir una amplia variedad de alimentos nutritivos.
El cambio climático amenaza con reducir tanto la calidad como la cantidad de cultivos, reduciendo los cultivos. El aumento de las temperaturas también está agravando la escasez de agua, cambiando la relación entre plagas, plantas y patógenos y reduciendo los recursos marinos.
El sistema alimentario actual, que incluye la agricultura, la ganadería, el procesamiento, el envasado y el transporte, es responsable del 37% del total de emisiones de gases de efecto invernadero (GEI) generadas anualmente, y las pérdidas y el desperdicio de alimentos también colabora con el 8-10% del total. suma. Belén Blanco nos cuenta con más detalle en el post «Dime lo que comes … y te diré si es bueno para el planeta».
Por todo esto, porque son realidades, todos juntos debemos concienciar sobre el problema del hambre, la desnutrición, el desperdicio de alimentos, el cambio climático, etc. La FAO hace un llamado a todas las personas a involucrarse en la implementación de alguna medida para lograr el #HambreCero.
¿Quiénes son los actores involucrados en este cambio que se está produciendo? La respuesta es todo. Modificar la forma de producir, suministrar y consumir alimentos. La participación de la industria en la limitación de grasas saturadas y trans, azúcares añadidos y sal. Eliminar la publicidad y promoción en alimentos poco saludables y especialmente aquellos dirigidos a niños y adolescentes. Implementar programas educativos sobre nutrición y salud. Son necesarias acciones de todos los niveles.
Y yo, como consumidor, ¿qué puedo hacer? Como consumidor, como ciudadano, como ser humano en este planeta, puede hacerlo. Piensa en cómo consumes, cómo comes y actúas por tu cuenta, a nivel individual y con las personas que te rodean. Aquí tienes una serie de medidas que pueden guiarte:
El Día Mundial de la Alimentación no es el único foro en el que se esfuerza por mejorar la seguridad alimentaria, pero la FAO también participa con la OMS y otras agencias en la implementación del Decenio de las Naciones Unidas para la Acción Nutricional (2016-2025). Su objetivo es fortalecer la acción conjunta para reducir el hambre y mejorar la nutrición en todo el mundo y ayudar a todos los países en sus compromisos específicos. El informe SOFI se publica anualmente para proporcionar información sobre los avances realizados para erradicar el hambre, lograr la seguridad alimentaria y mejorar la nutrición. El último fue publicado el 15 de julio de 2019.
En el Día Mundial de la Alimentación, la FAO lanza un mensaje contundente: podemos acabar con el hambre y todas las formas de malnutrición para convertirnos en la generación #HambreCero. Pero esto supondrá la acción conjunta de todos, desde el compromiso de cada uno de nosotros en el cambio en la forma en que nos alimentamos, hasta la cooperación entre países para una transferencia eficiente de tecnología, por ejemplo, a través de la correcta toma de decisiones de gobiernos o por la participación de empresas privadas y medios de comunicación.
Como ya sabrás, el aumento de las emisiones de gases de efecto invernadero (principalmente dióxido de carbono y metano) como consecuencia de la actividad humana es una de las principales causas del ritmo más acelerado del cambio climático en las últimas décadas. Y entre la amplia gama de causas, los turismos son una de las principales fuentes de emisiones de CO2, representando un 12% de las emisiones totales (Comisión Europea).
Por este motivo, la Unión Europea viene adoptando medidas cada vez más estrictas para regular los niveles de emisiones. En 2015, se estableció un límite de 130 gramos de CO2 / km. Además, para 2021 se prevé fijar un objetivo más ambicioso en 95 gramos de CO2 / km.
En este contexto, los fabricantes de automóviles se han visto obligados a reducir el consumo de combustible (o aumentar la autonomía en los vehículos eléctricos) y las emisiones en sus modelos de gasolina y diésel. ¿Cómo pueden hacer eso los fabricantes de automóviles? Además de diseñar motores más eficientes, la estrategia principal es el aligeramiento. Esta técnica consiste en reducir el peso del coche sustituyendo los materiales más pesados (es decir, el acero) por otros más ligeros como el plástico o los composites.
Sin embargo, actualmente la mala gestión y el mal uso de los plásticos en lugar del material en sí es uno de los principales problemas ambientales, ya que 8 millones de toneladas de los 300 millones de toneladas de plástico que se producen anualmente terminan en el océano (según datos de International Unión para la Conservación de la Naturaleza). Entonces parece que aumentar el uso de plásticos en los automóviles no parece una solución ideal, ¿verdad? Bueno, ¿qué tal si se utiliza un material alternativo con un rendimiento similar o incluso mejor que los plásticos convencionales y una huella medioambiental reducida? No parece una tarea fácil, aunque los bioplásticos pueden ser parte de la respuesta.
¿Qué son los bioplásticos y por qué parecen estar tan de moda hoy en día? Según European Bioplastics, se trata de un conjunto heterogéneo de materiales con diferentes propiedades y aplicaciones que pueden ser de base biológica, biodegradables o ambos.
En otras palabras, los bioplásticos, al ser de base biológica, su uso reduce potencialmente el consumo de combustibles fósiles mientras que su biodegradabilidad amplía las posibilidades de tratamiento en la etapa final de su vida útil. Como resultado, estos materiales podrían lograr la combinación deseada de rendimiento y sostenibilidad..
De eso se trata el proyecto BIOMOTIVE. Intenta desarrollar materiales (fibras textiles, espumas de poliuretano para asientos de automóviles y otras piezas a base de poliuretano para el interior de automóviles) a partir de fuentes de origen biológico que combinan buenas propiedades técnicas con un impacto ambiental reducido. Partiendo de materias primas renovables como biomasa forestal y aceites vegetales que no compiten con la cadena alimentaria, se espera producir a escala industrial productos con hasta un 80% de contenido de base biológica.
El proyecto ha recibido financiación del Programa de Investigación e Innovación Horizonte 2020 de la Unión Europea y reúne a empresas e instituciones privadas europeas que comparten el ideal de reducir el impacto de la industria allanando el camino hacia una economía más sostenible.
El papel de CARTIF en el proyecto es realizar la evaluación de la sostenibilidad de los productos finales, ya que el prefijo «bio» no significa necesariamente que un producto sea mejor para el medio ambiente que su contraparte de origen fósil. Para determinar que con base científica, es importante evaluar los impactos del producto a lo largo de todo su ciclo de vida (es decir, desde la extracción de las materias primas hasta el final de su vida útil) considerando no solo los impactos ambientales, sino también sociales y aspectos económicos.
Entonces, la próxima vez que sostenga un objeto de plástico, antes de tirarlo, vale la pena considerar de dónde vino y adónde irá.
Cada vez somos más conscientes de los alimentos que consumimos, del aporte nutricional que tienen y del impacto que nuestros hábitos de compra y consumo tienen sobre el planeta. O así debería ser.
La comida que consumimos, es decir, nuestra forma de alimentarnos, contribuye de un modo u otro a nuestra salud, pero también a la salud del planeta dejando una huella climática. Concretamente, los alimentos contribuyen al efecto sobre el calentamiento global a través de su cultivo, de cómo se han criado los animales, de cómo se han almacenado, procesado, envasado y transportado estos alimentos a los distintos mercados de todo el mundo.
La manera actual de producir comida para alimentar a la población mundial está afectando de manera muy significativa a los ecosistemas terrestres y marinos, contribuyendo así al evidente cambio climático. No se trata de ser alarmista, pero sí de tomar conciencia con una realidad que ya está aconteciendo y a la que debemos hacer frente.
El pasado 8 de agosto, se ha publicado un informe del Grupo Intergubernamental de Expertos sobre el Cambio Climático de la ONU (IPCC, 107 expertos de 52 países) con el nombre de “El Cambio climático y La Tierra”. En este documento las cifras hablan por sí solas y revelan que el sistema alimentario actual -en el que se incluye cultivo, cría de animales, transformación, envasado y transporte- es el responsable del 37 % del total de las emisiones de gases de efecto invernadero (GEI) que se generan anualmente, y que las pérdidas y el desperdicio de alimentos colabora, además, con un 8-10 % de la suma total.
Las consecuencias de estas emisiones están directamente relacionadas con el aumento de la concentración de CO2 en la atmósfera, el incremento de la temperatura del planeta, los desastres climatológicos o la subida del nivel del mar, que se traducen en una clara amenaza sobre la calidad y cantidad de los cultivos actuales. Por tanto, está en riesgo el aseguramiento de alimentos para la población, para los habitantes del planeta, para todos nosotros.
Es necesario, por tanto, abordar los riesgos que ya están presentes y reducir las vulnerabilidades en los sistemas de producción y distribución de la comida y la forma de gestión del suelo.
De acuerdo con los datos del informe del IPCC, el cambio climático afectará a la seguridad alimentaria limitando el acceso a determinados alimentos, reduciendo la calidad nutricional y aumentado sus precios. Los efectos serán mucho más marcados en los países con bajos recursos.
Las medidas que se derivan del Informe están enfocadas a limitar el calentamiento global a 1,5 ºC en lugar de 2 ºC, y, sin embargo, esta diferencia de medio grado es crucial sobre los efectos en el suelo, en las especies marinas y en los ecosistemas, así como sobre los beneficios que esto aportaría en la naturaleza para todos los humanos; pesca, suministro de agua y aseguramiento de comida, además de la salud, seguridad y crecimiento económico.
Para limitar el incremento de la temperatura, se requiere de una reducción en las emisiones de CO2 y otros GEI en un 45 % para 2030 (respecto a los niveles de 2010) y lograr cero emisiones para 2050. Esto requiere de un profundo cambio y una rápida actuación en la reducción de dichas emisiones en todos los sectores (energía, tierra, ciudades, transporte, edificios, industria) por lo que es necesaria una mayor inversión en la aplicación de nuevas estrategias.
Con el enfoque puesto en estas acciones encaminadas a la adaptación y mitigación del efecto del cambio climático, en el informe se indican como mejores oportunidades; un cambio urgente de dieta para conseguir una reducción en las emisiones de GEI ligadas con la producción de alimentos, una mejora en los sistemas de producción de carne y vegetales para reducir el consumo de energía y agua que actualmente se utiliza y, una reducción, hasta conseguir su completa eliminación, de las pérdidas y el desperdicio alimentario.
Lo que se entiende como una dieta saludable y sostenible incluye alimentos que tienen una menor huella de carbono, por lo que dicha dieta estaría fundamentada en el consumo de vegetales, legumbres, cereales, frutos secos y semillas como alimentos esenciales y alimentos de origen animal producidos en sistemas resilientes, sostenibles y de baja emisión de GEI.
En el informe se indica expresamente que, en la actualidad, los sistemas de cría de animales para producir carne y derivados demandan más cantidad de agua y suelo y generan mayores emisiones de gases comparados con los de producción de cereales y semillas. Este efecto es mayor en los países desarrollados donde la cría se realiza de manera intensiva y se insta a producirlos de manera sostenible.
En el estudio realizado por Poore & Nemecek (2018) también se evidenció que el impacto ambiental de la producción de alimentos de origen animal excede al de la producción vegetal, poniendo de manifiesto la necesidad de reformular las prácticas que se llevan a cabo en esta actividad. También pusieron de manifiesto que, aunque los productores son una parte vital de la solución a este problema, su habilidad para reducir el impacto ambiental es limitada. Estos límites se traducen en que un mismo producto puede tener un mayor impacto que otro nutricionalmente equivalente y por ello, también en su estudio instan a un cambio en el patrón de la dieta.
La necesidad de adaptar nuestra dieta a los límites de los aspectos de sostenibilidad es evidente y, tanto se considera así, que el IPCC se refiere a ellas en su informe como “dietas de baja emisión de gases de efecto invernadero”.
Las dietas de baja emisión de gases de efecto invernadero (GEI) son dietas balanceadas que requieren menos agua y menos uso de la tierra y causan menos GEI. Se trata de dietas con más alimentos a base de granos, legumbres, frutas, verduras, frutos secos y semillas y alimentos de origen animal producidos de manera sostenible
Otras acciones encaminadas a la diversificación de los sistemas alimentarios que se proponen en el informe en relación a la forma de generación de alimentos son: la implementación de sistemas de producción integrados, la mejora de recursos genéticos, sistemas agrícolas más inteligentes e integrados, mejores prácticas de producción ganaderas y la reducción del uso de fertilizantes. Todas ellas, con la finalidad de reducir el impacto ambiental mediante una mejor gestión del suelo como estrategia para lograr un aprovechamiento sostenible y, por tanto, una producción alimentaria de calidad.
En cuanto a la reducción del desperdicio de alimentos, está dirigida a frenar la necesidad de producir más y, por tanto, a reducir la sobreexplotación del suelo y el consumo de agua y fertilizantes a base de nitrógeno, la deforestación de zonas para convertirlas en suelo agrícola y, en el ciclo en el que estamos actualmente, las cosechas de baja calidad, más pobres en nutrientes y que conllevan una previsible subida del coste de los cereales.
No existe una única solución si no la suma de muchas y diversas acciones.
Necesitamos replantear nuestro actual sistema alimentario y encontrar nuevas soluciones para alimentarnos en un planeta que sigue creciendo. Estamos ante el reto de encontrar soluciones efectivas para producir alimentos de manera sostenible. La forma en que producimos los alimentos importa, por tanto, importa la forma en que seleccionamos lo que vamos a comer, puesto que puede colaborar con la mitigación del cambio climático y con la reducción en la presión que estamos ejerciendo sobre la tierra.
Lo que comemos tiene una historia que contarnos… y esa historia, nos hace responsables y cómplices de esos efectos. Es importante dar un paso adelante en nuestra dieta y comenzar a pensar en lo que comemos más allá del aspecto hedónico, ya que nuestras acciones de consumo afectan a la capacidad productiva del suelo y, por tanto, a la calidad de lo que se produce e incluso al valor nutricional de los alimentos. Por otra parte, la concienciación con una dieta más sostenible, además de colaborar en la mitigación de los efectos del cambio climático, probablemente ofrezca unos efectos positivos en la salud a medio plazo.