“Por Todos los Santos, a más tardar, el trigo has de sembrar”. “Por Santa Lucía, si sembraras, no cogerías”. Estos refranes recogen el saber popular sobre el mejor momento para realizar la siembra, aunque los agricultores nunca se hayan fiado ciegamente de ellos sino que han hecho uso de su conocimiento para saber cuándo la tierra tiene el tempero necesario para la sementera.
En los tiempos que corren, sin olvidar la perenne exposición a las heladas y sequías intempestivas, la sabiduría popular aplicada a la agricultura se ha visto comprometida por los nuevos cultivos, las nuevas políticas, la mayor competencia por los recursos hídricos, la creciente sensibilización frente al uso de fitosanitarios, por la despoblación del medio rural, la competencia con otros países y las políticas de los que intermedian entre el agricultor y el consumidor. Por todas estas razones, la agricultura se ve sometida a las mismas exigencias de optimización de procesos y mejora del rendimiento que cualquier otra actividad económica.
La optimización y mejora del rendimiento agrícola puede beneficiarse de los avances tecnológicos en los campos de las TIC (tecnologías de la información y comunicaciones) y de IoT (internet de las cosas en sus siglas en inglés). Todas estas tecnologías hacen referencia a la posibilidad de generar, procesar y aprovechar los datos procedentes de un proceso agrícola, generados tanto por sensores como por registros de la actividad.
Cuando se accede a los datos a través de Internet, se procesan en la nube y se consigue algún tipo de autonomía en el proceso hablamos de Internet de las cosas porque, en este caso, tenemos que una parcela, un sistema de riego o una cosechadora están ellas mismas conectadas a Internet, no su operador. Veamos algunos ejemplos.
Un sistema de riego se puede automatizar mediante sensores de humedad enterrados en el suelo. Cuando la medida de la humedad presente en el suelo alcanza un umbral crítico fijado por el agricultor, el sistema de riego se activa automáticamente y está en funcionamiento hasta que se restituye el nivel de humedad óptimo. Si se trata de una parcela grande se puede usar una red de sensores y el sistema de riego puede aplicar diferentes caudales en función de la necesidad de cada parte de la parcela. El sistema se puede perfeccionar si recibe predicciones meteorológicas, ya que si se prevén precipitaciones se puede valorar si merece la pena aplazar el riego. En este caso, el agricultor recibiría la información en su teléfono y tomaría la decisión de activar el sistema de riego o de esperar a la lluvia. Además, la actividad de riego quedaría registrada automáticamente en el sistema de gestión de la finca. En este caso se tiene un sistema de riego que de manera parcialmente autónoma mantiene la humedad necesaria en la tierra consumiendo las cantidades de agua y energía mínimas.
Otro ejemplo podría ser una cosechadora equipada con un sensor capaz de registrar los kilogramos de grano recogidos en cada metro cuadrado. Al finalizar la cosecha se dispondría de un mapa de producción de la parcela que podría ser utilizado en la temporada siguiente por el tractor que se encargue de distribuir abono. Al llegar a los lugares marcados en el mapa como de menor producción, la abonadora aumentaría automáticamente la dosis en una cantidad decidida por el agricultor después de haber estudiado la situación. Además, el momento del abono habría sido decidido de manera automática teniendo en cuenta variables ambientales y su evolución prevista. Esta manera de trabajar permitiría optimizar el uso de abono y registrar automáticamente toda la información en el sistema de gestión de la finca y en el cuaderno de campo, aumentando así el rendimiento agrícola. En el caso de una cooperativa, la información podría ser procesada en la nube, de manera que se pudiera tener un conocimiento exacto de la evolución de la campaña y se pudiera usar esa información para anticiparse a diferentes necesidades y prever el resultado de la cosecha.
Mediante estas técnicas basadas en sensores, en el procesamiento de los datos generados por ellos y en el acceso a las parcelas, máquinas y datos través de internet es posible mejorar el rendimiento de la actividad agrícola y cubrir las lagunas que pudieran haber aparecido en la sabiduría popular.
Más del 40% de las viviendas de Europa superan los 50 años y presentan serias deficiencias energéticas. Ante esta situación, los distintos países han ido desarrollando acciones para impulsar la rehabilitación energética de edificios con el fin mejorar el confort térmico de estas viviendas. De esta manera, también se contribuye a reducir el consumo energético y las emisiones de CO2 a la atmósfera a la vez que se consigue reactivar la economía y crear nuevos puestos de trabajo. Por otro lado, la implementación de medidas para conseguir eficiencia energética, supone una mejoría directa para el colectivo que habita en el edificio, que gana en confort a la vez que ve reducido el coste energético e incrementado el valor patrimonial del inmueble.
No es fácil proporcionar un número exacto del potencial de este nicho de negocio de la eficiencia energética ya que las estimaciones realizadas difieren en función de los escenarios considerados en los distintos informes realizados sobre este tema. Como referencia, cabe citar los empleos anuales cuantificados en el marco de la Estrategia para la Rehabilitación Energética en el Sector de la Edificación en España (Tabla: Informe GTR 2014: Estrategia para la rehabilitación. Claves para transformar el sector de la edificación en España), que estima cifras en torno a 97.000 y 141.000 entre los años 2014 y 2020. Sin embargo, pese a las grandes ventajas de este sector, el inicio de un proyecto de estas características para conseguir eficiencia energética no es sencillo debido a las barreras de índole no tecnológica. Esto explica por qué en la mayoría de los países europeos sólo se ha alcanzado una tasa de renovación anual del 1%.
Algunas razones para las barreras no tecnológicas:
1. La falta de financiación que permita hacer frente a los elevados gastos iniciales de una rehabilitación integral del edificio es una de las barreras más importantes y, en muchos casos, insuperable, dada la dificultad que tienen las empresas para conseguir un crédito de las entidades financieras. ¿Por qué? Generalmente, por la falta de conocimiento y la percepción de riesgo de los bancos hacia este tipo de actuaciones
2. También, en muchos casos, quienes residen en este tipo de viviendas rechazan las intervenciones. En ocasiones porque son personas con bajos recursos económicos, pero las más de las veces, por la dificultad de entender que se trata de una inversión, con un retorno a largo plazo y que se consigue a través de una reducción de los costes en la factura energética y la revalorización de la vivienda.
3. También hay que mencionar que, pese al desarrollo de normativas que favorecen conseguir la eficiencia energética en edificios, en este ámbito existen también muchos obstáculos que superar ya que hoy en día el marco regulatorio está disperso y gestionado por diferentes niveles y sectores de la administración lo cual complica la movilización de la inversión.
En el caso concreto de España, la situación de crisis vivida ha dificultado este proceso de transformación de los edificios, ya que existe una reticencia especial de los bancos hacia las empresas de la construcción. Por otro lado, se exigen avales a los propietarios con el fin de solventar la posible morosidad que pueda surgir dentro de la comunidad de vecinos. Por tanto, la rehabilitación de un edificio o distrito depende en muchos casos de la capacidad económica de las empresas inversoras, así como de la inversión pública. También cabe destacar en el caso español, la regulación en contra de las energías renovables y el autoconsumo.
Pero, en realidad, la clave del éxito de estas intervenciones está en que este tipo de negocio ha de ser rentable, tanto para las empresas como para los usuarios. A día de hoy, en muchos países es necesaria la participación público-privada que permita desarrollar un esquema financiero adecuado. También se logra atraer a los futuros clientes a través de un modelo ESCO, en el que se paga la inversión a través de los ahorros energéticos.
Existen otros muchos mecanismos innovadores y su aceptación y viabilidad varía en cada caso por la diversidad cultural, el tipo de régimen de propiedad (privado, público o en renta) y el tipo de vivienda (vivienda unifamiliar o en régimen de comunidad de propietarios). La identificación del modelo de negocio y esquema financiero más adecuado para cada caso es uno de los mayores retos de hoy en día y en estas líneas se está trabajando.
¿Sabías que el cacao aumenta la actividad mental? Vamos a descubrir y comprobar científicamente el increíble poder de lo que tenemos en la despensa.
Con estas palabras anunciaba Alberto Chicote el especial “Superalimentos”, emitido el pasado 28 de marzo de 2016 en Antena 3. En cuanto lo vi pensé: ¡no me lo pierdo! Mientras lo veía, tengo que reconocer que atravesé por ciertos momentos de sudor frío en los que pensaba: ¡¡Ay madre, que se están viniendo arriba!!
El programa, según los índices de audiencia, fue un éxito, y por una parte me alegro porque muestra el interés de los españoles por una alimentación saludable (más allá del fútbol, o la vida en directo de personas) y por otra, porque da una idea del enorme potencial que tendría la televisión para aumentar los conocimientos en nutrición de la población.
Debemos aprender a comunicar ciencia de forma didáctica y entretenida (como hizo el programa de Chicote), pero siempre bajo la estricta mirada de la evidencia científica.
Después de vivir unos años locos pregonando los efectos milagrosos de los alimentos, la publicación del Reglamento (CE) 1924/2006 relativo a las declaraciones nutricionales y de propiedades saludables en los alimentos cambia radicalmente el escenario anterior, prohibiendo atribuir a ningún alimento un efecto beneficioso sin fundamento científico y sin que esté expresamente autorizado.
En este caso, voy a dedicar la entrada de hoy a verificar brevemente la ciencia que hay detrás de los efectos que en el programa se atribuían a los 10 “superalimentos“. En el programa se aseguraba que:
“El aceite de oliva virgen extra fortalece los huesos y elimina grasas” “El cacao refuerza los dientes y agiliza la mente”. “El pescado azul es bueno contra el estrés” “El café evita la fatiga al volante” “Las naranjas retrasan el envejecimiento” “La pasta aumenta el rendimiento deportivo” “El tomate previene de quemaduras solares” “El brócoli protege la vista del sol” “Las pasas favorecen la recuperación muscular” “Las legumbres reducen el colesterol”
La siguiente tabla recoge, por un lado, los supuestos “superalimentos” y los beneficios divulgados en televisión y por otro, los principios activos que aportan dichos alimentos, los efectos beneficiosos aceptados científicamente por la EFSA (Autoridad Europea de Seguridad Alimentaria) y si a día de hoy se autoriza informar a los consumidores europeos sobre dichos beneficios.
Efectivamente, existe evidencia científica de que los alimentos seleccionados tienen ciertos efectos beneficiosos aunque la palabra “superalimento” no me parece acertada porque puede dar la idea de que son “milagrosos” y luego pasa que empezamos hacer cosas raras como la “dieta del brócoli” o comer 2 kg de naranjas al día como elixir de la eterna juventud.
Al observar la tabla podemos concluir que:
Llama la atención que, existiendo efectos saludables reconocidos de estos alimentos, en el programa de televisión se exponen “otros efectos” que no cuentan con evidencia científica.
En el caso de las legumbres, por su contenido en fitoesteroles, podríamos admitir que “contribuyen a mantener los niveles normales de colesterol” pero no que “reducen el colesterol”.
Científicamente, los efectos sobre el estado de alerta y la concentración relacionados con el consumo de cafeína están demostrados. Sin embargo, en Europa no se ha autorizado dar publicidad a estos efectos para evitar un consumo excesivo de café o bebidas con cafeína. Para más información sobre la cafeína podéis consultar el siguiente póster elaborado por EFSA.
Si no tienes claro cuál de las dos tecnologías se ajusta mejor a tus necesidades y preferencias, entonces deberías analizar ventajas e inconvenientes. Un buen punto de partida puede ser plantearte el uso que piensas darle al coche. Si la idea es circular en un entorno con arranques y paradas continuos, entonces puede que te interese el vehículo eléctrico.
El precio de un vehículo eléctrico suele ser una barrera insalvable a menos que se vayan a recorrer suficientes kilómetros a lo largo de su vida útil. Esta primera inversión se podría compensar con el ahorro en combustible, debido al menor precio de la electricidad en comparación con el diesel o la gasolina.
Otra barrera es la autonomía, de 150 a 200 km en condiciones reales. Aunque debería cubrir las necesidades diarias de la mayoría de conductores, lo cierto es que para muchos este es un inconveniente importante. Actualmente existe menos de un 0,1% de vehículos eléctricos enchufables en el mercado, y es raro verlos en las ciudades de la mayoría de países (con la excepción de casos como Suecia o Países Bajos). La Organización de Países Exportadores de Petróleo (OPEP) predice sólo un 1% de vehículos eléctricos en 2040, mientras que otros expertos no prevén un impacto real en los próximos 50 años.
Sin embargo, algunos indicios sugieren previsiones diferentes a corto plazo. Según Bloomberg New Energy Finance (BNEF), varios fabricantes (incluyendo a Tesla, Chevrolet y Nissan) lanzarán al mercado modelos de gran autonomía a unos 25.000 €, mientras invierten billones en nuevos modelos. Además, los precios de las baterías cayeron un 35% el año pasado, mientras que su capacidad es cada vez mayor. Según BNEF los precios de estos vehículos caerán por debajo de 20.000€ en 2040 y un 35% de los coches nuevos vendidos en todo el mundo serán enchufables.
La realidad es que el modelo que alcanzó el mayor número de ventas en 2015 fue el Volkswagen Golf (275.848 ventas), seguido por el Ford Fiesta (173.999 ventas). Pues bien, estos números han sido superados por los 276.000 pedidos recibidos por Tesla para su nuevo Tesla 3, aunque no todos necesariamente se materializarán en ventas en 2017. El modelo básico tendrá un precio de salida de 31.000 €, y una autonomía de al menos 346 km por recarga. Esto supone un cambio radical respecto a lo que habíamos visto hasta ahora. Tesla es conocida en todo el mundo por sus lujosos modelos, sólo al alcance de unos pocos, mientras que ahora su tecnología está al servicio de todos.
Así que tal vez ni el precio ni la autonomía sean ya un problema.
Otro argumento a favor de la tecnología eléctrica es la experiencia de la conducción, extremadamente silenciosa y suave, sin necesidad de caja de cambios, y por tanto más sencilla que con un vehículo convencional.
Los costes de mantenimiento deberían ser menores para un vehículo eléctrico debido a la ausencia de caja de cambios, aceite o fluidos refrigerantes. Además, los motores eléctricos tienen menos partes móviles.
Un argumento importante en contra puede ser la vida útil de la batería, que no es 100% fiable y podría fallar antes de lo previsto. Muchos fabricantes ofrecen garantías mayores para tranquilizar a sus compradores. Algunos de ellos plantean modelos de alquiler de baterías como alternativa a comprarla junto con el coche.
Finalmente, otro inconveniente del vehículo eléctrico es la problemática y costes añadidos asociados a la instalación de un punto de carga en casa, donde uno siente que podrá cargar su vehículo con seguridad y en el momento más conveniente (normalmente de noche).
Puedes obtener una buena estimación de los costes totales asignados a tu nuevo vehículo, tanto si es convencional como si es eléctrico, con CEVNE, una herramienta desarrollada por CARTIF que te ayuda a decidir desde un punto de vista puramente económico.
Y si todos los argumentos anteriores no fueran suficientes para ayudarte a tomar una decisión, entonces deberías considerar los beneficios para el medio ambiente. Las emisiones de tu vehículo eléctrico son cero, lo cual redunda en un aire más limpio para la ciudad en la que vives, aunque sabemos que la electricidad con la que cargas debe de venir de algún sitio… tal vez una central térmica de carbón. Si así fuera no estaríamos contribuyendo tanto a un medio ambiente más limpio, aunque sabemos que las energías renovables tienen una presencia cada vez mayor en todo el mundo.
El conjunto de los residuos procedentes de la construcción de nuevas edificaciones, la demolición de inmuebles antiguos y los derivados de pequeñas obras de reforma, forman la categoría denominada Residuos de Construcción y Demolición (RCD). La generación y gestión de estos residuos constituye un problema ambiental grave. El abandono o la gestión inadecuada de los RCD producen impactos negativos, que pueden provocar la contaminación en el agua, en el suelo o en el aire, contribuir al cambio climático y afectar a los ecosistemas y a la salud humana.
La normativa vigente en materia de gestión de RCD determina la necesidad de realizar una estimación “ex-ante” de la tipología y volumen de los distintos residuos que se generarán en la ejecución de una obra. El nivel de detalle y precisión, debe ser el adecuado para hacer efectiva una planificación que permita llevar a cabo la gestión de este tipo de residuos.
La preocupación en torno a la cantidad de RCD que se generan y a su impacto sobre el medio ambiente es creciente. Por ese motivo, las administraciones públicas de muchos países están revisando las políticas relativas a cómo deben gestionarse estos residuos. Para poder mejorar esta gestión de RCD es necesario conocer la composición y las magnitudes con las que hay que tratar, así como algún método de estimación de los residuos que se generarán en una obra, en una región o un país.
A pesar de todos los problemas que los RCD pueden ocasionar y las dificultades que plantea su tratamiento, cuando los residuos se gestionan de forma adecuada se convierten en recursos o subproductos, que contribuyen al ahorro de materias primas, a la conservación de los recursos naturales, del clima y, por ende, al desarrollo sostenible, de acuerdo con los principios de la economía circular.
La forma de estimar los residuos generados por las actividades de construcción y demolición varía significativamente de unos lugares a otros, como se explica a continuación.
América En Estados Unidos, la USEPA (US Environmental Protection Agency) estima la cantidad de RCDs generados en una región concreta sólo a partir de la superficie construida, pero sin tener en cuenta si el edificio es residencial o no, ni si las obras son de construcción de obra nueva, rehabilitación o demolición, lo que influye en el tipo y cantidad de residuos producidos.
Otro caso interesante es Brasil, ya que es un país emergente pero con una legislación en cuanto a los RCDs muy similar a la europea, en concreto a la portuguesa. En este país, el sector de la construcción civil es un importante generador de residuos y las leyes nacionales obligan a los constructores a responsabilizarse de los residuos generados en sus obras, planificando la gestión de los mismos. Una parte muy importante de esta gestión es la previsión de los residuos que se van a generar, diferenciando por tipo de residuo (ladrillo, madera, cristal, etc.) ya que cada uno necesitará un espacio adecuado para su depósito y será tratado de una manera diferente.
Asia La situación en Asia varía mucho de unos países a otros. Salvo excepciones como Corea y Japón, la falta de conocimientos y concienciación sobre las prácticas de construcción eficientes se traduce en un uso excesivo de recursos naturales y la generación de grandes cantidades de residuos de construcción, que raramente se reciclan. Aproximadamente el 40% de los residuos totales generados provienen de las actividades de construcción y demolición, residuos que además son difíciles de gestionar porque son pesados y voluminosos y no se pueden incinerar ni utilizar para compostaje.
Europa La Unión Europea, en su catálogo de residuos (EWC, European Waste Catalogue), establece una clasificación de los RCDs por categorías. Según las estadísticas, en la UE hay grandes diferencias ente unos países y otros, variando entre menos del 10% y más del 90% de reciclaje y recuperación de residuos. EnEspaña se recicla en torno al 65% de los RCDs que se generan. Las compañías constructoras se benefician de la reducida cantidad de residuos generados al reducirse los costes asociados al depósito en vertederos y reducirse el presupuesto dedicado a la compra de materias primas.
La gestión de RCD en España La mayor parte de los residuos que no se reciclan van, en el mejor de los casos, a vertederos controlados, ocupando grandes espacios de vertido y provocando su colmatación de manera más rápida. En España, la estimación de RCDs generalmente se realiza a partir de la superficie construida. Para el cálculo de la cantidad de residuo de cada tipo, un criterio bastante extendido es el de 20 cm de altura de mezcla de residuos por m2 construido, según usos, con una densidad tipo del orden de 0,50 Tn/m3 a 1,50 Tn/m3. Para obtener el peso por tipo de residuo, se pueden emplear los datos obtenidos de estudios sobre la composición de los RCDs que van a vertedero.
¿Qué aporta la I+D+i? A modo de resumen, se puede ver que la investigación en este campo se ha enfocado de dos maneras distintas: los métodos «hard», midiendo los residuos producidos directamente en la obra o a través del peso de los camiones que salen de la obra, y los métodos «soft», mediante cuestionarios, entrevistas y sondeos a expertos y trabajadores. Cuando se trata de determinar la tasa de generación de residuos, se han encontrado dos aproximaciones. La primera es clasificar los residuos en distintas categorías, por ejemplo, las establecidas por el catálogo europeo de residuos. La segunda es tratar los residuos como un todo y estimar el volumen total.
Una aproximación realista al problema obliga a tratar la obra como lo que es: un conjunto de un elevado número de trabajos interrelacionados de distinto tipo (unidades de obra), en las que cada uno de ellos incide de forma diferente en la generación de residuos. De igual modo, si se toma como única base para el desarrollo de modelos de cálculo los datos históricos disponibles sin el procesamiento y preanálisis necesario, se puede introducir en los mismos un relevante grado de error, ya que esta información puede proceder de fuentes heterogéneas y no evaluadas.
“¿Cómo va a hacer este fin de semana?”, preguntamos todos cuando llega el viernes. “Soleado, pero cualquiera se fía del tiempo”, responde nuestro compañero de mesa. “¡Cierto! la culpa la tiene el cambio climático” concluimos.
En entradas anteriores de nuestro blog, habéis podido conocer cómo trabajamos en CARTIF para ayudar a paliar el cambio climático, tanto con el desarrollo de nuevas tecnologías como con la concienciación. Y digamos que, si el cambio climático es responsable hasta de trastocarnos los planes el fin de semana, ha llegado la hora de conocerlo un poquito mejor, de saber cuándo y por qué surgió.
Eduard Punset hace una introducción excelente sobre esto en su último libro.
“En 1995 el premio Nobel de Química fue para el mexicano Mario Molina, el holandés Paul Jozef Crutzen y el estadounidense Frank Sherwook Rowland, por advertir al mundo de un adelgazamiento de la capa de ozono que envuelve la Tierra, de entre unos veinte y cincuenta kilómetros sobre nuestras cabezas (…) Mostraron, ante la incredulidad de muchos, que dicha capa se estaba adelgazando en la región de los polos, sobre todo en el Sur, encima de la Antártida, y que la causa de esa degradación eran unos gases que no existen en la naturaleza pero que, tras su descubrimiento, a principios del siglo XX, fueron ampliamente utilizados en la industria como refrigerantes y propelentes de aerosoles. Son los gases clorofluorocarbonados, más comúnmente conocidos como CFCs, y en el ámbito doméstico los encontrábamos en los frigoríficos y en los sprays, desodorantes… Lo que descubrieron los laureados con el Nobel fue que, pese a ser gases inocuos para la salud humana, éstos son muy estables y permanecen suficiente tiempo en el medio ambiente como para llegar a la altitud donde se concentra el ozono. Ahí se descomponen por radiación ultravioleta y los productos de ese proceso provocan la degradación del ozono” (Carta a mis nietas: todo lo que he aprendido y me ha conmovido. Eduardo Punset, 2015, Editorial Destino).
Y aunque la alerta surgió en 1974, todavía tuvieron que pasar unos cuantos años más para que la sociedad tomara conciencia del problema y se ampliara el estudio de los posibles gases de efecto invernadero. Vamos con un poquito de historia.
Es en Río de Janeiro, en 1992, donde nace la Convención Marco de Naciones Unidas sobre el Cambio Climático y donde oficialmente comienzan las negociaciones mundiales para buscar un instrumento internacional con el que reducir las emisiones que causan el calentamiento global.
Tres años después, se celebra en Berlín la primera Conferencia de las Partes (COP1) y en 1997 se adopta el Protocolo de Kyoto en Japón, con el objetivo de que los países industrializados reduzcan un 5% las emisiones en el período 2008-2012. En 1999, el Protocolo es firmado por 84 países pero, para que entre en vigor, debe ser también ratificado, lo cual representó un problema porque no había acuerdo sobre las reglas para aplicarlo. En 2001, George W. Bush anuncia que EE.UU no lo ratificará y en 2005 el Protocolo entra en vigor muy mermado, al quedarse fuera los dos principales emisores, EE.UU y China.
Pero había que seguir trabajando y llegó la COP15, en 2009 y en Copenhague, recordada por considerarse la menos exitosa, al cerrarse con un acuerdo de mínimos que no comprometía realmente a los países. Esta situación se dilata hasta 2012, en Doha, cuando se decide marcar nuevos horizontes temporales, y se elige el año 2015 como próxima fecha para alcanzar un nuevo acuerdo internacional. Y así es como llegamos, el pasado mes de diciembre, a la COP21de París, donde por primera vez todos los países se han comprometido con el objetivo común de limitar sus emisiones.
“Nunca es tarde para bien hacer; haz hoy lo que no hiciste ayer” dice el refranero español, así que nosotros confiamos en que un exitoso capítulo haya comenzado ya en la historia del cambio climático. Crucemos los dedos.