¿Qué hacemos con los grandes parques eólicos cuando se conviertan en residuo?

¿Qué hacemos con los grandes parques eólicos cuando se conviertan en residuo?

En un lugar de la mancha de cuyo nombre no quiero acordarme… un ingenioso caballero divisa en el horizonte antiguos molinos de viento. Creyendo ser gigantes, trata de vencerlos con la ayuda de su escudero y las armas disponibles de la época. ¿Les suena esta escena? ¿Y si a continuación la enmarcamos en la época actual?

Circulamos por la autopista y en el horizonte se divisan algo que hoy en día no consideramos gigantes: es un parque eólico compuesto por más de 20 aerogeneradores encargados de generar energía de una forma más sostenible, pero que, una vez cumplida su función, generan una gran cantidad de residuos que se deben gestionar de una forma adecuada.

Mi pregunta es: ¿por qué no combatimos los problemas actuales con los recursos del momento: legislación, financiación e investigación?

Permítanme una breve descripción de la situación actual. Desde la segunda mitad del siglo XVIII, gracias a la revolución industrial, las formas de producción y consumo cambiaron radicalmente, fomentando una rápida transformación de los sistemas de producción a un sistema lineal insostenible debido a la gran cantidad de materia y energía consumida, reforzado por el crecimiento del  consumo. Situación incompatible con un mundo de recursos y capacidad de adaptación limitada al creciente impacto generado por las emisiones de agentes contaminantes y la producción de residuos.

Por tanto, con el objetivo de cambiar radicalmente el actual sistema lineal de producción y consumo, la Comisión Europea, mediante la publicación de un conjunto de directivas, ha adoptado un ambicioso paquete de nuevas medidas para ayudar en la transición de una Economía Circular (EC) que permita la utilización de los recursos de una forma más sostenible. Este hecho permitirá cerrar el ciclo de vida de los productos a través de un mayor reciclado y reutilización, es decir, lo que se conoce por el término de la “cuna a la cuna”, aportando beneficios tanto al medio ambiente como a la economía.

De la conjunción de lo anteriormente expuesto junto con el programa LIFE y un consorcio de empresas Castellano Leonesas, entre las que se encuentra CARTIF, nace el proyecto LIFE REFIBRE, proyecto demostrativo que pretende cerrar el círculo de un residuo concreto, las palas de aerogenerador.

El problema medioambiental que genera este tipo de residuo es consecuencia de dos factores. Por un lado, las previsiones acerca de la creciente necesidad de gestión del mismo, unido al inconveniente de su gran volumen, da lugar a problemas en el uso del suelo de los vertederos donde se realiza su disposición final. Por otro, la gestión de este tipo de residuos mediante otro tipo de tratamientos, químicos o térmicos, originan la emisión de sustancias tóxicas a la atmósfera, así como un mayor consumo energético de dichos procesos (Composites UK Lcd).

Por todo esto, las actuaciones que se están llevando a cabo dentro del proyecto LIFE REFIBRE están encaminadas a reducir los residuos de palas de aerogenerador enviados a vertedero mediante un proceso de reciclado mecánico, diseñado dentro del marco del proyecto, del que se obtendrá una nueva materia prima, la fibra de vidrio. Una vez que la fibra de vidrio ha sido recuperada y clasificada según su tamaño se introduce como materia prima en las mezclas de aglomerado asfáltico. Este proceso pretende conseguir la mejora de las características técnicas de este producto, así como una gestión más sostenible de las palas de aerogenerador en desuso.

Para finalizar y a modo de despedida, les hago una pregunta: ¿por qué no aplicamos el concepto de Economía Circular en nuestra vida cotidiana? A mí se me ocurre un ejemplo: reutilizar las botellas de plástico como macetas.

La acrilamida tiene un ‘COLOR’ especial

La acrilamida tiene un ‘COLOR’ especial

De los creadores de “Lo que no mata, engorda, o es pecado” y “Ya no sabe uno qué comer” aparece “¡cuidao, si te gusta lo tostao!” y “Pesadilla en la cocina, hay acrilamida en tu comida”.

Desde hace años, se sabe que la acrilamida es una sustancia tóxica presente en el humo del tabaco y en procesos industriales como la fabricación de papel, la extracción de metales, la industria textil, la obtención de colorantes y otros procesos como aditivos cosméticos o el tratamiento de agua potable y aguas residuales. Lo que nadie se podía imaginar era que ese mismo compuesto aparece de forma natural cuando se cocinan alimentos como patatas fritas, café, galletas, churros, rebozados, etc.

El hallazgo de acrilamida en alimentos se produce a partir de un estudio realizado en Suiza en 2002, a cuyos investigadores estaremos eternamente agradecidos que no se hicieran los suecos ante los resultados obtenidos. Según los expertos, la acrilamida se convierte en el cuerpo en un compuesto químico llamado glicidamida, que causa mutaciones y daños en el ADN que podrían iniciar un proceso canceroso. Pero aquí no acababa la cosa, el siguiente varapalo fue la confirmación de que esta se forma en lo que conocemos como Reacción de Maillard entre aminoácidos y azúcares reductores, responsable de aportar un característico sabor, olor (debido a sustancias como los furanos) y un bonito “bronceado” a los alimentos (consecuencia de la aparición de unos pigmentos denominados melanoidinas). Por esta razón, el color puede ser una guía muy práctica sobre la formación de acrilamida en los alimentos.

A continuación, se resume la evolución del tema de la acrilamida según la opinión de expertos y distintas autoridades en materia de seguridad alimentaria:

Agencia Internacional de Investigación sobre el Cáncer de las Naciones Unidas (IARC): la clasifica como probable cancerígendo en los seres humanos (lo que corresponde a la clasificación 2 A). Por esta razón, las autoridades recomiendan que la exposición a ella sea la mínima posible.

Organización de las Naciones Unidas para la Agricultura y la Alimentación y Organización Mundial de la Salud: admite que existen muchas dudas acerca del mecanismo de acción la acrilamida como la estimación de las ingestas máximas recomendadas o cómo se han extrapolado los datos obtenidos en animales a humanos. Insisten especialmente en la necesidad de mayor investigación en temas como los riesgos asociados en humanos, cuantificación de acrilamida en dietas distintas a las europeas e identificar la rapidez del cuerpo humano para neutralizarla. En 2009 publica un código de prácticas para su reducción en alimentos (enlace). En el portal FAO/OMS ‘Acrylamide Information Network’ se localiza una gran cantidad de información sobre la acrilamida.

Autoridad Europea de Seguridad Alimentaria (EFSA): aunque no hay evidencia en seres humanos, señala que la acrilamida podría ser genotóxica y cancerígena. Estima necesario que se realicen más estudios. En el siguiente enlace se puede consultar toda la información publicada por la EFSA relacionada con la acrilamida desde el 2002. Food Drink Europe publica un documento que se conoce como ‘caja de herramientas’ con buenas prácticas para reducir acrilamida en algunos alimentos procesados: Acrylamide Toolbox 2013.

Comisión Europea: el 20 de noviembre de 2017 se publica el Reglamento (UE) 2017/2158 por el que se establecen medidas de mitigación y niveles de referencia para reducir la presencia de acrilamida en los alimentos. El Reglamento establece medidas de mitigación obligatorias para las empresas alimentarias (industria, catering y restauración). Mencionar que por el momento son niveles de referencia pero todo apunta que en un futuro se convertirán en límites máximos.

Agencia Española de consumo, seguridad alimentaria y nutrición: se encuentra en plena campaña de información para disminuir la exposición de acrilamida entre los consumidores y concienciar a la población sobre los riesgos para la salud de la acrilamida. El lema de la campaña: ‘Elige dorado, elige salud’. En este vídeo y este documento se pueden encontrar recomendaciones para controlar la formación de acrilamida cuando cocinamos en casa.

Sin duda, el tema de la acrilamida seguirá dando mucho que hablar durante los próximos años. En CARTIF, acabamos de lanzar el Proyecto COLOR: “Reducción de acrilamida en alimentos procesados” aprobado en la convocatoria FEDER INTERCONECTA 2018. En dicho proyecto, las empresas GALLETAS GULLÓN, CYL IBERSNACKS y COOPERATIVA AGRÍCOLA SANTA MARTA unirán esfuerzos para alcanzar los siguientes objetivos:

  • Reducir acrilamida en productos galleteros y patatas fritas.
  • Obtener aceites de oliva capaces de contrarrestar la formación de acrilamida en alimentos procesados.
  • Poner a punto un método analítico indirecto para cuantificar acrilamida de forma más rápida, sencilla y económica respecto a los métodos analíticos convencionales a través de la medición del COLOR de los alimentos.

En el Proyecto contamos con la colaboración del Instituto de Ciencia y Tecnología de Alimentos y Nutrición (ICTAN-CSIC) y el Grupo de Investigación, Calidad y Microbiología de los alimentos (GRUPO CAMIALI) de la Universidad de Extremadura.

¡Espera!… ¿qué suena de fondo? Parece el nuevo éxito de Gianni Bella “si de acrilamida ya no se muere, algo de color se perderá…”

¿Comerías insectos?

¿Comerías insectos?

La entomofagia, o ingesta de insectos, ya no es nada nuevo para nadie. Las dietas a base de insectos y artrópodos están plenamente aceptadas en muchos países, sobre todo sudamericanos, asiáticos y africanos desde tiempos inmemorables. Incluso para algunos expertos gourmets constituyen una verdadera delicatesen, por la que llegan a pagar precios muy elevados. Existen mercados de insectos comestibles a precios prohibitivos en ciudades como Nueva York, París, Tokio, México o Los Ángeles y ya algunos de los más célebres cocineros internacionales los incluyen en sus distinguidos menús.

Y es que no tienen ni una pega, nutricionalmente hablando. Son un alimento equilibrado y saludable, con alto contenido proteico, rico en aminoácidos esenciales. Son una importante fuente de ácidos grasos insaturados y quitina, además de tener vitaminas y minerales beneficiosos para nuestro organismo.

Sin embargo, es cierto que estos ‘bichos’ han captado en los últimos meses la atención de los medios, instituciones de investigación y miembros de la industria alimentaria. ¿Y por qué ahora?

Los expertos aseguran que los insectos pueden proporcionar gran parte de las calorías necesarias, en países donde el consumo de determinados alimentos es limitado. La Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO) prevé que la población mundial aumente en 2050 hasta alcanzar 9.700 millones de personas, un 24% sobre las cifras de población actual, y existirá una mayor necesidad de surtir de comida al planeta. Por tanto, también es una solución que podría ayudar a reducir los niveles de hambre en el mundo.

Por otro lado, la agricultura y la ganadería, tal y como las conocemos hoy en día, son actividades primarias que emiten grandes cantidades de gases de efecto invernadero. En comparación, la cría de insectos se puede producir con niveles más bajos de emisiones de gases de efecto invernadero y consumo de agua. Es decir, que la incorporación de estos nuevos ingredientes a nuestra lista de la compra puede también mejorar la situación del planeta frente al cambio climático, contribuyendo también al proceso de economía circular, puesto que los insectos pueden alimentarse de desperdicios agroalimentarios.

Quizá sean estas razones las que han hecho que nos paremos a pensar, además de la entrada en vigor el 1 de enero de 2018 del Reglamento (UE) 2215/2283 que incluye a los insectos dentro de la categoría de ‘nuevos alimentos’, lo cual es un gran paso que simplifica el proceso de autorización.

Pero, si son tantas las ventajas de consumir insectos ¿por qué no se hace de manera habitual en España y en muchos otros países occidentales?

Porque, dejando a un lado los temas legislativos, existe un rechazo emocional y cultural a incluirlos en nuestros platos. Dicho de otra manera, que nos dan un poco de asco.

Así lo demuestra un experimento pionero mediante cata a ciegas de alimentos preparados con insectos y monitorizado con herramientas neurocientíficas, que se ha desarrollado en el contexto de los proyectos GO_INSECT y ECIPA, dos innovadoras iniciativas relacionadas con la cría de insectos para alimentación como fuente de proteína alternativa y sostenible. CARTIF participa en el primero de ellos, un Grupo Operativo Supra-autonómico, que cuenta con el apoyo financiero del Ministerio de Agricultura, Pesca y Alimentación. En este proyecto colaboran junto a CARTIF la Federación Española de Industrias de Alimentación y Bebidas (FIAB), Insectopia2050, la Universidad de Zaragoza, el Centro Tecnológico AITIIP y la Federación Aragonesa de Cooperativas Agrarias.

Esta cata a ciegas ha servido para demostrar que no es el sabor lo que no nos gusta de la ingesta de insectos, sino el aspecto, la apariencia, saber lo que son, o ser conscientes de que vamos a comer algo que normalmente nos da grima ver en el suelo, ¡imagínate en el plato!

¿Cómo se desarrolló el experimento?

28 personas participamos en la cata, que tuvo lugar en la Facultad de Veterinaria de Zaragoza, mientras se registraba la actividad electrodérmica. Previamente, se nos advirtió que los productos que íbamos a tomar podían contener lactosa, gluten, frutos secos, crustáceos y/o insectos.

Se sirvieron cuatro platos con insectos en su composición (dos aperitivos, una pasta y un postre), y un quinto plato sin insectos que sirvió de base de comparación. En tres de los que contenían insectos, éstos se incluían procesados y no se apreciaban directamente a la vista. En el cuarto, los insectos eran fácilmente reconocibles.

Todas estas opciones fueron cuidadosamente elaboradas y testadas de manera previa para evitar que una deficiente preparación pudiera distorsionar su evaluación.

Gracias a la tecnología de la empresa Bitbrain, se midieron las diferentes respuestas sensoriales, tanto al visualizar los alimentos como al comerlos. Al finalizar, evaluamos en una encuesta individual el grado de satisfacción con respecto a cada elaboración.

¿Y cuáles fueron los resultados?

La respuesta emocional no consciente a los tres platos que contenían insectos en su composición de forma no visible entraba dentro de los parámetros normales a la cata de platos sin insectos en su composición (muy similar al impacto que produjo el plato de control). Es decir, que el hecho de que un plato contenga insectos no tiene por qué influir negativamente en el sabor y tampoco se detecta a nivel fisiológico.

Por otro lado, el impacto emocional de los participantes al degustar el insecto entero (pequeñas larvas secas de Tenebrio molitor o gusano de la harina) fue mucho más alto que en el resto de platos. Incluso, el impacto emocional fue mayor durante la visualización que durante la ingesta. Es decir, que lo que produce ese impacto es el conocimiento de saber que lo que tenemos delante es un insecto, no tanto el consumo en sí.

A nivel consciente, la nota media otorgada a los platos en los que los insectos se incorporaban procesados como harina, fue de un 7,6. Únicamente un participante no aceptó probar el plato en el que se veía el insecto entero. Los que se animaron en la cata, le otorgaron un 5,9 de nota media.

Tras conocer que todos los productos que habíamos probado contenían insectos manifestamos que no tendríamos problemas en volverlos a comer una segunda vez. Solo uno de los participantes confirmó en la encuesta que no compraría productos que hubieran sido alimentados con insectos.

Así que, al menos, debemos darles una oportunidad, aunque sea enmascarados. Más de 2.000 millones de personas ya los incorporan dentro de su dieta, así que una cuarta parte de la población mundial no puede estar equivocada.

¿En qué pensar al invertir en infraestructuras?

¿En qué pensar al invertir en infraestructuras?

Fin de semana. Cena de amigos en casa y tú con el lavavajillas estropeado. Llega el momento de la sobremesa (después de haber fregado los platos a mano) y aprovechas para plantear una pregunta “¿qué es lo que más valoráis a la hora de comprar un lavavajillas?”

Ésta es una de las situaciones donde queda claro que el lavavajillas es un elemento que existe porque hay un servicio que genera su demanda, es decir, si no hubiera vajilla que limpiar, difícilmente existiría un elemento dedicado a su limpieza que repercute en “liberar nuestro tiempo”, por lo que debe estar diseñado específicamente para satisfacer con garantías y calidad el propósito para el que ha sido concebido.

Hay quien nos dirá que, para la nueva compra, valoremos el precio (un producto económico puede resultar tentador para el bolsillo) mientras que otros nos aconsejarán que evaluemos las últimas tendencias al respecto (un lavavajillas “de diseño” puede incorporar una tecnología de limpieza puntera) pero ¿son estas las únicas opciones a barajar para la compra? Incluso puede que haya quien nos aconseje que busquemos la incorporación de criterios de ecodiseño para que nuestra elección se dirija hacia los modelos que, por ejemplo, incorporen materiales reciclados… ¿cuál será éste entonces el criterio más importante?

Todas las opciones anteriores resultan atractivas, está claro, pero he de reconocer que, si yo estuviera en la cena, mi consejo se dirigiría hacia la compra de un lavavajillas que sea eficiente. ¿Por qué? A ver si os convenzo:

  • Es un elemento con el que se va a convivir mucho tiempo y que consume energía y agua, por lo que el hecho de que ese consumo sea lo más bajo posible resultará muy importante, repercute en nuestro bolsillo.
  • ¿Crees que un precio sorprendentemente bajo asegura que no se haya reducido costes disminuyendo la robustez? Que al menos te inquiete este aspecto, quizás pagando un poco más te asegures una mayor vida útil del electrodoméstico (y de la vajilla si el proceso de limpieza es mejor).

El término eficiencia, de acuerdo a la RAE, implica la “capacidad de disponer de alguien o de algo para conseguir un efecto determinado”. Esta definición, que parece atemporal y absoluta, en realidad es un término que debe mutar y adaptarse al contexto particular de cada momento de la historia, y el que nos toca ahora no es baladí. Actualmente, la eficiencia implica que ese “efecto a conseguir” aglutine todas las necesidades que el contexto actual nos obliga a satisfacer.

Un lavavajillas debe ser capaz de limpiar la vajilla correctamente, con bajo consumo eléctrico y de agua (puntos críticos en la sociedad actual) y con un tiempo de vida útil razonable para el electrodoméstico, lo que garantizará que el consumo de recursos sea sostenible.

¿Y si ahora asociamos este símil a la carretera?

La carretera existe para cubrir la necesidad de la sociedad de transportar bienes y personas desde un punto A hasta un punto B. Todos, al igual que sucedía con el lavavajillas, deberíamos querer una carretera eficiente… ¿no?

La carretera, como infraestructura, tiene su propio impacto ambiental (asociado a sus materias primas, sus procesos de fabricación, …), pero también tiene influencia en el impacto asociado al consumo de los vehículos que la transitan, a la siniestralidad, al confort, al estado de los vehículos, a la conectividad de distintas zonas… Por lo tanto, no debería importar invertir más recursos y esfuerzos al principio si posteriormente se obtiene un rédito de los mismos y el balance global es positivo (tanto desde el punto de vista ambiental como económico).

Una carretera en buen estado (eficiente) puede llegar a disminuir el consumo de los vehículos que la transitan hasta en un 5 % (EAPA). Como infraestructura, la construcción y conservación de una carretera durante 30 años representa menos del 1 % de las emisiones de CO2 de los vehículos que la transitan (EAPA).

Entonces, ¿por qué no es tan evidente el concepto de eficiencia en la carretera como lo es en un electrodoméstico?

En el caso del lavavajillas, es el usuario el que elige y se costea el lavavajillas, paga el agua, la electricidad, el detergente, la sal, el abrillantador, la vajilla, las reparaciones … todo está en su mano y bajo su criterio. Sin embargo, en el caso de la carretera, es la Administración, con todos los condicionantes que sufre, la que gestiona y decide las actuaciones sobre la infraestructura. A mayores, se da el condicionante de que los ahorros obtenidos en la correcta gestión de las infraestructuras son visibles a medio-largo plazo y los ahorros de combustible quedan diluidos en muchos pequeños ahorros en los conductores, difícilmente cuantificables. Puede que sea esta la razón por la que la Administración no percibe un beneficio real inmediato, o quizás no les resulta excesivamente atractivo teniendo en cuenta la presión electoral y presupuestaria a la que se encuentran sometidos … El dinero sale igualmente del bolsillo del usuario, si bien la decisión ya está condicionada por otros elementos de gran complejidad.

Es necesario ayudar a las Administraciones, desde todos los sectores involucrados en el transporte rodado, a entender que estamos en una carrera de larga distancia, ayudar a interiorizar el concepto de eficiencia, y a evaluar los problemas considerando el conjunto global de sistema de transporte como un todo y no evaluar de manera individual los múltiples subsistemas independientes que lo componen.

La variable ambiental se ve mejorada gracias a una buena conservación de las carreteras y la variable económica también, desde un punto de vista global e incluyendo a todos los agentes involucrados, no lo olvidemos.

Dice el refrán que “nunca es tarde si la dicha es buena” así que empecemos a actuar cuanto antes.

Alberto Moral y Laura Pablos

La ingesta recomendada del dulce consenso

La ingesta recomendada del dulce consenso

El pasado mes de julio, la EFSA publicó un protocolo con el objetivo de marcar la estrategia a seguir para la recopilación de datos que servirán para la elaboración de una Opinión Científica que establezca el nivel máximo tolerable de ingesta de azúcares. Parece un poco enrevesado, pero es que el tema, que a priori parece sencillo, tiene tela… Dejadme explicaros por qué.

Multitud de tweets e imágenes aparecen a menudo en las redes sociales mostrando la cantidad de azúcar que tienen ciertos alimentos procesados. Asociaciones como sinazucar.org lo promueven activamente desde hace tiempo. Vamos, que este tema no es para nada nuevo. La novedad es la publicación por parte de la EFSA de un protocolo en el que se marca la estrategia a seguir en la recopilación de datos científicos previa a la publicación de la Opinión Científica sobre el nivel dietético de referencia de ingesta de azúcares para la población europea que tiene previsto publicar la EFSA.

Este documento representará una actualización de la Opinión Científica publicada en 2010 referente a los valores dietéticos de referencia para azúcares, carbohidratos y fibra (EFSA NDA Panel, 2010ª). Hasta 2010 no se observaron evidencias concluyentes que relacionaran un efecto de los azúcares sobre la densidad de micronutrientes, la respuesta de la insulina a la glucosa, el peso corporal, la diabetes tipo 2 o la caries dental suficientemente significativo como para establecer límites de ingesta máxima tolerada, ingesta adecuada o ingesta de referencia de azúcares. Después de 2010, han sido varios los organismos que han publicado recomendaciones; sin embargo, bastante dispares entre ellas. Por ejemplo, la Organización Mundial de la Salud recomienda reducir el consumo de azúcares libres a lo largo del ciclo de vida, al menos un 10%, tanto para los adultos como para los niños. Una reducción por debajo del 5% de la ingesta calórica total produciría beneficios adicionales para la salud. Ahora, la EFSA se propone evaluar la base científica que ha surgido desde 2010 hasta la actualidad y revisar si existe evidencia nueva suficiente como para establecer un nivel dietético de referencia.

Esta petición a la EFSA, que proviene de las autoridades competentes en materia de nutrición y salud de 5 países europeos (Dinamarca, Finlandia, Islandia, Noruega y Suiza), no sólo dará respuesta a la necesidad de actualización de la evidencia existente, sino que también constituirá un acto de consenso de términos referentes a los azúcares presentes en los alimentos. Actualmente, cada uno llama, etiqueta y entiende el contenido en azúcar de los alimentos de manera diferente, hecho que dificulta el estudio de la bibliografía, del etiquetado de los alimentos y el establecimiento de conclusiones sobre la relación causa-efecto y de recomendaciones para la población. Algunas compañías únicamente expresan el contenido total en azúcares en el etiquetado nutricional de sus alimentos, otros consideran que lo realmente importante es conocer el contenido en azúcares “añadidos”, mientras que otros reclaman consenso para etiquetar y hacer recomendaciones sobre los azúcares “libres”. ¿Conoces la diferencia entre los tres términos?

  • Azúcares totales: todos los mono y disacáridos que forman parte de un alimento, sea cuál sea su origen.
  • Azúcares añadidos: todos los mono y disacáridos que no forman parte del alimento de forma natural, sino que han sido añadidos durante su procesado, ya sea por parte del fabricante, el cocinero o los consumidores.
  • Azúcares libres: todos los mono y disacáridos excepto aquellos que de forma natural forman parte de frutas o verduras enteras (ya sean intactos, secos o cocidos).

Es decir, que todos los azúcares añadidos son azúcares libres, pero no al revés. La diferencia clave entre azúcares añadidos y azúcares libres radica en que los azúcares libres también contemplan los azúcares que están presentes de forma natural en la miel, los jarabes, los jugos de fruta y los concentrados de jugo de fruta; mientras que los azúcares añadidos no los contemplan. Como azúcares libres no se incluyen los presentes de forma natural en frutas y verduras enteras puesto que no existe evidencia de que éstos tengan un efecto adverso para la salud. Dicho de otro modo, los azúcares libres serían sinónimo de azúcares totales en todos los alimentos excepto en frutas y verduras enteras.

¡Un caso práctico que nos ayude a aclarar este embrollo, por favor! Por ejemplo, los azúcares naturalmente presentes en un zumo de zanahoria en brick sí se contemplarían como azúcares libres; mientras que los azúcares naturalmente presentes en unas zanahorias baby envasadas en atmósfera modificada listas para consumir, no se contemplarían.

Actualmente en Europa, la mayoría de empresas etiquetan sus azúcares en forma de azúcares totales. EEUU fue el primer país en 2016 en establecer una normativa para obligar a declarar en el etiquetado de todos los alimentos el contenido en azúcares añadidos. Por otro lado, el organismo de salud canadiense recientemente ha publicado un documento en el que propone etiquetar los alimentos ricos en azúcares, grasas saturadas y sodio como “alimento alto en…”. En el caso de los azúcares, propone que esta declaración se incluya en todos los alimentos que contengan azúcares libres (no sólo añadidos), de forma que esta norma afecta también a los zumos y purés de frutas y verduras; mientras que únicamente quedan al amparo de esta declaración obligatoria los lácteos y frutas y verduras enteros.

Ni que decir tiene que, si esta falta de consenso afecta al buen entendimiento entre profesionales y expertos en materia de nutrición, más aún confunde al consumidor. Por lo que además de esta tarea de equiparación de términos clave para establecer recomendaciones de ingesta y normas de etiquetado comunes, también son necesarias campañas de educación y comunicación al consumidor sobre la interpretación del etiquetado nutricional de los alimentos.

Desde CARTIF, estamos comprometidos con la divulgación de la educación al consumidor en cuestiones de nutrición y alimentación por lo que nos mantendremos atentos a la publicación de la Opinión Científica de la EFSA y por supuesto, os informaremos de sus conclusiones de una forma clara y comprensible.

La naturaleza vuelve a las ciudades (de donde nunca debió salir)

La naturaleza vuelve a las ciudades (de donde nunca debió salir)

Hace ya más de un año que os invitábamos a pensar en verde y casi dos desde que os presentábamos el concepto de “re-naturalización de ciudades”. El tiempo pasa, más bien vuela, y para nosotros es un gran logro que estos conceptos, que trabajamos teóricamente, se materialicen en proyectos.

En ambos casos, la materialización tecnológica está sucediendo con la ejecución del proyecto URBAN GreenUP. Coordinado por CARTIF, su objetivo es desarrollar una metodología y una serie de proyectos demostradores para la implementación de planes de re-naturalización en las ciudades a través de la aplicación de Soluciones Basadas en la Naturaleza. Las acciones propuestas están encaminadas a crear tres grandes demostradores vivos (Valladolid en España, Liverpool en Reino Unido e Izmir en Turquía) para evaluar su impacto y comprobar si contribuyen a solucionar los retos ambientales y sociales detectados. Para lograrlo, contamos con la participación de un consorcio internacional de 25 socios (ahora ya, amigos) provenientes de 9 países repartidos en 3 continentes (Europa, América del Sur y Asia).

Pero dejemos un momento de lado los tecnicismos para hablar en el idioma que manejamos en nuestro día a día.

¿Por qué el proyecto y su ejecución son tan importantes para los ciudadanos de Valladolid?

… Porque la calle Santa María dejará de ser “una de las calles peatonales que sale de la calle Santiago” para convertirse en la primera calle de Valladolid que cuente con la Solución Basada en la Naturaleza consistente en la instalación de toldos verdes. Se trata de elementos de sombra, formados por estructuras textiles ancladas a las fachadas de ambos lados de la calle, sobre las que crece una capa vegetal. Esto implica que el verde aparecerá en una zona gris que acumula mucho calor durante el día y lo libera por la noche. La finalidad de su instalación es beneficiar a la población, reduciendo el efecto isla de calor.

… Porque esperar al autobús en las marquesinas de la Plaza de España dejará de ser un momento de impaciencia (en el que no dejamos de pensar “¡cuánto falta para el bus!”)  para convertirse en un instante en el que sentirse “tan a gustito”, contemplando las cubiertas vegetales que se van a instalar en sus marquesinas y que servirán como un soporte para la biodiversidad urbana local.

… Porque una de las principales avenidas de la ciudad, con alta densidad de tráfico, va a incorporar barreras verdes contra el ruido, una estructura curva que favorece la reflexión del ruido y sobre la que se instalará un jardín vertical. El beneficio directo es que dejaremos de molestar a nuestro sentido del oído (se pueden conseguir hasta 15 dB de reducción) para agradar al de la vista, ayudando a mejorar, colateralmente, la calidad del aire que respiramos.

… Porque la teoría que apunta a la posible relación del nombre de Valladolid con la expresión “Vallis Toletum” (valle de aguas), pasará a ser más que nunca “teórica”. La ciudad ha sido testigo de numerosas inundaciones que hacen honor al posible origen de su nombre, pero el parque inundable que se implantará con la ejecución del proyecto servirá como ejemplo de la eficacia de estas soluciones a la hora de reducir el riesgo de daños por inundación del río Esgueva, cada día más acrecentado por el cambio climático.

Y será en un horizonte temporal de dos años cuando un total de 42 soluciones basadas de la naturaleza estarán implementadas en diferentes áreas de Valladolid, contribuyendo todas ellas a que vivamos en una ciudad más resiliente ante el cambio climático.

Es por proyectos como este por lo que durante este mes de septiembre organizamos en Valladolid la conferencia “BY&FOR CITIZENS” sobre regeneración urbana sostenible, con la colaboración del Instituto para la Competitividad Empresarial de Castilla y León. Se celebra los días 20 y 21 y entre sus múltiples ponencias y sesiones, contará con la presencia de Paul Nolan, director de The Mersey Forest, y Ramón López Pérez, de la Oficina Española de Cambio Climático, para hablar sobre la integración de la naturaleza para crear nuevos ecosistemas urbanos.

Y es que ya lo dice el psicólogo Daniel Goleman: “Verde es un proceso, no es un estado. Necesitamos pensar en la palabra ‘verde’ como un verbo y no como un adjetivo”.

Laura Pablos & María González