2016 ha sido declarado por la ONU como “Año Internacional de las Legumbres”. El objetivo es concienciar sobre los beneficios de su consumo, promover su producción y comercio y fomentar usos más inteligentes en toda la cadena alimentaria.
Está claro que queremos comer mejor. Más sano, más natural, más productos de origen vegetal y hasta más sostenible. Está claro que sabemos lo que implica para la salud el consumo de determinados nutrientes como la fibra dietética; que es beneficiosa para la salud, pues interviene en la función intestinal, el control de peso, reduce el riesgo de padecer determinadas enfermedades coronarias y diabetes tipo II. O las, tan de moda, proteínas (y mejor aún si son de origen vegetal) y su función estructural en el organismo. Queremos ingerir vitaminas, minerales y compuestos bioactivos que nos ayudan a prevenir enfermedades, a tener buena salud e incluso a retrasar el envejecimiento celular. Por otra parte, conocemos las bondades de seguir la Dieta Mediterránea; rica, variada y saludable en la que se incluye el consumo de nuestros productos más típicos y una forma de cocinar.
Sin embargo, a pesar de que tenemos todos estos conocimientos, de acuerdo con los datos recientemente publicados por la Organización Mundial de la Salud (OMS), el consumo de comida rápida en España ha aumentado en los últimos años y, peor aún, se prevé que aumente hasta un 50% más en los próximos cinco años.
Pero… consumidores, ¡estamos de suerte! Tenemos a nuestro alcance pequeños paquetitos con todos esos nutrientes que estamos reclamando. Se llaman legumbres y son consideradas alimentos sin gluten y funcionales, por el hecho de que ejercen un efecto positivo tanto en determinadas funciones metabólicas como sobre la tasa de colesterol, el índice glucémico, reducen la acumulación de lípidos en el organismo, favorecen el tránsito intestinal y pueden prevenir la aparición de determinados tipos de cáncer, osteoporosis, enfermedades cardiovasculares o diabetes. Además de todo esto, se venden en el supermercado y tienen un precio muy asequible.
Sin duda, las leguminosas deberían ser una parte importante de la dieta porque son una gran fuente de proteínas y carbohidratos. El contenido medio de proteínas de las legumbres varía entre 17 y 40 %, bastante más elevado que el de los cereales (3-7 %) y son consideradas proteínas de alto valor biológico y aproximadamente igual que el contenido de proteínas en la carne. También son ricas en hidratos de carbono complejos, incluyendo cantidades importantes de fibra dietética (9-27 %) y un bajo aporte de grasa.
Por otra parte, las leguminosas tienen gran importancia desde el punto de vista del mantenimiento del ecosistema agrícola debido no sólo a la superficie que ocupa su cultivo a nivel mundial, sino también a la capacidad de fijar el nitrógeno atmosférico aumentando la fertilidad del suelo y reduciendo el uso de fertilizantes nitrogenados. La huella de desperdicio (huella de carbono + huella hídrica) de los cultivos de leguminosas es inferior a la de otros cultivos, lo que fomenta la sostenibilidad y colabora en la mitigación del cambio climático. Y por último, y no menos importante, las leguminosas son aún más importantes en países en vías de desarrollo por su buen almacenaje y su bajo coste.
Sin duda, las legumbres son parte esencial en muchas dietas del mundo incluida la mediterránea. No en vano en la nueva pirámide nutricional, el consumo de leguminosas recomendado es de, al menos, 2 raciones a la semana. También en la nueva pirámide se destaca el consumo de productos tradicionales, locales y respetuosos con el medio ambiente como son las legumbres.
Por todas estas razones, la Asamblea General de las Naciones Unidas ha proclamado el 2016 Año Internacional de las Legumbres. Sin embargo, a pesar de su importancia y de que el cultivo de legumbres se ha incrementado en un 20 % en los últimos 10 años (principalmente por la demanda en alimentación animal), su consumo ha disminuido en favor de otras fuentes proteicas como la carne. Este descenso obedece a motivos sociales y culturales; desde nuestro rápido ritmo de vida (cada vez cocinamos menos), a una percepción de las legumbres como “comida de pobres”, o incluso el rechazo a su consumo porque producen flatulencia.
Retos en innovación para favorecer el consumo
Está muy claro: la industria alimentaria está obligada a innovar para satisfacer esta demanda a través, tanto de la elaboración de platos preparados de calidad y que cumplan con un buen perfil nutricional, como de productos finales en los que se incorporen leguminosas como ingrediente principal, por ejemplo, en forma de harina.
Las harinas de leguminosas son una buena alternativa para incrementar el consumo de legumbres, en especial en niños. Con un valor nutricional apreciable, un buen contenido de fibra, y sin gluten, estos ingredientes sólo necesitan un poco de imaginación, un poquito de tecnología y ganas de investigar para conseguir muy buenos productos con forma de pan, galleta, pasta o snack.
Con el advenimiento de la Cuarta Revolución Industrial, algunos pronostican un negro futuro para el trabajador en una fábrica donde los robots y las máquinas de producción inteligentes reemplazarán a un hombre que se limitará a supervisar o vigilar el funcionamiento de la fábrica del futuro. En la actualidad ya están sucediendo a pequeña escala las transformaciones o tendencias que definirán esta Fábrica, en la que las evoluciones tecnológicas y tendencias del mercado definirán su aspecto y funcionamiento. En la siguiente tabla se muestran alguna de estas tendencias para las que ya se puede intuir su impacto positivo o negativo para el rol (o ausencia del mismo) del trabajador del futuro.
El impacto negativo de algunas tendencias se debe principalmente a que es necesario alcanzar unas elevadas cotas de automatización de la producción para que pueda alcanzarse el objetivo perseguido.
¿Qué podemos hacer para adaptarnos a estos cambios y evitar que esta revolución nos pase por encima? La reacción natural es la preocupación y recurrir a estrategias inmovilistas que frenen a toda costa esta tendencia. Con cualquier cambio tecnológico siempre ha habido un miedo a la pérdida de puestos de trabajo. Por ejemplo, la imprenta trajo consigo la desaparición del amanuense en favor del tipógrafo y la invención del ordenador personal puso la autoedición en manos de cualquier persona. En otros casos, los avances tecnológicos han traído consigo la creación de puestos de trabajo como por ejemplo los asociados a la aviación comercial.
Durante las diferentes revoluciones industriales, el papel del trabajador ha sido bastante pasivo en cuanto a cómo ha asimilado e influido en la transformación de su trabajo. Con la Primera Revolución Industrial, el trabajo del artesano (manual y personalizado) se transformó en un trabajo impulsado por una energía basada en el carbón y el vapor. Con la Segunda, el trabajo se dividió en operaciones sencillas y repetitivas que permitieron la producción en masa de productos idénticos. Con la Tercera y la sucesiva digitalización de la fabricación (ordenadores, PLC, CAD/CAM …), la obsesión por la calidad y la eliminación o reducción de defectos introdujo nuevos conceptos organizativos como el lean manufacturing o el TPM que trataban de reforzar el rol activo del trabajador como responsable del producto y no como un engranaje más de un complicado mecanismo de relojería. Sin embargo, en este momento de desarrollo de la denominada Cuarta Revolución Industrial, los avances en tecnologías de la información y la globalizaciónnos permiten asistir a estos cambios de una forma más reactiva.
¿Cuál debe ser entonces la evolución del puesto trabajo en la fábrica del futuro? En muchos aspectos, el papel del trabajador no ha cambiado desde que Adam Smith postuló que, mientras el trabajo se divida en operaciones y se paguen de forma adecuada, el asunto está arreglado. Sin embargo, las estadísticas no lo confirman.
Entonces, ¿cuál es la receta para crear entornos más productivos y saludables? Parece que los gestores de equipos tienen una gran parte de responsabilidad en esto: reconocer el trabajo bien hecho, mostrar que sus contribuciones tienen un valor, proporcionar herramientas adecuadas, escucharlos e incluirlos en la resolución de problemas. En definitiva: crear un entorno de confianza en el que poder discutir abiertamente. ¿Sencillo, no?
No tanto, porque no puede caerse en la trampa de tratar al trabajador de forma condescendiente. Tiene que haber un compromiso propio y un cambio de actitud. Incluso en los trabajos más aparentemente monótonos se encuentran ejemplos de trabajadores motivados y comprometidos. En estos casos existe un denominador común: gente que no se conforma con realizar las tareas que vienen recogidas en la descripción de su puesto. Empleados de limpieza en hospitales que interaccionan y dan apoyo a los familiares del enfermo, peluqueros que escuchan al cliente o trabajadores que se esfuerzan en ser más eficientes y aportar mejoras que tengan como efecto una reducción del impacto ambiental de sus actividades. El aumento de autonomía y capacidad de toma de decisiones redunda en el aumento de la satisfacción del trabajador. ¿Cómo aumentar pues esa autonomía en una línea productiva? Precisamente los avances tecnológicos deben ayudar y dar respuesta a este reto.
Las mejoras en automatización, la inclusión de más robots para realizar tareas de apoyo (logística interna), la robótica colaborativa que permitirá compartir el espacio de forma segura entre robots y trabajadores y los sistemas de análisis de datos que facilitan una toma de decisiones más efectiva, pueden verse como amenazas a la supervivencia del papel del trabajador o como oportunidades para que este rol evolucione hacia una posición más activa.
Durante una reciente reunión en la que he podido participar, donde se buscaba establecer una visión y prioridades de la factoría del futuro, diferentes expertos internacionales llegaron a la conclusión de que el rol de los trabajadores deberá evolucionar desde unas habilidades fundamentadas en la maquinaria que utilizan (que cada vez será más autónoma e inteligente) a convertirse en expertos en el proceso de fabricación en el que están trabajando. Quién sabe. En el futuro cada trabajador podría ir a trabajar con su propio robot como si fuese su herramienta. Así, los trabajadores que tendrían garantizado su puesto serán aquellos que mejor «entrenen» o programen a su robot ayudante.
¿Cómo proteger los puestos de trabajo en la fábrica del futuro? Una de las recetas será proporcionar herramientas al trabajador que redunden en un aumento de su autonomía y capacidad de decisión que los convierta en artesanos tecnológicos que disfruten con su trabajo.
¿Alguna vez has pensado en la importancia que tienen los monumentos más allá de su valor histórico? ¿Por casualidad sabes que son realmente un motor de desarrollo local y de empleo? Vamos a darte unas pinceladas que te lo expliquen y para que entiendas también cómo la I+D aplicada está contribuyendo de forma muy efectiva al estudio, la protección, la conservación, la rehabilitación y las nuevas formas de uso del patrimonio cultural.
Desde 1999 -con la Conferencia de Florencia- y posteriormente con los informes del Banco Mundial y la UNESCO, se considera al patrimonio cultural como fuente de desarrollo social y económico de los países. Estamos ante una forma de capital que el economista David Throsby denomina “capital cultural”, es decir, un valor con características muy particulares, porque a su valor económico hemos de asociarle indisolublemente un valor simbólico, intangible (no material).
Europa es el continente que cuenta con el más diverso, rico y numeroso patrimonio de todo el globo. Millones de turistas visitan al año el bien llamado “viejo continente”, contribuyendo a crear miles de empleos, reforzar una identidad común, y mejorar la calidad de vida de los ciudadanos.
Hasta tal punto esto es así, que el Tratado de la Unión Europea, en su Artículo 167, especifica que la salvaguarda del patrimonio cultural (tangible e intangible) debe ser considerada una prioridad, considerándose como la base legal para cualquier iniciativa de protección, entre las que se incluyen las basadas en I+D. Además, la UNESCO dice expresamente que “la protección del patrimonio cultural, como expresión de cultura viva, contribuye al desarrollo de las sociedades y a la construcción de la paz”.
Asegurar la protección y la preservación de nuestro patrimonio es más urgente que nunca. La contaminación, el cambio climático y las presiones socioeconómicas son amenazas tan graves como reales. Teniendo en cuenta diferentes estudios y las opiniones de los especialistas, está más que demostrado que las actividades encaminadas a garantizar la sostenibilidad de los bienes culturalesinciden positiva y directamente en la economía local y atraen capital extranjero por el turismo cultural derivado.
Las siguientes cifras derivadas de la Plataforma EVoCH, de la que CARTIF es miembro fundador, van a ilustrar lo que venimos comentando:
El reconocimiento de estas cifras viene haciendo que el patrimonio cultural sea considerado campo de aplicación de la I+D y la innovación en los últimos programas de investigación de la UE, especialmente en el que ahora estamos, llamado “Horizonte 2020”. Concretamente, desde 1986, la UE ha financiado la investigación orientada a desarrollar métodos, aplicaciones informáticas, aparatos y otros productos destinados a preservar el patrimonio cultural.
En los últimos años se ha puesto en evidencia que la manera más efectiva para dar lugar a servicios innovadores, prácticos y útiles en este sentido es la alianza entre centros tecnológicos y empresas. Los centros se encargarán de los desarrollos técnicos que las empresas incorporarán a su quehacer diario para ofrecer servicios diferenciados de calidad a coste admisible. En CARTIF llevamos trabajando en esta línea 15 años. Algunos de nuestros últimos proyectos, INCEPTION, COST Action i2MHB, SHBUILDINGS, RENERPATH, Restauración virtual de pinturas en 3D han desarrollado las tecnologías más innovadoras del sector.
Y esto, ¿qué significa? Pues es sencillo: sólo las soluciones basadas en nuevas tecnologías son las que complementan debidamente a las técnicas tradicionales o llegan incluso donde éstas ni se lo habían planteado, cubriéndose las demandas existentes en los cinco niveles de intervención sobre el patrimonio cultural: estudio, protección, conservación, restauración y difusión. Sólo así el patrimonio será atendido en el siglo XXI con herramientas del siglo XXI.
Consecuentemente, empleos de alta cualificación, estables y asociados a un recurso no deslocalizable como es el patrimonio cultural vienen lenta, pero certeramente creciendo y complementando a los puestos de trabajo asociados al turismo.
Ahora bien, hemos hablado de Europa, pero ¿en casa cómo andamos?. Una última reflexión. Tras Italia, y ahora China, España es el país del mundo que atesora el mayor número de bienes patrimonio de la Humanidad, y no digamos aquellos que no gozan de esa categoría pero son dignos de mención. Además, nuestro país es un destino turístico mundial de primer orden. Más cerquita, Castilla y León acapara el 60% del patrimonio español en todos sus órdenes. No digo más. Tenemos que aprovechar que, por una vez, somos potencia mundial en algo…
Habitualmente la concepción que tiene el ciudadano medio sobre el ahorro en la factura energética, dependiendo de los sistemas que tenga instalados, es que suele ser necesario sacrificar parte del bienestar personal (pasar más frío en invierno y más calor en verano) o realizar gastos de importancia (como paneles solares) que se amortizan en un futuro difuso y que pueden generar algo que en términos económicos se llama “pérdida de oportunidad”, o traducido al idioma común, dinero que podríamos haber utilizado en satisfacciones más inmediatas.
Hasta hace no mucho las formas de ahorro, efectivamente, coincidían con esas visiones tan pesimistas a pie de calle, y no resistían las cuentas más sencillas al respecto, salvo por las ayudas puntuales del gobierno de turno. Ahora bien, recientemente han aparecido herramientas que con tecnologías disponibles y asequibles para todo el mundo, permiten conseguir el objetivo buscado de ahorrar dinero, pero sin sacrificar a cambio confort, y sin realizar grandes desembolsos económicos.
Una de las soluciones que actualmente se encuentran en desarrollo son los llamados Sistemas de Gestión Energética de Edificios (más conocidos por sus siglas en inglés BEMS). Los BEMS hacen uso de software que recoge datos de múltiples procedencias (sensores, bases de datos, estaciones meteorológicas, tablas horarias, opiniones y comandos de usuarios, estado de los equipos de calefacción y aire acondicionado, iluminación, etcétera.), y toma unas decisiones en base a unos algoritmos definidos, los cuales ajustan el funcionamiento de los equipos instalados en el edificio para minimizar el gasto energético pero manteniendo siempre los estándares indicados de confort. En otras palabras, el BEMS funciona como un mayordomo doméstico que ajusta continuamente los elementos de la casa para generar confort optimizando el gasto económico.
¿Y qué es lo que el usuario ve de todo esto? Por supuesto, aunque un usuario con buenos conocimientos de equipamiento de edificios y de informática podría montar un BEMS más o menos sencillo, la realidad es que los BEMS exigen una cantidad de trabajo nada despreciable:
Las soluciones comerciales actuales requieren la contratación de unos técnicos para realizar las instalaciones, y la realización previa de un estudio por parte de la empresa que ofrece el producto. Por supuesto, para ajustar al máximo precios y minimizar problemas, los BEMS actuales tienden a ser sistemas cerrados, con componentes predeterminados, redes de marcas propias de las empresas oferentes o del consorcio/asociación respectivo, y soluciones de software propietarias y opacas al usuario y al servicio de mantenimiento (salvo que se contrate a la empresa que lo oferta, obviamente).
Todo lo anterior hace que los sistemas BEMS todavía necesiten de investigación en sistemas abiertos, versátiles pero eficientes, para generar competencia de mercado, mejorar los sistemas ya existentes, y abrir la posibilidad de su uso al mayor número posible de hogares en Europa, dada la preocupación existente al respecto, puesto que el parque de viviendas europeo actual es viejo, ineficiente energéticamente hablando y con unos niveles pobres de confort (según cifras de la propia UE, el 75 % del parque inmobiliario europeo sigue sin poseer eficiencia energética).
CARTIF, a través de la División de Energía, ha trabajado y trabaja actualmente en proyectos europeos como E2VENT, 3ENCULT o BRESAER que incluyen un BEMS entre sus elementos de desarrollo fundamentales, con demostradores en España, Francia, Alemania, Turquía y Polonia, y donde CARTIF lleva el peso principal en el desarrollo de estos sistemas.
Se puede concluir que los BEMS pasarán en breve a ser una parte integral del equipamientode cualquier hogar moderno, de la misma forma que lo han hecho las climatizaciones o las telecomunicaciones, contribuyendo a la mejora en la calidad de vida y de ahorro energético.
Nos gusta la comida y nos gusta comer. La gastronomía está de moda. Nos inundan todo tipo de programas y canales de TV dedicados a la cocina. Utensilios que antes solo usaban los cocineros profesionales llegan a nuestros hogares. Abundan los blogs de recetas y críticas culinarias, incluso programas dedicados a revelarnos la ciencia de los alimentos o cómo se fabrican. Podemos hacer nuestra propia cerveza, vino o queso en casa o comprarnos una panificadora. Cualquiera de nosotros tenemos acceso a todo tipo de ingredientes para poder emular a nuestros chefs favoritos. Entonces, ¿cómo podemos explicar que cada año se tiren toneladas de alimentos a la basura?
De este punto parte el argumento de la película Just eat it, un documental de 2014 en el que se intentan desgranar las causas del actual problema mundial del desperdicio alimentario.
Actualmente, todos los grupos de expertos, científicos y organismos oficiales coinciden en señalar las pérdidas y desperdicio alimentario (PDA) como uno de los grandes problemas de nuestro planeta, al que tendremos que dar solución inmediata debido a sus implicaciones éticas, ambientales, sociales y económicas.
Si 800 millones de personas en el mundo pasan hambre, si 3 millones de niños mueren de hambre cada año mientras tiramos toneladas de alimentos, algo no está funcionando bien. Este es el primer hecho que nos alarma y nos hiere moralmente en cuanto a las PDA, pensando en cuantas personas podrían alimentarse con la comida que tiramos.
Pero existen otras preocupaciones y repercusiones asociadas al problema de las PDA, como las implicaciones medioambientales. La sobreexplotación de los recursos naturales en los procesos de producción, elaboración y distribución, como la salinización y la erosión de los suelos o el uso abusivo de las aguas fluviales y subterráneas, además de las externalidades debidas al uso de plaguicidas y fertilizantes químicos, como la contaminación del aire y el agua o problemas de salud para los trabajadores y los consumidores.
Los datos sobre la cantidad exacta de comida y alimentos que se desperdicia son de momento estimativos, pero la FAO calcula que actualmente tiramos un tercio de la comida que producimos, ¡¡un tercio!!, lo que equivale a aproximadamente 1.300 millones de toneladas. Y esto sucede en todas las fases de la cadena, desde la producción primaria de los alimentos hasta su consumo en los hogares.
Los motivos para este desperdicio son muchos. Falta de infraestructuras adecuadas en el almacenamiento de los productores, mala gestión durante el transporte, altos estándares de mercado (frutas y verduras como una apariencia “imperfecta” o “fea” son desechadas), tamaño excesivode las raciones en restaurantes, falta de planificación en la compra por parte del consumidor, etc…
Es cierto que gobiernos, instituciones y grupos de ciudadanos se están empezando a preocupar y a lanzar iniciativas para cambiar esta situación, pero es necesario que todos los actores implicados vayamos en la misma dirección y empecemos a actuar de manera inmediata. El documental Just Eat it nos puede valer como punto inicial de referencia.