Desde hace unos años, se escucha cada vez más frecuentemente hablar de algo en apariencia tan «abstracta» como son los modelos matemáticos. Con la epidemia del COVID-19 los telediarios se llenaban de noticias con «predicciones» sobre lo que podría pasar en el futuro y el impacto de diferentes medidas de confinamiento. Esta situación de emergencia global, y la falta de experiencia ante algo completamente nuevo, convirtieron el problema en algo demasiado inabarcable como para no emplear alguna herramienta que nos ayudara a evaluar cuáles eran las mejores alternativas para gestionar la pandemia, y aquí es donde los modelos jugaron un papel fundamental.
Primero, es necesario remarcar que los modelos no son una «ciencia adivinatoria», sino que son solo una representación de la realidad. De hecho, en nuestra cabeza diariamente construimos modelos mentales y escenarios futuros para tomar decisiones, es decir, en base a nuestra experiencia pasada nos anticipamos y evaluamos las consecuencias en el futuro de diferentes alternativas y en base a ello elegimos por ejemplo que tipo de calzado llevar a una boda, o nos organizamos la semana. Pero cuando el sistema se vuelve demasiado complejo (muchas variables interconectadas), solo nos quedan tres opciones
2) Arriesgarnos sin pensar en las consecuencias futuras.
3) Apelar a la ayuda que proveen los modelos o herramientas más formales a la hora de tomar decisiones.
Por supuesto, no vamos a construir un modelo para decidir qué tipo de ropa llevar a un viaje, pero en el caso de análisis de decisiones importantes, como son ciertas políticas y estrategias que requieren grandes inversiones o cuyas consecuencias son relevantes para la sociedad, sí que parece la opción más apropiada.
Ante situaciones de emergencia, y de alta incertidumbre como ocurrió durante la pandemia, los modelos y las herramientas de planificación construidas a partir de ellos, nos sirven de guía, ya que por mucha incertidumbre que inevitablemente el futuro implica, es mejor tomar decisiones «guiados bajo la luz de un faro» que totalmente a oscuras: según George E.P.Box «en esencia todos los modelos son ‘ incorrectos ´ , la cuestión práctica es si nos son útiles».
Otra situación sin duda de emergencia, aunque en apariencia más lejana, es el cambio climático. Debido al aumento de emisiones de gases de efecto invernadero (GEI) desde la Revolución Industrial, se ha alterado el equilibrio en el planeta, ya que estos gases funcionan como una «manta» atmosférica y no dejan salir la energía que proviene del sol. El CO2 es el gas que más está contribuyendo actualmente a este calentamiento, básicamente porque es el que más hemos emitido en estos últimos años. Este gas, junto con el metano (CH4) y el óxido nitroso (N2O) se denominan GEI «de larga vida», debido a que persisten en la atmósfera durante décadas e incluso siglos. Debido a esto, en las políticas climáticas es fundamental tener en cuenta las dinámicas del sistema climático en el que los efectos son a largo plazo, y además se presentan inercias, es decir si en este año 2021 cortáramos todas las emisiones de GEI la temperatura seguiría aumentando. Por lo tanto, el momento (año) en el que se aplican e implementan las políticas es también clave.
Debido a esto, es fundamental el empleo de modelos dinámicos para el diseño de políticas climáticas, es decir, modelos en los que la variable tiempo es la pieza fundamental y precisamente el objetivo es poder determinar cómo ciertas variables de interés van a evolucionar en el tiempo, construyendo escenarios (o diferentes «posibles» futuros). Igualmente, debido a las características del problema la evaluación de políticas climáticas no se realiza solo a corto-medio plazo, sino que también requiere hacerse a largo plazo. Por ejemplo, el objetivo de neutralidad climática de la Unión Europea se fija en 2050: ¡para casi dentro de 30 años!
Ante este problema global, se hace necesario la definición de instrumentos de planificación para dar una «respuesta internacional y coordinada». En concreto la Unión Europea demanda a cada Estado miembro la elaboración del PNIEC (Plan Nacional Integrado de Energía y Clima) en el que cada país indica sus propios objetivos de descarbonización así como las medidas para alcanzarlos incluyendo políticas de transición energética, junto a un análisis previo de dichas políticas, precisamente empleando este tipo de modelos y proyecciones futuras.
Así, los modelos son herramientas de soporte clave para ayudar al político o al responsable a diseñar políticas o estrategias a partir de la información que ofrecen. Sabemos que la perfección en la vida real (en los sistemas reales) no existe, pero sí podemos tomar mejores decisiones evaluando qué alternativas son mejores, o si simplemente son viables antes de implementarlas. No tendría ningún sentido en un plan político definir objetivos y medidas tirando números al aire. ¿Qué confianza darían estas promesas políticas a largo plazo? ¿Qué sentimiento produciría en la población? No solo enfado, sino algo peor: desconfianza, derivando esta en desesperanza e inacción. Por ello, las herramientas de planificación tienen que: ayudar a entender el problemas y concienciar, y en segundo lugar, analizar y comparar las soluciones, incluyendo su eficacia, motivando así la aceptación de dichas soluciones así como su futura implantación.
Pero el cambio climático no es el único problema de nuestra sociedad. Hace poco en las noticias se dio a conocer una investigación de la revista Science, en las que se alertaba sobre la amenaza de la biodiversidad debido al futuro despliegue masivo y si ordenación de energías renovables en el territorio. Por ello, los instrumentos de planificación deben ir más allá y ayudarnos a responder a preguntas «algo» más complejas: ¿ cómo llevar a cabo la transición energética de una manera ordenada y socialmente justa? ¿ cómo planificar el territorio actuando frente al cambio climático, favoreciendo el desarrollo local, y a la vez respetando la biodiversidad? A este respecto, es clave en el diseño de políticas climáticas y de energía considerar también los diferentes objetivos de desarrollo sostenible (sociales, económicos, medioambientales, etc..), y por tanto el emplear modelos que permitan realizar análisis holísticos teniendo en cuenta el resto de aspectos, como por ejemplo mediante los denominados Modelos de Evaluación Integrada (Integrated Assessment Models, IAMs)
CARTIF participa en el desarrollo de este tipo de herramientas de soporte a la toma de decisiones en materia de cambio climático en proyectos como CCLiMAP1 y LOCOMOTION2. En el primer caso desde el modelado de las emisiones de GEI derivadas de los instrumentos de ordenación del territorio a nivel municipal. En el segundo proyecto, mediante el desarrollo de IAMs (Modelos de evaluación integrada) en dinámica de sistemas, permitiendo el análisis y diseño de políticas de transición energética y de sostenibilidad incluso a nivel mundial.
En las empresas es fundamental el diseño y evaluación de estrategias antes de tomar decisiones con el fin de usar eficazmente los recursos. Nuestro planeta es el hogar que compartimos, el cual nos provee de los recursos que necesitamos. ¿Qué nos puede interesar más que el definir una buena estrategia para mantener el equilibrio en nuestro planeta? Está claro que si hace falta cambiar radicalmente de rumbo es mejor que sepamos cuanto antes «cómo».
Al igual que las huellas dactilares sirven para identificar personas, el perfil químico o «huella dactilar química» de un alimento es de mucha utilidad en el sector agroalimentario, debido a que aporta información sobre la autenticidad de los alimentos. El estudio de la huella digital química permite, entre otros aspectos, diferenciar alimentos de un mismo tipo producido en distintas regiones (denominación de origen), distinguir entre especies, comprobar la veracidad de sus componentes característicos, determinar la presencia de adulterantes y/o contaminantes, comprobar el método de preparación o procesado usado, entre otras características.
El desarrollo de este tipo de metodología analítica está siendo especialmente demandada para combatir el fraude alimentario, un tema que preocupa cada vez más tanto a consumidores, como a la industria alimentaria y a la administración. Aunque desde el 2013 se creó la EU Food Fraud Network con el fin de combatir el fraude en el sector alimentario, tanto en España como en el mercado global de la Unión Europea, va en aumento el número de notificaciones relacionadas con acciones fraudulentas a lo largo de la cadena agroalimentaria. En 2018, el fraude alimentario ocasionó un coste global para la industria alimentaria en unos 30.000 millones de euros y, solo en España, aumentaron las notificaciones de fraude de 234 en 2018 a 292 en 2019. Algunos sectores como el del aceite de oliva, el cárnico o vitivinícola fueron los más afectados.
Fuente: The EU Food Fraud Network and the Administrative Assistance and Cooperation System. 2018 Annual Report.
Fuente: The EU Food Fraud Network and the Administrative Assistance and Cooperation System. 2019 Annual Report
Las acciones fraudulentas a lo largo de la cadena agroalimentaria pueden ser muy diversas y pueden llegar a afectar desde la calidad, pureza, estado de conservación hasta la identidad del alimento. En concordancia con esto, en 2014 el GFSI (Global Food Safety Initiative) definió el fraude alimentario como un término colectivo que abarca la deliberada e intencional sustitución, adición, adulteración o tergiversación de alimentos, ingredientes alimentarios o envasados de alimentos, etiquetado, información del producto o declaraciones falsas o engañosas hechas sobre un producto para obtener beneficios económicos que podrían afectar la salud del consumidor.
En este sentido, desde el Área de Alimentación de CARTIF se está avanzando en el desarrollo de técnicas analíticas para la detección de múltiples «biomarcadores» o la obtención de una «huella digital química» que permita comprobar la autenticidad del alimento y detectar fraudes aunque intenten ser enmascarados. En general, algunas de las tecnologías analíticas usadas para este fin como la cromatografía de gases acoplada a detectores como espectrometría de masas (GC-MS) o espectometría de movilidad iónica (GC-IMS), la cromatografía líquida con espectometría de masas como detector (LC-MS) o la espectroscopía infrarroja, llevan muchos años en los laboratorios, sin embargo, su aplicación tradicionalmente ha estado orientada al estudio dirigido (targeted) de ciertos compuestos. Hoy en día, existe una clara tendencia al desarrollo de métodos más potentes y ambiciosos (non targeted) que permitan la detección simultánea de la mayor cantidad posible de compuestos. Los datos químicos obtenidos de esta manera, al ser tratados mediante la aplicación de modelos matemáticos o estadísticos (quimiometría) pueden aportar información relevante sobre la identidad del alimento.
El fin último de estas metodologías analíticas es poder aportar, en el ámbito de la seguridad alimentaria, una herramienta útil, rápida y relativamente sencilla, que ayude a minimizar el fraude alimentario y evitar sus posibles consecuencias, tanto desde el punto de vista de la salud del consumidor como las pérdidas económicas que puedan representar para la industria alimentaria.
Durante el confinamiento, hemos sido testigos de cómo la naturaleza volvía rápidamente a las ciudades en nuestra ausencia. La flora silvestre se adueñaba de los rincones de nuestras ciudades, creciendo de cada grieta disponible y recuperando poco a poco el espacio perdido. Se hizo visible que las calles también pertenecen a la vegetación, pero tal y como está pensada la ciudad impide su desarrollo. ¿En qué momento la naturaleza empezó a desaparecer de los entornos urbanos?¿Es posible que convivan? Y, si queremos que la vegetación vuelva definitivamente a las ciudades y poder disfrutar de ella, ¿qué medidas se pueden tomar?.
La relación entre la naturaleza y la ciudad no siempre ha sido como la conocemos actualmente. Antes del desarrollo de la ciudad moderna, la vegetación estaba incluida en muchos espacios (paseos arbolados, espolones, alamedas…) formando parte del paisaje urbano. Algunos de estos espacios todavía sobreviven y podemos disfrutar de ellos. Pero esta convivencia empieza a desaparecer con el desarrollo de la ciudad actual (mitad del s. XX). Debido a la creciente demanda de espacios para coches, carreteras, aparcamientos, edificios… la ciudad se ha ido deforestando y relegando los espacios verdes y arbolado a un segundo plano, limitando su crecimiento a zonas concretas y aisladas, y en muchos casos desapareciendo por completo. Tomando como ejemplo la ciudad de Valladolid, podemos encontrar múltiples casos donde el arbolado y los jardines desaparecieron durante esta época. La Plaza Mayor, San Benito, Plaza Zorrilla, San Pablo… en la actualidad son plazas duras, impermeables y sin rastro de la vegetación que hasta hace no tanto tenían.
Con este nuevo urbanismo no solo se perdieron muchos espacios verdes, también los beneficios sociales y ambientales que aportan, reduciendo la calidad y el confort de los espacios urbanos. Las zonas verdes son zonas de ocio, juego, deporte y espacios de contacto con la naturaleza, pero también mejoran el bienestar y confort de los ciudadanos al reducir las altas temperaturas y mejorar la calidad del aire captando contaminación ambiental. Actualmente, la presencia de vegetación en las ciudades es especialmente importante para ayudar a adaptar las ciudades al cambio climático y mitigar sus efectos, ya que actúan como sumideros de carbono y mejoran la gestión del agua de lluvia, entre otros beneficios.
Por ello, en los últimos años ha cobrado una gran importancia revertir el modelo de ciudad actual e implantar nuevas políticas de desarrollo urbano orientado a re-naturalizar y recuperar la tradición de la naturaleza en la ciudad.
Las ciudades están empezando a tomar medidas en este sentido y ya hay actuaciones que reintroducen nuevos espacios verdes urbanos para aprovechar sus beneficios. Retomando el ejemplo de Valladolid, un caso representativo es el de la plaza España. Esta, como muchas otras plazas, perdió su arbolado para la construcción de un parking subterráneo, sobre el cual se encuentra un mercado actualmente.
Evolución de la Plaza España en imágenes
Gracias a fotografías antiguas, se puede ver que anteriormente la plaza era una zona verde, con dos filas de arbolado, ofreciendo un espacio sombreado y agradable. Es con la construcción del parking subterráneo (1995) cuando desaparece la vegetación en la superficie. Hasta ahora, la plaza se había mantenido como un espacio duro, sin apenas rastro de la vegetación de antaño y no es hasta el año pasado (2020) cuando se recuperó la plaza como un espacio verde de la ciudad. Esta acción se encuentra dentro del proyecto URBAN GreenUP, coordinado por CARTIF (www.urbangreenup.eu), cuyo objetivo es la aplicación de planes de Re-naturalización Urbana, en Valladolid y en otras dos ciudades europeas, Liverpool (Reino Unido) e Izmir (Turquía). En este caso, se trata de una cubierta verde sobre la marquesina, que permite mantener los usos actuales de mercado y parking. Devolver la vegetación a la plaza no solo tiene un impacto estético, también repercute en el confort y bienestar del espacio proporcionando además otros beneficios como una mejor gestión del agua de lluvia y la creación de un nuevo espacio para promover la biodiversidad urbana.
La combinación de nuevas formas de vegetación junto con las tradicionales, ha permitido que la naturaleza vuelva a este punto de la ciudad… de donde nunca debió marcharse. ¡Esperamos que muchas plazas sigan este ejemplo y recuperen los espacios verdes perdidos!
Tanto el biometano como el biohidrógeno son dos gases que vienen pisando fuerte en nuestro panorama energético actual. Ambos tienen un origen renovable y su formación puede ir asociada a procesos de captura y almacenamiento de CO2, otro de los grandes objetivos de nuestra sociedad para luchar contra el calentamiento global.
El biometano no es otra cosa que metano con origen renovable, en contraposición al gas natural donde el metano tiene un origen fósil. El biometano se genera habitualmente al purificar el biogás que se produce en los digestores anaerobios que tratan corrientes residuales como fangos de depuradora, estiércoles u otras corrientes biodegradables. Es la operación generalmente conocida como proceso de upgrading [1]. El biometano tiene la ventaja añadida de que es químicamente idéntico al gas natural, por lo que le puede sustituir en cualquiera de sus aplicaciones. Se espera, por ello, que el biometano juegue un papel trascendental para la descarbonización de la economía española y europea con miras al 2050 [2].
Si volvemos del biogás, su otro componente mayoritario es el CO2, pero existe la posibilidad de reintroducir este CO2 al digestor anaerobio o tratarlo en otro reactor y, a través de los que se conoce como proceso de metanación, generar más biometano [3]. Es decir, podemos emplear CO2 para generar metano, ¿quién da más? Pero este proceso no está tan maduro como el de la digestión anaerobia convencional y, si bien se ha demostrado que es técnicamente factible ( se conocen en Europa más de 100 plantas operativas), el rendimiento del proceso necesita mejorar para que su viabilidad económica esté fuera de toda duda.
Una vez que disponemos del biometano, otra opción que tenemos es generar hidrógeno verde (denominado así por su origen renovable) a través de un conocido proceso de reformado. El reformado de gas natural para producir hidrógeno es una práctica industrial habitual, por lo que reformar biometano es una opción totalmente plausible. El reformado habitual se realiza haciendo reaccionar el metano con vapor de agua, pero ya hay trabajos que han demostrado la posibilidad de sustituir ese vapor de agua por CO2, por lo que volvemos a utilizar el dióxido de carbono como materia prima, retirándolo de la atmósfera y produciendo en su lugar el tan deseado hidrógeno.
Pero el hidrógeno también puede tener un origen biológico, que es lo que se conoce como biohidrógeno. En la naturaleza existen algas y bacterias que generan hidrógeno a través de sus ciclos metabólicos. Dichos organismos, cultivados en un medio controlado, pueden convertirse también en una fábrica de biohidrógeno. En este caso, y al igual que ocurría en los procesos de metanación, se ha demostrado que los procesos funcionan y pueden ser escalables, pero los rendimientos que se alcanzan en la actualidad siguen siendo una barrera a su implementación con fines industriales.
Pero para eso está la investigación, para seguir trabajando y hacer que estos procesos (y otros de los que hablaremos en otra ocasión) sean una realidad en el corto-medio plazo.
[1] Hidalgo, D., Sanz-Bedate, S., Martín-Marroquín, J. M., Castro, J., & Antolín, G. (2020). Selective separation of CH4 and CO2 using membrane contactors. Renewable Energy, 150, 935-942.
[2] Elguera, N. M., Salas, M. D. C., Hidalgo, D., Marroquín, J. M., & Antolín, G. (2020). Biometano, el gas verde que pide paso en España. IndustriAmbiente: gestión medioambiental y energética, (30), 50-56.
[3] Hidalgo, D. Martín-Marroquín, J.M. (2020). Power-to-methane, coupling CO2 capture with fuel production: An overview. Renewable and Sustainable Energy Reviews, Volume 132, 110057.
A modo de introducción, conviene destacar que la tecnología blockchain tiene el potencial de transformar el sector energético (y, de hecho, ya ha comenzado a hacerlo). El World Economic Forum ya identificó en 2018 ( en su publicación titualda «Building Block(chain)s for a Better Plannet» (septiembre de 2018) más de 65 casos de uso de aplicación de Blockchain en el sector energético y medioambiental. Estos casos de uso incluyen modelos de negocio para los mercados energéticos, el intercambio de créditos de carbono e incluso la utilización de una cadena de bloques para almacenar la información relativa a certificados energéticos.
El registro distribuido e inmutable que proporciona la tecnología Blockchain permite la compartición de información entre iguales de forma segura y sin la necesidad de intermediarios o entidades centrales que gestionen el intercambio de información. Se trata de una tecnología capaz de transformar completamente muchos procesos en el ámbito de los negocios, la gobernanza y la sociedad, brindando múltiples oportunidades para luchar contra el cambio climático, la pérdida de biodiversidad o la escasez de agua.
Una aplicación muy interesante de blockchain es su utilización en el intercambio de energía entre iguales. Hoy en día, muchos consumidores de energía se han convertido en «prosumidores» (es decir: además de consumir energía pueden también generarla (son capaces de generar energía renovable)). Por ello, y dada la intermitencia y la enorme dificultad de predecir con exactitud la disponibilidad de las energías renovables, los prosumidores pueden decidir instalar dispositivos de almacenamiento para poder almacenar dicha energía y así tenerla disponible cuando la necesiten, e incluso pueden vendérsela a otros consumidores que puedan necesitarla en otro momento. La utilización de Blockchain en este caso es clara: dicha tecnología proporciona un registro distribuido e inmutable de las transacciones realizadas, y elimina la necesidad de entidades centrales que gestionen dichos intercambios. Cuando se plantean estas situaciones, la mayor parte de nosotros pensamos en la energía eléctrica, pero también es posible intercambiar otros tipos de energía, como pueden ser el calor y/o frío residual.
En el ámbito del poyecto SO WHAT, CARTIF ha participado en la definición del modelo de negocio asociado a la utlización de Blockchain para el intercambio de calor y frío residual. Por otra parte, tanto en el proyecto de investigación interno OptiGrid (financiado por el Instituto de Competitividad e Innovación Empresarial (ICE), cuyo objetivo principal era el desarrollo de soluciones innovadoras en el ámbito de las smart grids), como en el proyecto Energy Chain (proyecto financiado también por el ICE y en el cual CARTIF participa en calidad de subcontratado por Alpha Syltec Ingeniería) se ha trabajado y está trabajando en soluciones blockchain para desplegar plataformas de intercambio de energía entre iguales. En el caso del proyecto Energy Chain, los algoritmos de machine learning desarrollados por Alpha Syltec Ingeniería generarán valiosa información sobre predicción de la generación y la demanda que será utilizada como entrada por los contratos inteligentes desplegados en la plataforma blockchain anteriormente mencionada.
Por otra parte, la utilización de Blockchain en el ámbito de las Ciudades Inteligentes o Smart Cities está cada vez más extendido dada su capacidad para transmitir información de forma segura y sin intermediarios. Además de su utilización en el sentido comentado en el párrafo anterior, blockchain puede impulsar la utilización del vehículo eléctrico, puede utilizarse como soporte a la participación ciudadana (incrementando la seguridad, transparencia y fiabilidad en las consultas a la población tales como elecciones, encuestas, referéndums…)
También existen iniciativas que ayudan a las entidades (o incluso a particulares) a compensar su huella de carbono invirtiendo en proyectos de descarbonización, y muchas de ellas utilizan la tecnología blockchain para dotar de una mayor seguridad y transparencia a sus operaciones. Este es el caso de ClimateTrade, cuyo principal objetivo es ayudar a las empresas a alcanzar la neutralidad de carbono ofreciéndoles su servicio de compensación de emisiones.
Otra iniciativa muy interesante es la utilización de blockchain para resolver el problema de la garantía de origen (GdO), que actualmente únicamente puede realizarse mediante acreditación por parte de un tercero que asegurará que un número, X, del total de megavatios-hora de energía eléctrica producidos em una central en un periodo temporal determinado han sido generados a través de fuentes de energía renovables. Utilizando acreditación, lo cual reduce costes y tiempos de espera.
Ciudades como Nueva York y estados como Virginia Occidental han utilizado blockchain para realizar intercambio de energía o para votar utilizando el móvil, Estonia lo está utilizando para la gestión de datos personales, y el Smart City Program de Dubái contempla más de 500 proyectos blockchain que cambiarán la forma de interactuar con la ciudad. Block chain es ya una realidad, y ha venido para quedarse.
La mayoría de usuarios llevamos consumiendo electricidad de la misma forma toda la vida. Simplemente sabemos que podemos enchufar el dispositivo eléctrico que queramos en cualquier instante, y que, a cambio, a final de mes nos llega una factura (para muchos, más difícil de entender que un jeroglífico egipcio, por cierto). Pero este modo de consumir electricidad puede cambiar muy pronto (si no lo ha hecho ya). Desde hace no mucho, podemos contribuir con nuestra propia energía a la red sin muchas complicaciones, decidir cuál es el mejor momento para consumir, o asociarnos con otros usuarios para beneficiarnos mutuamente…o todo al mismo tiempo.
Dicho de otra forma, se está pasando de un modelo en el que el usuario tenía un rol meramente pasivo, a otro totalmente distinto, donde el usuario puede tener una participación activa en la producción, gestión y consumo de electricidad. Para este cambio de paradigma, ha surgido una nueva palabra que probablemente cada vez escuchemos más, como resultado de combinar productor y consumidor: prosumidor.
Y es que, aunque ahora el concepto de prosumidor es más amplio, originalmente (y todavía mayoritariamente) se refiere a aquel usuario que produce su propia energía para su autoconsumo, y vierte los excedentes a la red eléctrica. De esta forma, no sólo se puede consumir menos de la red, sino que también se aporta nuestra electricidad al sistema principal, y contribuimos a alcanzar un modelo más sostenible a la vez que podemos reducir nuestra factura.
Dado el auge de las instalaciones de generación distribuida para autoconsumo impulsadas en gran medida por la publicación del RD 244/2019, no es de extrañar que este tipo de prosumidor sea de lo más habitual. Sin embargo, las opciones para los prosumidores son cada vez más variadas, y no sólo se limitan a instalar paneles solares en nuestro tejado.
Por poner un ejemplo, se puede considerar también la interacción de forma más proactiva con la red mediante la combinación de un consumo consciente de electricidad con lastarifas eléctricas dependientes del precio del mercado(tarifas indexadas al pool-el mercado horario- o las llamadas tarifas PVPC-Precio Voluntario del Pequeño Consumidor, para usuarios con una potencia contratada menor a 10kW). Con este tipo de tarifas, cada día se puede conocer el precio horario de la electricidad del día siguiente, de manera que, si hoy nos dicen que mañana por la mañana el precio de la electricidad va a costar una octava parte de loq ue nos cuesta ahora mismo (como ocurrió hace unos días), podemos decidir si preferimos no poner hoy ciertos electrodomésticos (lavadora, secadora, lavavajillas, en el caso de los consumidores residenciales), y ponerlos mañana, ahorrándonos un pellizquito por el término de energía asociada a sus consumos.
Pero, ¿ y qué ocurre cuando apenas hay sol o viento, y los precios del mercado eléctrico se disparan a máximos históricos, como se dio hace unas semanas durante la borrasca Filomena? En el caso anterior, básicamente tendríamos que «aguantar el chaparrón» (nunca mejor dicho), y pagarlo a final de mes. Sin embargo, si dispusiéramos de soluciones de almacenamiento de energía, podríamos evitar este tipo de situaciones, y en general podríamos reducir nuestros consumos de la red durante períodos en los que el precio de la energía es alto (conocidos como períodos pico). Esta alternativa de prosumidor es también muy sencilla: por las noches o por las mañanas, cuando la electricidad es más barata, podríamos programar la carga de nuestros equipos de almacenamiento de energía (baterías eléctricas, incluido nuestro propio vehículo eléctrico, pero también sistemas térmicos o termoeléctricos), de manera que, cuando subiera el precio de la electricidad, no tendríamos que pagar sus desorbitados costes, sino que podríamos utilizar nuestra energía almacenada.
Precisamente, esta combinación de opciones de prosumidor -instalación de un sistema de producción renovable, almacenamiento, tarifas dinámicas y gestión activa de nuestra demanda-, es parte del estudio que se está considerando en elproyecto MiniStor, donde CARTIF participa desde hace algo más de un año. En él, se está desarrollando un sistema de almacenamiento termoeléctrico que integra baterías de litio, materiales de cambio de fase y un reactor termoquímico, combinado con paneles solares híbridos que producen tanto calor como electricidad, y una gestión energética óptima, teniendo en cuenta tanto la predicción de nuestro consumo, como la producción de nuestra instalación y el coste de la electricidad. Un reto interesantísimo del que podremos contaros pronto nuestros primeros resultados.
Como hemos visto, las opciones de participación de los prosumidores van mucho más allá de tener nuestra propia instalación de autoconsumo (que no es poco), y, aunque esta vez hemos presentado unas pocas, las alternativas donde este actor tiene un papel fundamental son casi infinitas (agregadores de la demanda, integración del blockchain, microrredes, Comunidades Energéticas…) Seguramente, dentro de poco tiempo surgirán otras que ahora mismo no somos capaces de imaginar. Lo que queda claro, es que el peso de los prosumidores ya se considera determinante, nos encontramos al principio de lo que puede ser un auténtico cambio de paradigma del sector energético, y desde CARTIF estamos a pie de pista para ser líderes en esta revolución.