Los expertos y los grandes organismos internacionales hablan ya desde hace tiempo de que estamos en el inicio de una gran crisis alimentaria global. Una crisis que pondría en riesgo de hambruna a más de 265 millones de personas, lo que supone el doble de los cálculos previos a la pandemia por COVID-19 para 2020.
En realidad, la razón y origen de esta crisis no es que falten alimentos. De hecho, los datos estadísticos indican que 2020 ha sido un año de abundantes cosechas en general a nivel global. Pero la crisis alimentaria que llega es por todo lo contrario. Es porque sobran alimentos para un mercado agroalimentario con una demanda rota por el aumento del desempleo, por el proteccionismo de las economías avanzadas y por el colapso de las cadenas de suministro.
Esta crisis obligaría a los más desfavorecidos a elegir entre proteger su salud o proteger sus medios de vida. La pandemia producida por el virus COVID-19 ha causado una crisis económica que ha derivado en un gran daño a la disponibilidad de alimentos a nivel mundial. Por un lado, se ha roto la oferta, los agricultores, los distribuidores principalmente de productos perecederos (frutas y verduras) están disminuyendo su producción a medida que sus principales clientes (hoteles, restaurantes, escuelas, aeropuertos) han tenido que reducir, o incluso parar, sus operaciones. Esto está provocando producciones excedentes que arruinan a los productores ya que no encuentran a sus habituales compradores. Si ponemos como ejemplo los productos perecederos, lo que ha ocurrido es que el problema logístico ha sido mucho más fuerte. ¿Por qué? Porque no solo es la movilidad, sino que además está el problema de que es perecedero. Entonces si existe un retraso en sus transporte existe un problema. Por ejemplo, los espárragos. La mayor parte de los espárragos se exportan por avión y el coste del avión se comparte entre pasajeros y carga. Como no hay pasajeros el coste de carga es muy alto, entonces ya no es rentable económicamente. Lo mismo ocurre, por ejemplo, con el pescado. También tenemos a los productores de leche, quienes se están viendo obligados a verter miles de litros de leche fresca en las últimas semanas, incapaces de colocar el producto. En India se han desperdiciado enormes cosechas de tomates y plátanos a consecuencia de las restricciones de movimiento impuestas por el gobierno y que han hecho imposible llevar el producto a los mercados locales en marzo de 2020.Por tanto, el dilema está en cómo podemos asegurar que en el 2022 se planten las mismas cantidades de producto, las mismas cosechas, que en el 2020 o 2021, de forma que exista una seguridad de disponibilidad de alimento para el o los próximos años. Es difícil predecir cuánto ante la situación que tenemos presente. Si no ayudamos en este momento a los productores, estos no van a tener liquidez para plantar sus próximas cosechas y entonces sí estaremos bajo un grave problema de escasez de alimentos.
Por otro lado, están los consumidores. Los hogares que atraviesan dificultades económicas y están en situación de desempleo se están quedando sin dinero. Incluso cuando los productos están disponibles en los mercados locales. Este fenómeno en los países en vías de desarrollo todavía es peor, porque, además de los ciudadanos, los que se están quedando sin dinero son los importadores. África ha recibido un shock económico muy fuerte porque muchos países son exportadores de petróleo, muchos países son exportadores de algodón, como Mali, donde todos los contratos se están cancelando, son exportadores de commodities de metales que también están cayendo, o de café como Etiopía que también cae u no tienen la capacidad de Europa para poder inyectar 3 trillones de euros en la economía para que se reactive.
Países como Argelia, Angola, Ecuador, Nigeria o Arabia Saudí dependen de los ingresos por exportaciones de petróleo para ayudar a pagar las importaciones y financiar los subsidios alimentarios para los más pobres, Sin embargo, con la contracción económica generada por la COVID la demanda mundial de petróleo se ha desplomado y los precios del barril en crudo han caído incluso llegando a estar por debajo de cero por primera vez en la historia.
A esto hay que añadir la incertidumbre ante las posibles subidas del precio de los alimentos básicos como el trigo y el arroz que, a pesar de estar a la baja, han experimentado un aumento y que los analistas achacan principalmente al acopio, la especulación y el proteccionismo de los principales países productores y de los importadores más ricos. Y es que entre marzo y abril de 2020, varios de los principales países exportadores de trigo como Rusia, Ucrania o Kazajistán impusieron cuotas y suspensiones a sus exportaciones de arroz, Turquía restringió sus exportaciones de limones, Tailandia de huevos de gallina y Serbia de semillas de girasol. Mientras tanto, otros países estuvieron acumulando alimento con importaciones aceleradas, como Egipto, el mayor importador de trigo en el mundo, que compró grandes cantidades de grano franceses y rusos para almacenar reservas de hasta 8 meses.
Un encadenamiento de suspensiones y sobreabastecimiento que retrotrajeron a muchos a la crisis del precio de los alimentos de 2008. Si lo comparamos con la crisis 2007-2008, entonces teníamos 33 países poniendo restricciones y representaban el 28% de las exportaciones mundiales. Hoy en día ¿qué tenemos? Empezamos con 16 países que pusieron restricciones a las exportaciones y hoy sólo hay 11. Cuando eran 16 estábamos hablando de alrededor 6,5% del share de las exportaciones mundiales, ahora con 11 estamos hablando del 2,5%, es decir, no es nada, el problema no está ahí. En disponibilidad no es. La situación dramática está en el acceso. En Nigeria, uno de los mayores importadores de arroz y trigo del mundo y a la vez uno de los principales exportadores de petróleo, cada vez hay más supermercados que están teniendo que cerrar debido a una oferta y demanda rota. Un inquietante escenario que ya ha comenzado a traducirse en protestas, no solo en Nigeria, sino también en Kenia, Bangladesh, Honduras, Sudáfrica, y que mucho temen se extienda por las economías desarrolladas donde la subida de los precios puede exacerbar la desigualdad entre ricos y pobres.
Y aunque con la relajación de las medidas de control de la pandemia también se han ido relajando algunas de las restricciones de los países exportadores, muchos países pobres tendrán que elegir entre proteger la salud o proteger los medios de vida.
Sin duda, la pandemia ha provocado una dramática pérdida de vidas humanas en todo el mundo y presenta un desafío sin precedentes con profundas consecuencias sociales y económicas, que incluyen comprometer la seguridad alimentaria y la nutrición. La sostenibilidad alimentaria es quizás uno de los puntos más sensibles e importantes de la agenda de desarrollo sostenible 2030 publicada por la ONU. Una problemática mundial a la que no hemos dado la importancia que merece.
Aun así, y con todo esto, los economistas defienden el crecimiento, y sí, muchos países necesitan crecer, la cuestión a lo mejor es cuáles. En América no necesitan más abogados, en Europa, sobran burócratas en Bruselas. Pero el planeta tiene un problema de suministros. En cinco años habrá escasez de agua y alimento, así lo enuncia el científico experto Vaclav Smil. Debemos crecer en la dirección correcta.
No hay crecimiento sin riesgo. Cada avance comporta un riesgo que debe sopesarse. Sin datos, no se pueden tomar decisiones. Pero incluso teniendo los mejores números se debe considerar lo impredecible, el aspecto no numérico. Es fácil reducir las emisiones de CO2 en Dinamarca. Pero Nigeria hoy vive como los daneses en 1850 ¿qué se les puede pedir que reduzcan?
Estamos en una economía global, pero no existe una solución global igual para todos. El coste de reducir emisiones no debe ser proporcional, si no a la carta. No es lo mismo crecer para sobrevivir que para expandir la economía. Un ejemplo es la India. Está a punto de sobrepasar a China como el país más poblado del mundo (la ONU lo espera para 2027), sin embargo, consume un tercio menos de energía. No se puede medir la economía al margen de la población. El dinamismo es fundamental para mantenerla viva. Todo el mundo sabe que EEUU es la economía más dinámica del mundo. La China puede ser mayor, pero hay 1412 millones de chinos y sólo 331 millones de estadounidenses.
¿Qué es entonces el progreso? ¿Tener la población infantil vacunada, nutrida, con una expectativa de vida que pase de los 40 a los 80 años y con una educación y sanidad garantizada por el estado? España está en la cima de esperanza de vida, junto con Japón, a pesar de que a día de hoy España come demasiada carne. ¿Cuánto es demasiada? Durante el 1940 se comían 8kg de carne al año per cápita, ahora en 2021 cerca de 200kg. El ser humano es omnívoro. La clave está en el «omni» que significa «todo». Implica variedad y no excederse de nada. Sin la síntesis de fertilizantes habría hambruna generalizada- sin nitrógeno las plantas crecerían menos y habría para todos. Los fertilizantes no sólo sirven para agrandar las fortunas, además alimentan a la población mundial. La sanidad pública universal no es imposible, es un reto. Se pueden planificar mejor las cosechas y mejorar los fertilizantes. Las vacas pueden comer alfalfa. Nosotros no. Pero no solo comemos vacas, tenemos que alimentarlas. Casi todo en este planeta es cuestión de equilibrio.
El país con mayor sobrepeso es Arabia Saudí, con el más del 70% de la población obesa. Un 12% de la población mundial está infraalimentada y un 75% sobrealimentada. ¿La epidemia de la obesidad tiene más relación con la pobreza o con los coches? La respuesta es multifactorial: la genética manda, la dieta ayuda y el ejercicio o la actividad compensa. ¿La frugalidad es educación? ¿Qué es poco? Hay gente que cree que tres coches son pocos y hay quien considera que uno es demasiado. La educación no lo es todo. La alta educación sólo tiene un resultado comprobable que es la mayor posibilidad de ganar más dinero. Pero ese dato no es infalible, sólo hay que ver la cantidad de licenciados que hay en España y, sin embargo, se han visto forzados a emigrar.
El mundo es una máquina bien compleja. Donde termina un riesgo, empieza otro. Sólo hay que pensar en la pandemia. El mundo es un lugar de riesgo donde deberíamos tomar decisiones, donde las grandes decisiones importan y tiene un efecto.
El lema que la Organización Mundial de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO) ha dado al día Mundial de la Alimentación de este año 2021, que se ha celebrado este pasado 16 de octubre, es «Nuestras acciones son nuestro futuro»
Y es que, como todo en la vida, cada paso y cada acción que emprendemos, determina nuestro futuro. Todos nosotros, somos parte activa y responsable de un sistema complejo, vivo y moldeable denominado sistema alimentario.
La FAO define los sistemas alimentarios como el conjunto de actores y la relación del conjunto de actividades establecidas entre todos ellos mediante las distintas interrelaciones que hacen posible la producción, transformación, distribución y consumo de alimentos.
Los elementos que componen los sistemas alimentarios son múltiples e integran tanto aspectos de los sistemas de producción, almacenamiento, procesado, envasado y logística, como cuestiones relacionadas con los aspectos de calidad, nutricionales, de seguridad, precios, incluso hasta cuestiones como información y comportamiento de los consumidores. Teniendo en cuenta todos estos factores- ¡y otros muchos!- y su interrelación, no es descabellado pensar que los sistemas alimentarios son de crucial importancia para muchos de los retos y objetivos que debemos afrontar a nivel mundial, incluyendo los Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS). Entre estos objetivos y, particularmente dos de ellos, se encuentran los dirigidos a lograr «Hambre cero» (ODS2) y «Fin de la pobreza» (ODS1) en los que, hoy tenemos que poner especialmente énfasis.
La mayoría de los sistemas alimentarios actuales no son capaces de adaptarse, anticiparse o ser resilientes a situaciones de estrés ni de abastecer las necesidades presentes, en algunos casos, ni la previsión de las necesidades de una población creciente.
Existe una clara necesidad de realizar una transición hacia sistemas alimentarios más inclusivos, resilientes y sostenibles
Un sistema alimentario sostenible integra alimentos variados y suficientes, nutritivos e inocuos con un precio justo para todos, donde no se presentan formas de malnutrición y no hay personas que pasan hambre. Las decisiones y estrategias políticas son necesarias pero, nuestra contribución como miembros activos del sistema también. Cada vez que elegimos los alimentos que vamos a consumir, tomamos múltiples decisiones y aportamos nuestro granito de arena hacia nuestra dieta saludable pero también más sostenible, que contribuya a la restauración de los recursos naturales. Hacia comercios más justos, que lideren el camino hacia la erradicación de la pobreza y malnutrición, protegiendo así los derechos humanos.
En el Día Mundial de la Alimentación, cada 16 de octubre desde 1979, se impulsa la acción colectiva de un gran número de países para llevar a cabo eventos, actividades de comunicación y difusión con el objetivo de promover la necesidad de erradicar el hambre y garantizar dietas saludables para todos los miembros de este planeta.
Los retos que debemos abordar incluyen el crecimiento de la población mundial, el cambio climático, las enfermedades relacionadas con la dieta, el desgaste de los recursos naturales y situaciones puntuales asociadas como pandemias o desastres naturales.
Cada 16 de octubre desde hace 42 años, la Organización de las Naciones Unidas para la Agricultura y la Alimentación (FAO) promueve la celebración del día Mundial de la Alimentación. En esta ocasión bajo el lema «NUESTRAS ACCIONES SON NUESTRO FUTURO»
La Unión Europea propone abordar el reto de la seguridad alimentaria y nutricional mediante políticas de investigación y desarrollo dirigidas a garantizar el futuro de nuestros sistemas alimentarios de manera que sean más sostenibles, resilientes, responsables, inclusivos, diversos y competitivos dentro de la estrategia FOOD 2030 a través de la que se pretende proporcionar soluciones a cuatro grandes prioridades generales del sistema alimentario:
NUTRICIÓN: asegurar dietas saludables y sostenibles.
CLIMA: lograr sistemas alimentarios inteligentes y sostenibles que ayuden a mitigar el impacto sobre el medio ambiente y permitan la adaptación al cambio climático.
CIRCULARIDAD: reduciendo el uso de recursos y mejorando la eficacia de los sistemas alimentarios.
INNOVACIÓN: mediante la atribución de poder a las comunidades, ciudades y zonas rurales.
En CARTIF trabajamos en diferentes áreas de intervención que permiten avanzar en esta dirección como es el salto a dietas más sostenibles y saludables, la identificación y utilización de nuevas fuentes de proteínas, reducción del desperdicio alimentario, la seguridad alimentaria o los sistemas alimentarios urbanos. En este área, se enmarca el Proyecto FUSILLI (Fostering the Urban Food System transformation through Innovative Living Labs Implementation, Proyecto Europeo financiado por la Comisión Europea en el Programa Horizonte Europa) con el objetivo de alcanzar una transición integrada y segura hacia sistemas alimentarios en ciudades y áreas periurbanas europeas mediante la creación de un plan urbano alimentario sostenible, con los aspectos medioambientales, sociales y económicos que integra acciones en los cuatro pilares de la estrategia FOOD 2030.
Sí, tenemos en nuestras manos el futuro de la alimentación. Cada paso que damos cada uno de nosotros en la dirección correcta, asegura la alimentación, la disponibilidad de dietas saludables y sostenibles a la vez que mantenemos el medio ambiente, nuestra salud, la igualdad e inclusión social y la economía. Sé parte del cambio que quieres ver.
Al igual que las huellas dactilares sirven para identificar personas, el perfil químico o «huella dactilar química» de un alimento es de mucha utilidad en el sector agroalimentario, debido a que aporta información sobre la autenticidad de los alimentos. El estudio de la huella digital química permite, entre otros aspectos, diferenciar alimentos de un mismo tipo producido en distintas regiones (denominación de origen), distinguir entre especies, comprobar la veracidad de sus componentes característicos, determinar la presencia de adulterantes y/o contaminantes, comprobar el método de preparación o procesado usado, entre otras características.
El desarrollo de este tipo de metodología analítica está siendo especialmente demandada para combatir el fraude alimentario, un tema que preocupa cada vez más tanto a consumidores, como a la industria alimentaria y a la administración. Aunque desde el 2013 se creó la EU Food Fraud Network con el fin de combatir el fraude en el sector alimentario, tanto en España como en el mercado global de la Unión Europea, va en aumento el número de notificaciones relacionadas con acciones fraudulentas a lo largo de la cadena agroalimentaria. En 2018, el fraude alimentario ocasionó un coste global para la industria alimentaria en unos 30.000 millones de euros y, solo en España, aumentaron las notificaciones de fraude de 234 en 2018 a 292 en 2019. Algunos sectores como el del aceite de oliva, el cárnico o vitivinícola fueron los más afectados.
Las acciones fraudulentas a lo largo de la cadena agroalimentaria pueden ser muy diversas y pueden llegar a afectar desde la calidad, pureza, estado de conservación hasta la identidad del alimento. En concordancia con esto, en 2014 el GFSI (Global Food Safety Initiative) definió el fraude alimentario como un término colectivo que abarca la deliberada e intencional sustitución, adición, adulteración o tergiversación de alimentos, ingredientes alimentarios o envasados de alimentos, etiquetado, información del producto o declaraciones falsas o engañosas hechas sobre un producto para obtener beneficios económicos que podrían afectar la salud del consumidor.
En este sentido, desde el Área de Alimentación de CARTIF se está avanzando en el desarrollo de técnicas analíticas para la detección de múltiples «biomarcadores» o la obtención de una «huella digital química» que permita comprobar la autenticidad del alimento y detectar fraudes aunque intenten ser enmascarados. En general, algunas de las tecnologías analíticas usadas para este fin como la cromatografía de gases acoplada a detectores como espectrometría de masas (GC-MS) o espectometría de movilidad iónica (GC-IMS), la cromatografía líquida con espectometría de masas como detector (LC-MS) o la espectroscopía infrarroja, llevan muchos años en los laboratorios, sin embargo, su aplicación tradicionalmente ha estado orientada al estudio dirigido (targeted) de ciertos compuestos. Hoy en día, existe una clara tendencia al desarrollo de métodos más potentes y ambiciosos (non targeted) que permitan la detección simultánea de la mayor cantidad posible de compuestos. Los datos químicos obtenidos de esta manera, al ser tratados mediante la aplicación de modelos matemáticos o estadísticos (quimiometría) pueden aportar información relevante sobre la identidad del alimento.
El fin último de estas metodologías analíticas es poder aportar, en el ámbito de la seguridad alimentaria, una herramienta útil, rápida y relativamente sencilla, que ayude a minimizar el fraude alimentario y evitar sus posibles consecuencias, tanto desde el punto de vista de la salud del consumidor como las pérdidas económicas que puedan representar para la industria alimentaria.
“Frenamos todos porque está rojo, amarillo y VERDEEEEEEEEEEE!”, decían los payasos en esa cinta que sonaba en mi casa una y otra vez. ‘¡Noooooo! Más fuerte! ¡¡¡Rojo, amarillo y VERDEEEEEEEEE!!!’, y así, mientras estábamos entretenidos desgañitándonos, mi madre aprovechaba para meternos otra cucharada rebosante de puré. ¡Pues nada! hasta aquí mi primera y emocionante experiencia relacionada con un semáforo y la alimentación.
Y de repente, solo unos años después, te encuentras delante del NutriScore, un semáforo nutricional, de entrada con excelentes intenciones: ayudar a los consumidores a tomar decisiones de compra más saludables, proporcionando en un solo vistazo y de forma sencilla, información sobre su calidad nutricional. Para ello, utiliza un algoritmo de forma que aporta una menor puntuación (más saludable) según su contenido en proteínas, fibra, frutas, frutos secos y verduras y una mayor puntuación (menos saludable) según su contenido en kilocalorías, grasa saturada, azúcares totales y sal. A partir de esa puntuación, el producto recibe una letra con el código de color correspondiente, desde la más saludable que sería la de color verde (letra A) hasta la menos saludable que se indicaría con el color rojo (letra E).
Pero no todo es perfecto en el mundo del colorido algoritmo, ya que, desde su nacimiento en Francia en 2017, ha sido objeto de numerosas críticas argumentando que el NutriScore, no solo incumple los objetivos para los que fue creado, sino que, incluso, resulta engañoso para los consumidores. Como era de esperar, nos encontramos ante una Europa dividida. Por una parte, los gobiernos de Francia, Países Bajos, Suiza, Bélgica, Luxemburgo y Alemania han adoptado el etiquetado NutriScore de forma voluntaria. Sin embargo, Italia considera que dicho etiquetado supone un riesgo para los productos “made in Italy” y la dieta mediterránea. Incluso han presentado a la Comisión una alternativa al NutriScore denominado NutrInform (por cierto, también muy criticado). Grandes multinacionales del sector de la alimentación como Nestlé, Kellogg´s y Danone ya han implantado el NutriScore en sus líneas de marca propia y algunas de las cadenas minoristas más grandes como Carrefour, Erosky, Aldi y Lidl, también han incluido el NutriScore en los productos de su propia marca.
En este tema parece que no valen medias tintas. El grupo “PRO-NutriScore” sostiene que se trata de una herramienta de fácil interpretación que puede fomentar la elección de alimentos saludables y motivar a la industria la reformulación de sus productos. Por el contrario, para el grupo “CONTRA-NutriScore” se trata de un sistema injusto, que puede discriminar ciertas categorías de alimentos, ya que no incluye información exhaustiva de nutrientes ni está basado en las ingestas de referencia del consumidor medio, lo que conduciría a una dieta poco balanceada.
El NutriScore tampoco termina de convencer a la Comisión Europea. De hecho, en su estrategia Farm to Fork publicada en marzo de 2020, la Comisión se enfrenta al desafío de implantar un sistema de etiquetado único y obligatorio en toda la UE, para el último cuatrimestre del 2022, pero hasta el momento no se ha comprometido con el NutriScore. De hecho, ha propuesto lanzar un estudio de impacto sobre los diferentes tipos de etiquetado frontal de los envases.
A pesar de todo este maremágnum de opiniones, a día de hoy, el NutriScore es uno de los etiquetados frontales con una mayor aceptación en Europa y el elegido por España para su implantación durante el primer cuatrimestre del 2021.
Y ¿entonces?, como diría la cantante española Vanesa Martín, ¿cómo lo resolvemos?, ¿cómo hacemos un ovillo con todo lo que sabemos? Pues sinceramente, no lo sé… pero llega a mi cabeza una frase de mi “amigo” Victor Kuppers que dice: “Al final, lo más importante en la vida es que lo más importantesea lo más importante” y en el tema que nos ocupa, no olvidemos que lo más importante es informar (que no influir) al consumidor.
Esta situación me está recordando a lo que pasó con el Reglamento 1924/2006 cuyo objetivo inicial era también muy digno, ya que se publicó con el fin de proteger a los consumidores sobre las declaraciones nutricionales y de propiedades saludables en los alimentos. Ese fue un Reglamento con fuertes presiones por parte de la industria alimentaria que no tuvo en cuenta al consumidor. De hecho, a día de hoy los consumidores siguen sin conocer la diferencia entre un producto “sin grasa”, “bajo en grasa” o “reducido en grasa”, por poner un ejemplo. Fue un Reglamento hecho “para” y “por” la industria alimentaria y que, en mi opinión, tampoco ha garantizado la protección del consumidor. Al menos, el NutriScore dejaría en evidencia a un Reglamento que está permitiendo que un bollo frito relleno de crema enriquecido en vitamina D declare que “contribuye al funcionamiento normal del sistema inmunitario”. Sin embargo, el NutriScore también se está utilizando como herramienta de marketing por parte de la industria alimentaria, incluso se ha modificado el algoritmo para mejorar la puntuación de determinados productos.
Una de las principales críticas al NutriScore es que productos con escaso valor nutricional puedan dar la impresión de ser saludables después de su reformulación. En realidad, a mi parecer, el NutriScore estaría dando continuidad a una situación que el Reglamento 1924/2006 no ha podido solventar. Deberíamos enfocarnos con las políticas sanitarias reformulando aquellos productos con demasiada sal, grasas saturadas y azúcares con el fin de que los consumidores puedan elegir realmente opciones más saludables.
Ya sabemos que el NutriScore no es perfecto, de hecho ningún sistema de etiquetado lo será de forma aislada. De forma paralela será necesario establecer sistemas complementarios de información nutricional. Por supuesto que la formación de la población en materia de nutrición será imprescindible para que cualquier sistema de etiquetado sea eficaz, pero en este punto es realmente necesario que la industria alimentaria pierda el miedo a ser más transparente. Los departamentos de marketing deben entender que incluir como ingrediente “sodium palmitate” (nombre en latín) o “elaeis guineensis” (nombre de la planta) en lugar de “aceite de palma”, no es transparencia y puede confundir hasta a un consumidor doctorado en nutrición. Y ya puestos, los que empezamos a necesitar un palo de selfie para poder leer las etiquetas estaríamos eternamente agradecidos con un tamaño de letra algo mayor.
Y para terminar, como decían los payasos, el viajar en un placer… que nos suele suceder…así que en el área de alimentación de CARTIF durante el año 2021 estamos preparando iniciativas empresariales relacionadas con la mejora del perfil nutricional de determinados alimentos y acciones encaminadas a mejorar el etiquetado nutricional con el fin de que los consumidores puedan elegir los alimentos con mayor conocimiento de causa.
Hoy 16 de octubre se conmemora, como cada año desde 1979, el día mundial de la Alimentación, promovido por la Organización de las Naciones Unidas para la Agricultura y Alimentación (FAO). Este año, la FAO hace un llamamiento especial a la consecución de alimentos saludables para todos los rincones del planeta y, en especial, para los lugares más desfavorecidos, aún más en estos momentos debido a la pandemia que nos asola. Además, se homenajea de manera especial a las personas que cultivan la tierra, recolectan, pescan o transportan nuestros alimentos. Ellos son hoy los #HéroesdelaAlimentación.
El día Mundial de la Alimentación se celebra cada 16 de octubre desde 1979 promovido por la FAO. Este año lo hace bajo el lema “2020; cultivar, nutrir, preservar, juntos”
Los cambios en los hábitos nutricionales en Europa son cada vez más patentes. El incremento de las enfermedades relacionadas con la malnutrición – y el impacto de este hecho en el sistema sanitario- de las que ya hablamos en un post anterior (Malnutrición por exceso), se traduce en más de un 70 % de la población adulta con sobrepeso y un 30 % de obesidad, mientras que 820 millones de personas en el mundo padecen hambre (Datos FAO, 2020).
Por otra parte, sistema alimentario actual -en el que se incluye cultivo, cría de animales, transformación, envasado y transporte- es el responsable del 37 % del total de las emisiones de gases de efecto invernadero (GEI) que se generan anualmente, y que las pérdidas y el desperdicio de alimentos colabora, además, con un 8-10 % sobre el total (Datos IPCC, 2019) como también comentamos en otro post (Dime lo que comes…y te diré si es bueno para el planeta).
Una gran parte de los sistemas alimentarios de Europa producen de forma no sostenible y muestran patrones de consumo no saludables. Es necesario alinear los objetivos relacionados de producción, con los relacionados con la nutrición y la salud.
Tristemente, con esos datos, podemos decir que si por algo se caracteriza nuestros actuales sistemas alimentarios es por la dietas poco saludables y poco sostenibles desde el punto de vista medioambiental.
De forma resumida, se puede decir que, a pesar del creciente interés de la población por la alimentación, la nutrición y la calidad de los alimentos y los beneficios que una dieta saludable tiene sobre la salud, la Unión europea lleva años experimentando una transición negativa marcada por el incremento de estas enfermedades no transmisibles (diabetes, enfermedades cardiovasculares, cáncer o enfermedades respiratorias crónicas).
Por ello, los sistemas alimentarios necesitan enfrentarse a grandes retos como nutrir a una creciente población, concentrada además en núcleos urbanos, a la vez que reducir la presión en los sistemas productivos naturales en el contexto de un cambio climático. Logrando esta transformación, lograremos mejorar nuestra dieta, nuestra salud y la salud del planeta.
Todos tenemos un papel relevante en convertir nuestros sistemas alimentarios en más resilientes y robustos de manera que puedan adaptarse a cada situación y al cambio climático ofreciendo dietas saludables, asequible y sostenibles en un sistema justo para todos los integrantes.
En este contexto, surge la estrategia de la Granja a la mesa para lograr una alimentación sostenible (From farm to fork). Es una de las iniciativas de la Unión Europea para lograr la neutralidad climática para el año 2050 dentro del denominado Pacto Verde Europeo (European Green Deal). La estrategia de la Granja a la mesa, contempla la producción de alimentos con impacto ambiental neutro o positivo a la vez que se garantiza la seguridad alimentaria, la nutrición y la salud de las personas en un marco de precios asequibles y rentables. En ella, se reconoce como actores clave para lograr el cambio climático y preservar la biodiversidad a los agricultores, ganaderos y pescadores europeos, y se promueve un entorno de comercialización a través de canales cortos apostando por la mitigación del cambio climático y la reducción o eliminación del desperdicio alimentario.
El objetivo final de esta estrategia es lograr un sistema alimentario justo, saludable y sostenible en el que se produzcan alimentos seguros, nutritivos y de calidad a la vez que se minimiza el impacto sobre la naturaleza. Todo ello alineado con los objetivos de desarrollo sostenible(ODSs).
Fig. Objetivos de la Unión Europea para la consecución de un sistema alimentario sostenible
Quizá hoy sea un buen día para escribir nuestra carta de deseos; Querido sistema alimentario, quiero conocerte más sostenible y saludable. Para actuar a favor de un cambio y reducir el impacto sobre el cambio climático, me comprometo a seleccionar mejor mis opciones de alimentación y a contribuir con todas aquellas pequeñas acciones que estén en mi mano.
No hay duda de que eligiendo una dieta más saludable y sostenible estamos contribuyendo de manera consciente a un cambio. La elección de alimentos que impriman una menor huella (de carbono, agua o ecológica) contribuye a una reducción de la emisión de gases efecto invernadero y, por tanto, a frenar el calentamiento global. Además del menor impacto sobre el medio ambiente, conseguimos un mayor beneficio sobre nuestra salud ya que obtenemos una dieta más equilibrada. Mediante el consumo de una dieta variada o la elección de productos de temporadao alimentos menos procesados también logramos reducir la huella de carbono. Pequeñas acciones como consumir agua del grifo, planificar la compra, cocinar de manera tradicional o preservar adecuadamente los alimentos, contribuyen positivamente.
Microalgas por aquí, microalgas por allá. Raro es no haberse encontrado con alguna noticia sobre el aprovechamiento y los mil usos de estos microorganismos que hace unos años simplemente conocíamos como aquellos que tiñen de color verdoso las aguas saladas y dulces.
Las microalgas son una fuente muy provechosa para la humanidad, extendiéndose su aplicación a campos como la alimentación, la agricultura, la acuicultura, la farmacología y la cosmética, entre otros. Asimismo, pueden generar energía limpia y biocombustibles de segunda generación, contribuyendo con ello al desarrollo de la economía circular.
Pueden crecer de manera autótrofa o heterotrófica. En la primera emplean la luz solar como fuente de energía y CO2 como fuente inorgánica de carbono, consumiendo nutrientes y produciendo oxígeno. Mientras que en el modo de crecimiento heterótrofo la única fuente de energía o carbono son los compuestos orgánicos.
Las microalgas heterótrofas tienen un gran potencial para eliminar el carbono orgánico y varios tipos de compuestos de nitrógeno y fósforo de las aguas residuales, que lo utilizan como fuente de carbono y energía sin necesidad del aporte de luz solar. Se trata, por tanto, de una gran oportunidad que permitirá depurar aguas residuales sin requerir grandes superficies como en el caso de las condiciones autótrofas.
Proyecto LIFE ALGAECAN
Con el proyecto LIFE ALGAECAN, coordinado por CARTIF, se propone un nuevo tratamiento sostenible de efluentes residuales de la industria agroalimentaria mediante el cultivo de microalgas heterótrofas, obteniendo un sub-producto de alta calidad como materia prima y de interés comercial. Este sub-producto tiene como objetivo su utilidad como biofertilizante y/o pienso animal.
La biomasa microalgal contiene micro y macronutrientes, especialmente nitrógeno, fósforo y potasio, que pueden considerarse como un biofertilizante, producto que puede ayudar a mejorar la fertilidad del suelo y estimular el crecimiento de las plantas.
La planta piloto ha estado instalada y operando durante seis meses en las instalaciones de la empresa Huercasa, en Segovia (España), realizando un tratamiento de su agua residual procedente del lavado y procesamiento de verduras y consiguiendo el crecimiento rentable de microalgas heterótrofas en tanques cerrados.
Esta planta de demostración es capaz de realizar un tratamiento de 2m3 al día a través del cultivo de microalgas; una separación por centrifugación de la biomasa algal y el agua limpia y, por último, un secado por aspersión de esta biomasa obteniendo polvo de microalga como producto final.
¿Este tratamiento resulta beneficioso ambiental y económicamente?
El consorcio del proyecto ha diseñado y desarrollado este prototipo de tratamiento, alimentado con energías renovables, concretamente con energía solar y con apoyo de biomasa, con el objetivo de minimizar la huella de carbono y los costes de operación.
Por otro lado, se obtendrá un beneficio económico con la venta de las microalgas obtenidas como biofertilizante.
Los resultados obtenidos han sido favorables hasta el momento, dado que se está consiguiendo un agua depurada dentro de los parámetros legales de vertidos, además de la eliminación completa de los lodos que se generan en el proceso tradicional de depuración de este tipo de aguas en condiciones aeróbicas. Esto se traduce en una buena opción como tratamiento para empresas con este tipo de efluentes y su posible escalado a nivel industrial.
El fin último del proyecto es replicar sus resultados en otros lugares y durante los próximos seis meses la planta estará operando en el segundo demostrador en las instalaciones de la empresa VIPÎ, en Eslovenia, donde las condiciones ambientales son diferentes.
El consorcio del proyecto lo forman los Centros Tecnológicos CARTIF (como coordinador) y AlgEn (Eslovenia), las empresas HUERCASA (España) y VIPÎ (Eslovenia), y la Universidad de Atenas (Grecia).