La flor de loto tiene la capacidad de sobrevivir en entornos difíciles, como las zonas pantanosas, de ahí que sea frecuentemente asociada con los complejos procesos vitales que debe enfrentar el ser humano.

A la mayoría de los centros tecnológicos nos han dicho alguna vez frases del tipo «cuéntame tú y te digo si se adapta a lo que necesito» , «búscame una subvención y montamos un proyecto que se adapte» o «cuando lo tengas desarrollado y funcione, hablamos». Este tipo de frases no son más que una demostración de, en general, la baja cultura innovadora que tenemos en nuestro entorno, y de las inexistentes políticas estratégicas empresariales basadas en innovación.

Los centros tecnológicos somos agentes expertos en innovaciones incrementales, que nos debemos a las exigencias del mercado y que tenemos el objetivo de generar beneficio social y económico en los sistemas de innovación a los que pertenecemos. Somos, por tanto, agentes fundamentales para conseguir la prosperidad de las regiones dado que nuestra misión es utilizar la ciencia, transformarla en soluciones tecnológicas y transferirla al mercado para que se exploten y generen valor.

Necesitamos que cada agente del sistema de innovación cumpla con su rol porque si cada agente opera libremente, en un mercado de competencia perfecta, donde la única variable que se percibe a considerar es el precio, se dan inconsistencias e ineficiencias que en muchos casos no se perciben en el corto plazo, pero en todos los casos se sufren en el largo. Así, los ecosistemas de innovación pueden llegar a ser verdaderos cultivos de «des-tecnología», de ·des-valorización» y en último término de «des-innovación» si cada agente no tenemos claro cuál es nuestra función y ámbito de actuación, si no operamos buscando monopolios de roles y si no se persigue un objetivo común como ecosistema por todos los agentes que participamos.

Sin entrar en quien fue antes, si el huevo o la gallina, hay numerosos ejemplos que demuestran la relación entre la competitividad y prosperidad de las regiones y la existencia de centros tecnológicos fuertemente enraizados, con un rol claramente definido y apoyados por el ecosistema:

  • Se trata de ecosistemas en los que se incentiva económica y fiscalmente la innovación, y en donde existe una verdadera cultura hacia el cambio buscando la prosperidad.
  • Ecosistemas que cuentan con una clara apuesta por parte de las administraciones públicas hacia la innovación, pilotando proyectos estratégicos basados en tecnología, invirtiendo en financiación basal para los centros tecnológicos y con monopolios de roles de cada agente que consigue la eficiencia del ecosistema.
  • Se trata de ecosistemas con tratamientos fiscales que incentivan la generación de océanos azules en el largo plazo y la compra de innovación tecnológica de sus propios agentes en el corto y medio plazo.
  • Son ecosistemas culturalmente avanzados que buscan la independencia tecnológica y por tanto la autonomía en la toma de decisiones.
  • Ecosistemas con redes de valorización de tecnología y conocimiento maduras y preparadas para la explotación de esos activos.
  • Ecosistemas que crean talento propio y atraen talento ajeno.

Conociendo, por tanto, las variables de entorno que afectan al establecimiento de un ecosistema de innovación adecuado: sostenible y próspero, es deber de todos los agentes que formamos los ecosistemas de innovación, luchar por conseguir entornos de innovación fértiles, bien dotados de recursos y cultura innovadora, que sirvan de agua y abono, y no pantanosos en los que cada agente nos tengamos que convertir en flores de loto buscando la supervivencia en un entorno en el que se compite en precios y nos aleja de buscar la prosperidad de nuestras propias regiones que es alcanzable únicamente aportando valor según nuestro rol.

Innova por tí, innova por mí, innova por tod@s.

Irene Hompanera
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