Wearables: ¿vigilantes o asistentes?
Los wearables o “vestibles”, entendidos como dispositivos que “se llevan puestos” y que nos facilitan algunas funciones como ver la hora y realizar cálculos o mejorar nuestras capacidades, no son algo nuevo
Ya en 1654, la dinastía Qing miniaturizó un ábaco en un anillo que hoy es considerado en muchos medios como el primer vestible de la historia. Al mismo tiempo se empezaron a usar instrumentos amplificadores de la vista y del oído (lentes, trompetillas). Más de un siglo después, aparecieron dispositivos como el cronómetro marino de Harrison y, ya en el siglo XX, llegaron los relojes de pulsera y las cámaras en chalecos y cascos. Como anécdota, en 1961 Edward O. Thorp y Claude Shannon introdujeron una computadora en un zapato para hacer trampas jugando a la ruleta. Pero, es a partir del primer reloj digital en 1972, (Hamilton) cuando podemos hablar de “wearables tecnológicos”.
En la actualidad, los wearables más populares son aquellos que nos permiten realizar un seguimiento de las actividades deportivas, pero las investigaciones y el mercado se encaminan cada vez más a aquellos relacionados con la salud y la calidad de vida.
En este campo, el límite tecnológico está en la capacidad de medir las señales que emite el cuerpo humano con sensores que puedan ser integrados en dispositivos fáciles de llevar: pulseras, anillos, relojes, gafas, prendas de vestir.
En cuánto a la funcionalidad, ésta se dirige principalmente a especializar y agrupar las medidas fisiológicas y las constantes vitales con el fin de controlar, detectar y prevenir crisis en enfermedades, tanto físicas (problemas cardiológicos, diabetes, epilepsia) como psíquicas y/o anímicas (estrés, ansiedad, desorientación).
Aunque en otros ámbitos el uso de estos dispositivos pueda resultar atractivo, en el campo de la salud se puede convertir en algo incómodo, incluso estigmatizante. En tiempos en los que las historias clínicas tienen tan alto grado de confidencialidad y privacidad, ¿quién está dispuesto a llevar un reloj que por la marca, forma o señales que emite, está diciendo a los que le rodean que es diabético? O, si se padecen varias patologías ¿hay que llevar una colección de pulseras coloridas en el brazo para medir todas las constantes vitales relacionadas?
Este factor puede ser uno de los grandes inconvenientes a la hora de introducir los wearable en la vida diaria, por lo que la minimización del impacto visual y la comodidad de uso son dos motivos fundamentales por los que las tendencias tecnológicas van derivándose hacia dispositivos que se “funden” con el cuerpo (segundas pieles, tatuajes) y, yendo un poco más allá, que se integran en el cuerpo. Poder llevar los wearables dentro del cuerpo no resulta tan extraño si pensamos que el primer marcapasos externo se construyó en 1957 y sólo un año después se implantó el primer marcapasos interno. Hoy los materiales susceptibles de no ser rechazados por el cuerpo humano son numerosos y las investigaciones en el campo médico, biológico y tecnológico confluyen cada día en nuevos sensores y dispositivos.
Otro de los grandes inconvenientes para el despegue definitivo de los wearables viene de la mano de la cultura de la privacidad de los datos y de la sensación de control. El reto está en demostrar la paradoja de que cuánto más nos controle el dispositivo, más independencia tenemos: un dispositivo capaz de detectar un posible infarto, una situación de estrés o un ataque de epilepsia (todos ellos existen ya), nos dan una mayor movilidad, aumentan nuestras posibilidades de viajar solos y de realizar actividades sin miedo a un imprevisto. Además de poder hacer llamadas a los servicios de emergencia, proporcionar alarmas de medicación con tiempo suficiente y de almacenar información útil para la siguiente revisión médica.
Por tanto, en estos próximos años será fundamental cambiar el concepto de “estar controlados” por el de la seguridad de “recibir información a tiempo”, así como hacer hincapié en la discreción visual de los dispositivos. Esto hará que los wearables sean algo normal en nuestras vidas puesto que los conocimientos y la tecnología para desarrollarlos ya los tenemos.