En nuestra vida cotidiana estamos rodeados de radiactividad, ya sea de origen natural o artificial. La mayor parte de la radiactividad que hay en el medio ambiente procede de los elementos naturales. De hecho, en muchos alimentos y en el agua potable existen elementos radioactivos. Pero… ¿cómo llegan esos elementos al agua potable?
Los radionucleidos o isótopos radioactivos están presentes de forma natural en las rocas de la corteza terrestre, siendo las minas de uranio un buen ejemplo de este fenómeno. El contenido de estos radionucleidos naturales varía entre las diferentes rocas y tipos de suelos, siendo las formaciones graníticas unas de las que presentan mayor contenido de radionucleidos. Cuando el agua subterránea está en contacto con estos subsuelos degrada progresivamente las rocas, disolviendo y arrastrando radionucleidos que pueden quedar integrados en su composición química en concentraciones que superen los estándares requeridos por la Directiva 2013/51/Euratom del Consejo, de 22 de octubre de 2013. Los radionucleidos que pueden estar presentes en las aguas potables son, principalmente, radón (222Rn), uranio (238U, 234U) y radio (226Ra), entre otros.
En España, el control de sustancias radiactivas en aguas de consumo humano se establece según el Real Decreto 140/2003, que indica los parámetros de radiactividad a medir y los valores máximos permitidos. Dicho RD sostiene que “todos los datos generados de los controles de las sustancias radiactivas en el agua de consumo o agua destinada a la producción de agua de consumo humano deberán ser notificados en el Sistema de Información Nacional de Agua de Consumo (SINAC)”.
Pero, ¿realmente tienen acceso los ciudadanos a la información sobre la calidad radiológica del agua que consumen? Durante el desarrollo de una de las actividades transversales del proyecto LIFE ALCHEMIA, se ha llegado a la conclusión de que, en verdad, la respuesta varía mucho dependiendo del país. Este proyecto europeo, cofinanciado por el programa LIFE de la Unión Europea, pretende demostrar la viabilidad de sistemas medioambientalmente sostenibles, basados en oxidaciones con dióxido de manganeso y lechos filtrantes para eliminar/reducir la radiactividad natural del agua, y minimizar la generación de materiales radiactivos de origen natural (NORM) en las etapas de purificación.
El proyecto LIFE ALCHEMIA está elaborando bases de datos que muestren los niveles de radiactividad natural en el agua tratada en potabilizadoras de toda la Unión Europea, y se ha observado que en países como Francia o Estonia los ciudadanos tienen acceso libre a esta información, mientras que en países como Finlandia o Suecia esta información no es pública o no es fácilmente accesible. España se encuentra dentro de este segundo grupo. De hecho, echando un vistazo al SINAC (Sistema de Información Nacional de Agua de Consumo), se comprueba que la información sobre la calidad radiológica del agua no es accesible al ciudadano.
Se ha contactado con centenares de gestores de agua y ayuntamientos en busca de información, pero sólo unos pocos han atendido esta petición. Esta situación se torna más preocupante cuando se comprueban los altos niveles de uranio y torio presentes en el subsuelo de provincias como Almería (provincia donde LIFE ALCHEMIA tiene en marcha tres plantas piloto), Pontevedra, Ourense, Salamanca, Cáceres o Badajoz.
Esta falta de transparencia puede deberse a que el concepto de radiactividad no tiene buena fama debido a las distintas catástrofes que se le asocian, por lo que se piensa que radiactividad es indicativo de “muerte”, aunque estas catástrofes no tengan ninguna relación con la radiactividad natural.
Como reflexión final, tres preguntas:
¿Sabía que el agua que sale de mi grifo puede contener radiactividad natural?
¿Conozco las características radiológicas del agua que consumo a diario?
Y si quiero conocerlas, ¿sé dónde tengo que acudir y realmente puedo obtener esos datos?
Si trata de responder estas tres preguntas, podrá sacar sus propias conclusiones sobre cómo se afronta este problema medioambiental en su localidad.
Hace unos días, en París, en el marco del 3º Congreso de Energía y Conocimiento del Medioambiente, E2KW 2016, celebramos el evento final de nuestro proyecto europeo LIFE DIOXDETECTOR, cuyo principal objetivo ha sido la aplicación de una nueva técnica analítica para la cuantificación de dioxinas y furanos.
¿Qué son estos compuestos? Las dioxinas y furanos son compuestos que forman parte de un grupo de productos químicos peligrosos llamado Contaminantes Orgánicos Persistentes (COPs). Cuando escuchamos la palabra “dioxinas” suele crearse una cierta alarma (y no es para menos) ya que son compuestos “preocupantes” por su elevado potencial tóxico así como su persistencia en los organismos (entre los 7 y 10 años).
Grandes catástrofes como el grave accidente ocurrido en 1976 en una fábrica de productos químicos en Seveso (Italia), las altas concentraciones de dioxinas que se encontraron en aves de corral y huevos procedentes de Bélgica en 1999 o la retirada del mercado de toneladas de carne de cerdo y productos porcinos a finales de 2008 en Irlanda, ya que se detectaron cantidades de dioxinas 200 veces por encima del límite de inocuidad prescrito, entre otros, han servido para estudiar los efectos que a largo plazo las dioxinas y furanos causan sobre la salud y medioambiente.
¿Dónde se producen? Sus fuentes de emisión son, principalmente, la incineración de residuos sólidos, procesos industriales (papeleras, fundiciones, etc.) y tráfico rodado, aunque también se pueden generar de modo natural (incendios forestales). De todas estas fuentes, las incineradoras de residuos sólidos constituyen la fuente más importante por ello están expresamente reguladas por la Directiva europea para los residuos peligrosos 2000/76, traspuesta en la legislación española en el RD 653/2003, estableciéndose el valor límite de sus emisiones totales en 0,1 ng/Nm3.
Esto no implica que el problema de las dioxinas y furanos no nos pueda afectar si no vivimos cerca de una incineradora, ya que, debido a la presencia generalizada de estos compuestos, todas las personas tienen antecedentes de exposición que no repercuten en la salud humana.
¿Pero cómo nos afectan? En el ser humano, estos compuestos pueden provocar problemas de reproducción y desarrollo, afectar el sistema inmunitario, interferir con hormonas y de este modo, causar cáncer.
En el medio ambiente, los estudios muestran que el suelo y la vegetación cercanos a las incineradoras pueden llegar a contaminarse por la liberación de dioxinas y metales pesados, a niveles por encima de las concentraciones de fondo normales.
Entonces ¿qué podemos hacer? El análisis de este tipo de compuestos es uno de los más complicados que existen.
Sin lugar a dudas, las medidas más eficaces para evitar o reducir la exposición humana a estos compuestos son las que se adoptan en la raíz, es decir, en las propias fuentes de emisión, con controles más rigurosos de los procesos industriales para minimizar su formación.
Pero es necesario ir más allá, ya que la elevada toxicidad de estos compuestos a concentraciones muy bajas hace necesario el desarrollo de técnicas de análisis altamente sensibles, como la tecnología propuesta en LIFE DIOXDETECTOR.
El resultado final ha sido muy esperanzador. La tecnología desarrollada presenta características muy interesantes:
Es capaz de detectar concentraciones de estos compuestos por debajo del nivel de partes por cuatrillón (ppq)
Presenta tiempos de análisis más bajos (tiempos de filtrado de milisegundos frente a los minutos que tardan las columnas cromatográficas)
No se requieren largos periodos de tiempo para que la cantidad a detectar sea apreciable y
El coste del análisis es considerablemente más barato
Está claro que una mejora en la calidad del aire es una mejora en nuestra calidad de vida. Sólo hay que echar un vistazo a noticias como: “Madrid supera los límites de dióxido de nitrógeno y activa la fase 2 del protocolo de anti polución del Ayuntamiento” o “La mala calidad del aire de Avilés obliga a decretar la prealerta por contaminación”, entre otras, para darse cuenta de las consecuencias que conlleva una mala calidad del aire en nuestro día a día. Merece la pena, sin duda, invertir esfuerzos en ello.