Si la innovación es retorno, impacto, ingreso… ¿por qué no innovamos más?

Durante el tiempo que llevo dedicándome a innovación y, en mi caso, a fomentar el uso de tecnologías por entidades a través de procesos de transferencia, he podido hablar y ver ejemplos muy de cerca de por qué nos cuesta tanto innovar.

Nos cuesta innovar porque nos cuesta dedicar tiempo, recursos y energía a planificar en qué innovar, porque nos cuesta aceptar que la competencia está creciendo porque ha hecho de la innovación su estrategia principal.

Porque nos cuesta proponer nuevas formas de hacer las cosas, nuevos proyectos, nuevas ideas a nuestros superiores, porque es más sencillo seguir con lo que siempre hemos hecho y no involucrarnos en “otros rollos”.

Porque nos cuesta salir de esa zona confortable, de esa rutina adquirida que, aunque ya no nos desafía, nos ofrece seguridad en la consecución de resultados.

Nos cuesta porque innovar significa adentrarse en lo incierto, y eso nos asusta. Nos asusta el error, la posibilidad de fracasar, la idea de que los recursos que pongamos puedan no dar el fruto esperado.

Nos cuesta porque lo desconocido asusta y más cuando lo desconocido para alcanzarlo supone superar ciertas barreras, supone enfrentarse a riesgos que, aunque a veces son conocidos, no siempre tenemos claro cómo gestionarlos

Nos cuesta, también, porque la innovación exige un cambio de mentalidad. No se trata solo de invertir en nuevas tecnologías o en productos, se trata de transformar nuestra forma de pensar, de cuestionarnos lo que damos por hecho.

Nos cuesta porque, a menudo, preferimos lo que conocemos, incluso si eso significa quedarnos estancados.

Y, sin embargo, lo cierto es que el verdadero riesgo no está en innovar, sino en no hacerlo. El verdadero peligro está en mirar al futuro y darnos cuenta de que hemos sido superados por quienes sí se atrevieron a cambiar.

Por todo esto, la clave de la innovación es entender y, sobre todo, asumir que el riesgo forma parte del proceso. De esta manera puedes identificar como afecta el riesgo y establecer las condiciones para mitigarlo.


Un sistema de gestión del riesgo inherente al proceso de innovación es el primer paso para desbloquear ese miedo hacia innovar. No se trata de teoría, sino de poner en marcha ciertas acciones concretas que permiten generar un ambiente idóneo para estimular la innovación.

En mi experiencia, los factores que son determinantes para crear un buen sistema de mitificación del riesgo son:

  • Constituir un ecosistema de innovación propio y rodearse de socios estratégicos: centros tecnológicos, universidades, startups, empresas-clientes o proveedores- para fomentar la transferencia de know how de esas entidades y acelerar el aprendizaje colectivo y reducir así los tiempos para llegar al impacto.
  • Planificar presupuestos de innovación: destinar recursos específicos a proyectos innovadores en un periodo concreto, evitando que la innovación dependa de la improvisación o del éxito asociado a la concurrencia competitiva. No hay que dedicar recursos que comprometan el core bussines de la entidad, pero si los suficientes que actúen de palanca dinamizadora. Un 1% del presupuesto de un año ya es mucho. Es importante porque igual que lo que no está en la agenda no es prioritario, lo que no está en presupuestos, no existe.
  • Impulso de la dirección: el compromiso firme desde arriba es el motor que da legitimidad y continuidad a la innovación y permite que el ecosistema que has elegido perdure en el tiempo y obtenga resultados. Compromiso reflejado en acciones, no solo presupuestarios si no a través de participación en reuniones de las nuevas iniciativas o en el análisis y selección del ecosistema.
  • Implementar rutinas innovadoras: incorporar prácticas que conviertan la innovación en una constante. Innovar no es un esfuerzo puntual o improvisado. Se trata de estimular la prueba y el error y de fomentar la ideación, la generación de nuevas propuestas de cambio y el espíritu emprendedor entre los equipos. Se trata de crear una cultura innovadora que permee de manera horizontal en la organización.
Factores clave para gestionar el riesgo en innovacion
  • Indicadores de rentabilidad adaptados: diseñar métricas específicas que midan la innovación de forma realista, considerando la madurez tecnológica y la del mercado y su impacto potencial y de escalabilidad. Esto supone alejarse de los indicadores económicos tradicionales, que están adecuadamente diseñados para proyectos de inversión o en general de mejora continua, pero no están preparados para medir los resultados o las rentabilidades de proyectos con riesgo que requieren de horquillas mucho más anchas y moldeables y que requieren aceptar que hay que abandonar un proyecto en un momento determinado.

Todo ello persigue un objetivo muy claro: construir CONFIANZA en el proceso, porque si el riesgo es una constante en innovación, la confianza es la constante que lo equilibra.

La confianza es como el alma en los procesos de innovación porque es aquello que no vemos pero que conecta todos los elementos que hacen posible la innovación y sobre todo hace posible que el riesgo se diluya. La confianza conecta la valentía de las personas para proponer ideas, la visión de la dirección para impulsarlas, las relaciones con tu ecosistema y ayuda a admitir y aceptar que los errores forman parte del aprendizaje y del proceso de innovación.

En definitiva, lo esencial es que la innovación no progresa solo con tecnología o con recursos, sino que progresa si lo hacen las personas que la impulsan y, sobre todo, si progresa la confianza compartida entre ellas. Esa confianza es la que convierte el riesgo en oportunidad y permite traer el futuro al presente. 

Irene Hompanera
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