En un entorno geopolítico y socioeconómico como el que tenemos en el que en el ámbito industrial y empresarial se necesitan directivos líquidos con capacidad de tomar decisiones que se adaptan al entorno igual que el agua al recipiente que lo contiene, en el que el desaprender y reaprender vale más que el conocimiento adquirido hasta el momento, en el que los planes de acción deben considerar al mismo nivel de importancia la actividad de explotación y la de exploración. En ese mundo de velocidad vertiginosa, se necesita que el resto de agentes del ecosistema de innovación, -centros tecnológicos y agentes de investigación, administraciones públicas, y sociedad- introduzcan acciones rutinarias que equilibren para cada entidad el binomio de rentabilidad-riesgo objetivo. Acciones rutinarias repetidas por cada uno de ellos afianzando el rol de cada uno de ellos. El rol de cada agente es un tema que traté en el post “cada palo que aguante su vela”.

Se necesitan rutinas que reduzcan el nivel de incertidumbre del entorno en el que nos movemos, rutinas que permitan tomar decisiones rápidas y con el riesgo adecuado a la rentabilidad que queremos conseguir, rutinas que respondan el how, el what, el who, el where y el why de cada propuesta de valor.

Estas rutinas empiezan en la formación de las universidades, donde se debe sembrar la semilla para que las rutinas empiecen a echar raíces y el ecosistema lo haga crecer en un terreno fértil que le permita reproducirse y dejar un legado.

Estas rutinas, aunque puedan parecer antónimos de la innovación, debido a su carácter repetitivo y predecible, son, en realidad, los pilares que sustentan la posibilidad de explorar lo desconocido. En un ecosistema de innovación dinámico, las rutinas no son simplemente hábitos inertes; son el andamiaje que permite experimentar, aprender y evolucionar con propósito. Como el músico que ensaya las mismas escalas día tras día para improvisar magistralmente en un concierto, las rutinas en la innovación son el ensayo disciplinado que precede a la genialidad disruptiva.



En este contexto, las rutinas no deben confundirse con la rigidez. Más bien, se trata de patrones organizativos que proporcionan estabilidad sin sacrificar la flexibilidad necesaria para adaptarse al cambio. Por ejemplo, los procesos de design thinking o metodologías ágiles, aunque estructurados, dejan margen para la creatividad y la iteración. Estas prácticas demuestran que la innovación no surge del caos absoluto, sino de un equilibrio entre orden y libertad.


Además, las rutinas desempeñan un papel crucial en la transferencia del conocimiento. Las universidades y los centros tecnológicos, especialmente, podemos estructurar programas de capacitación de personas y empresas, así como proyectos colaborativos a demanda de los CIOS (Chief Information Officer) que conviertan la actividad de la exploración en aplicaciones prácticas y escalables de una manera sistemática. En este sentido, la rutina se convierte en el mecanismo que facilita la fertilización cruzada de ideas y mercado..

Por otro lado, en un mundo que exige respuestas rápidas y soluciones eficaces, las rutinas ayudan a reducir la fricción entre la creatividad y la implementación. Estas rutinas no solo aclaran los pasos necesarios para ejecutar una idea respondiendo al how, what, who, where y why, sino que también alinean a todos los agentes implicados, desde empresas y administraciones públicas hasta investigadores y tecnólogos, en una dirección común.

La clave radica en diseñar rutinas que fomenten el aprendizaje continuo y la experimentación sistemática. Esto implica desaprender aquello que ya no sirve y desarrollar nuevos hábitos que incorporen la diversidad, la tecnología y la sostenibilidad como principios básicos. De este modo, el ecosistema de innovación será coherente con su propósito y no solo podrá adaptarse a los retos del presente, sino también anticiparse a las oportunidades del futuro.

En última instancia, las rutinas en el ámbito de la innovación no son un fin en sí mismas, sino el medio para generar impacto sostenible. Las rutinas afianzan el rol de cada agente, equilibran el binomio rentabilidad-riesgo y promueven el asentamiento de una cultura de colaboración y crecimiento. Estas prácticas repetitivas se convierten en el motor que impulsa un cambio transformador. Porque, paradójicamente, la verdadera innovación nace de la constancia: la constancia de hacer, de probar, de fallar y de volver a intentarlo.

Irene Hompanera
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