Llevamos un mes, casi desde el final del confinamiento, recibiendo noticias a diario sobre los casos de rebrote, los cuales no han dejado de aumentar en número e incidencia.
En España se nos habla, a través de los medios de comunicación, de lo importante que es el trabajo de los rastreadores para mantener a raya los rebrotes, y de lo necesario que sería aumentar el número de estos para mejorar los índices de detección de contagios comunitarios. Pero lo cierto es que los casos siguen aumentando, hasta el punto de que ya hay países europeos que han comenzado a tomar medidas contra los viajeros procedentes de España porque la incidencia del virus en nuestro país no para de crecer, repito, sólo unas pocas semanas después del fin del confinamiento.
Todos conocemos ya la capacidad de este virus para extenderse con rapidez. Podemos decir que en el momento que una persona entra en contacto con el virus, la transmisión comunitaria puede ser exponencial, es decir, una persona puede contagiar a otras diez, cada una de esas diez a otras diez y así sucesivamente.
Además, en caso de entrar en contacto con el virus y de tener que facilitar una lista de nuestros contactos durante los últimos 14 días, cuesta creer que seamos capaces de recordar a todas las personas de las que hemos estado cerca, más aún cuando en función de nuestras actividades diarias a muchas de esas personas no las conocemos.
También entra en juego la responsabilidad, honestidad o las circunstancias personales de los encuestados en la fiabilidad de las respuestas obtenidas por los rastreadores.
Teniendo en cuenta todo esto, queda patente la dudosa efectividad del trabajo de un rastreador que mediante llamadas telefónicas intenta localizar e identificar a todos los posibles contactos de un caso de contagio.
Resulta cuando menos curioso que en la era tecnológica en la que estamos, en la que se multiplican las herramientas que incorporan inteligencia artificial, big data, blockchain, Internet de las Cosas… para hacernos la vida más fácil, resolver problemas cotidianos y ayudarnos en la toma de decisiones, estas mismas herramientas no se estén utilizando para enfrentarnos a la mayor crisis sanitaria del siglo XXI y estemos recurriendo al rastreo manual como principal medida para tratar de controlar los rebrotes.
Las Apps de Trazabilidad de contactos ya han demostrado en otros países (China, Corea o Singapur) que son una solución tecnológica efectiva y sólo sería necesario establecer las normas bajo las cuales se deberían utilizar.
Los sistemas de contact – tracing existentes ofrecen recursos para el desarrollo de apps con el fin de ayudar a identificar contactos de infectados por Covid y de permitir a los ciudadanos conocer si han estado cerca de enfermos de Covid. Estas aplicaciones van intercambiando identificadores (números anonimizados) con todos los teléfonos de personas que permanezcan al alcance del bluetooth de nuestro teléfono un mínimo de 15 minutos, y los mantienen durante un tiempo máximo de 14 días. De esta forma, cuando un ciudadano refleja en su App que es positivo por Covid19 o se informe en un sistema sanitario oficial, se subirán a la nube los códigos recogidos por el teléfono del contagiado. Cada smartphone se descarga y compara periódicamente esos códigos y, si hay coincidencia, se genera automáticamente la notificación que informa que se ha estado en contacto o cerca de un infectado y cuáles son las medidas a llevar a cabo.
La implementación y el funcionamiento de estas apps es tan sencillo y el resultado si todos las tuviéramos instaladas en nuestro teléfono, – en España más del 90% de los españoles usan smartphone -, tan eficaz, que resulta difícil comprender el motivo de que se estén haciendo rastreos de forma manual.
Uno de los motivos que ofrecen las autoridades para no utilizar este tipo de apps es la protección de datos de los ciudadanos. ¿Pero cuándo este tipo de aplicaciones puede atentar contra la privacidad? Muy simple; cuando se conciban para hacer un mal uso o un uso interesado de la información que son capaces de recopilar.
En este tipo de apps existen dos concepciones, la centralización y la descentralización:
- Serán apps descentralizadas cuando la información que se recopila esté alojada de manera distribuida, analizada y comparada sólo en los teléfonos de los usuarios y los servidores que intervienen solo lo hacen como puntos de difusión. En este caso dos grandes gigantes tecnológicos competencia directa en el mundo de la tecnología y de la movilidad y con modelos de negocio muy diferentes, Apple y Google, se han puesto de acuerdo para ofrecer a los desarrolladores de apps IOS y Android las herramientas necesarias para que puedan crear apps de contract-tracing basadas en el modelo descentralizado. Además, exigen a las autoridades que apuesten por sus APIs, un compromiso para hacer uso de las mismas sólo para la pandemia y no con otros objetivos como forma de aportar certidumbre y de responder a las dudas sobre la privacidad y otros propósitos ocultos.
- Serán apps centralizadas cuando la información que puedan capturar este tipo de apps se aloje en servidores controlados por alguna empresa u organismo y el match o el análisis de coincidencias se realiza en esos servidores.
Pero, ¿no hemos señalado que los datos recogidos por el Bluetooth son identificadores anonimizados? Ahí está uno de los problemas, que la información recogida no sea realmente anónima y que el objetivo de su recogida no sea solo la de la notificación a posibles contactos de un caso positivo de Covid.
El problema de la privacidad y la falta de un estándar hace que los países europeos no hayan sido capaces de ponerse de acuerdo para crear y utilizar una herramienta por lo que cada uno está haciendo la guerra por su cuenta. En España, en plena segunda oleada, no se ha vuelto a saber nada desde que el 20 de mayo, Nadia Calviño, Ministra de Asuntos Económicos y Transformación Digital anunciara la fase de pruebas en Canarias de una app, basada en el modelo descentralizado, que utilizaba los recursos y APIs facilitados por Apple y Google.
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