En el contexto actual, la agricultura está cada vez más afectada por los efectos del cambio climático. Las variaciones bruscas del clima, como lluvias torrenciales o elevadas temperaturas en épocas atípicas, contribuyen a que plagas y enfermedades desarrollen resistencias frente a los tratamientos químicos convencionales. Por ello, la búsqueda de soluciones naturales y sostenibles es prioritaria. En este escenario, los microorganismos beneficiosos y la vegetación espontánea emergen como grandes aliados en la defensa de los cultivos estratégicos y de nuestras ciudades.

Los suelos agrícolas albergan millones de microorganismos, como bacterias y hongos (Trichoderma spp., Bacillus, Pseudomonas, etc.), que, ya sea actuando por sí solos o en simbiosis con las plantas, desempeñan un papel fundamental en la protección frente a plagas y enfermedades. Dichos microorganismos actúan de maneras muy diversas contra plagas y enfermedades, compitiendo con ellos por nutrientes y espacio, produciendo metabolitos antimicrobianos que inhiben la acción de los patógenos, también pueden inducir los sistemas de defensa de las plantas o mejorar la nutrición y estructura del suelo, reforzando así la resistencia de las plantas allí cultivadas o establecidas, como puedan ser los árboles ornamentales de las ciudades.

Asimismo, la vegetación espontánea, tradicionalmente considerada “mala hierba”, puede ser, si se gestiona adecuadamente, una gran aliada frente a patógenos. Estas plantas, que crecen de manera natural en muchos espacios y que tienen una adaptación total al medio en el que residen, ofrecen una serie de beneficios que resulta necesario aprovechar. Permiten alojar enemigos naturales de las plagas, como insectos depredadores y parasitoides, favorecen la presencia de microorganismos beneficiosos en la rizosfera, ya que crecen de manera natural y ya tienen su propio ecosistema microbiano, pueden actuar como barrera física o biológica frente a patógenos, y por supuesto, contribuyen a biodiversidad funcional del ecosistema.

Por ello la utilización de estas plantas se antoja fundamental para comprender el ecosistema que nos rodea y apoyarnos en él para generar un medio de lucha natural, y a la vez eficaz para combatir patógenos y enfermedades que afectan a los cultivos.

Vegetación espontánea

La sinergia entre ambos elementos es fundamental. La vegetación espontánea influye en la composición de la microbiota del suelo a través de exudados radiculares y puede actuar como reservorio de microorganismos protectores. Estudios recientes demuestran que las parcelas con cobertura vegetal diversa presentan mayor resistencia a enfermedades.

Estas sinergias están siendo aplicadas con éxito en cultivos estratégicos como la vid, el almendro, el olivo o el pistacho, aportando resiliencia y sostenibilidad frente a las condiciones adversas del cambio climático.

La estrategia a seguir para que esta interacción sea totalmente funcional y eficaz pasa por la búsqueda e inoculación de consorcios microbianos autóctonos, es decir, microorganismos totalmente adaptados al medio y que no generen rechazo, realizar una gestión adecuada de la vegetación espontanea, creando mezclas de semillas seleccionadas de las plantas más adecuadas a cada tipo de cultivo o acción y, por supuesto, reducir el laboreo y las tareas de mantenimiento al mínimo, para así reducir el gasto energético y, con ello, nuestra huella de carbono.

En Castilla y León, se han identificado numerosas especies de vegetación espontánea que pueden integrarse de forma estratégica en los sistemas de cultivo. Especies como Papaver rhoeas (amapola), Sinapis arvensis (mostaza silvestre), Plantago lanceolata* (llantén), y Stellaria media (pamplina) son comunes en zonas de secano y márgenes agrícolas. Estas plantas no solo compiten con las especies invasoras, sino que también ofrecen hábitats para insectos auxiliares y mejoran la biodiversidad del suelo.

Una de las aplicaciones más sencillas de acometer con estos recursos naturales, es la implantación de estas medidas en nuestras ciudades (Fig. 1), transformando zonas degradadas y de escaso valor, en zonas con alta biodiversidad que aportan un valor fundamental para el desarrollo del eje persona, planta, suelo.

Esquema comparativo entre suelo degradado y suelo con microbiota y vegetación espontánea
Fig 1. Alcorque degradado (izquierda) y alcorque florido de vegetación espontánea (derecha). 2022. Fuente: El periódico de Aragón

El manejo selectivo de estas especies mediante técnicas como la siega diferenciada o el diseño de bandas de cobertura está demostrando beneficios agronómicos y ecológicos en ensayos de campo recientes en cultivos de cereal, vid y olivo.

La integración de microorganismos beneficiosos y vegetación espontánea representa una estrategia efectiva para una agricultura más natural y sostenible. Fomentar estas prácticas no solo ayuda a proteger los cultivos estratégicos y jardines, sino que también mejora la salud del suelo, reduce la dependencia de insumos químicos y nos ayuda a controlar el gasto energético. Es hora de mirar al suelo y al entorno como los verdaderos aliados en la protección agrícola.

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FAO (2022). *Harnessing the potential of soil biodiversity in agroecosystems*. Food and Agriculture Organization of the United Nations.
– Poveda, J., & González-Andrés, F. (2021). *Biological control of plant diseases through the rhizosphere microorganisms: Emerging strategies and challenges*. Frontiers in Microbiology, 12, 671495.
– European Commission (2020). *Biodiversity Strategy for 2030: Bringing nature back into our lives*.
– Martínez-Hernández, C. et al. (2023). *Vegetation management and soil microbiota interactions in Mediterranean agroecosystems*. Agronomy for Sustainable Development, 43(2).

Juan Luis Rubio Cárdaba
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