Innovar no es solo tener una buena idea. Es pelear por ella cuando nadie más lo hace. Es darle forma cuando aún es intangible, es fallar cien veces hasta que, de repente, algo empieza a brillar.

Tendemos a pensar cuando hablamos de innovación, que gracias a la aparición de una idea genial hemos resuelto ese pequeño objetivo o problema o, en otras ocasiones, un gran problema que puede transformar el mundo. Lo cierto es que ninguna idea genial va muy lejos si no es por personas que, con gran esfuerzo y perseverancia, consiguen «materializar» esa idea genial.

Las innovaciones pueden surgir en cualquier rincón de una organización. A menudo, los niveles directivos tienen más facilidad para convertir una intuición en una línea de trabajo, pero también es común que una buena idea emerja desde el equipo técnico, producción, calidad o incluso administración. El verdadero reto es lograr que esa idea sobreviva a todos los obstáculos que implica convertirse en realidad. Y son muchos los obstáculos, desde los compañeros más cercanos, directivos que no apoyan la idea porque es más cómodo seguir en la zona de confort, hasta obtener financiación interna o externa. Es decir, el reto de innovar en muchas ocasiones es sobrevivir al esfuerzo de pasar de idea a realidad patente.


La historia está llena de ideas brillantes que murieron por falta de perseverancia. Pero también de proyectos que nacieron, no porque fueron evidentes o perfectos, sino porque alguien insistió más allá de lo razonable. En contadas ocasiones estas ideas y personas que las impulsan cambian el mundo que conocemos (innovaciones disruptivas1).

Para plasmar con hechos reales cómo las ideas geniales cambian el mundo, hablemos de una de las historias más impactantes sobre innovación, el premio Nobel de Física en 2014 concedido a Isamu Akasaki, Hiroshi Amano y Shuji Nakamura por la invención del LED AZUL. Ese pequeño invento que hace que a día de hoy tengamos finas pantallas LED, y gracias a eso me leas desde tu portátil, móvil o tablet (hay decenas de aplicaciones más gracias a este invento).

Ilustración del Premio Nobel de Física de 2014
Fuente: La Vanguardia. https://www.lavanguardia.com/ciencia/20141007/54416831597/nobel-fisica-2014-akasaki-amano-nakamura.html

Durante décadas, se lograron LEDs rojos, verdes y amarillos. Pero no azules. Y sin el azul, no se podía crear luz blanca eficiente, ni pantallas LED, ni proyectores de bajo consumo. Las principales empresas y centros de investigación del mundo lo intentaron y fracasaron. Era, simplemente, demasiado difícil.

El reto estaba en el material base. El nitruro de galio (GaN) era la mejor opción, pero era muy complejo de sintetizar y dopar. Los cristales eran defectuosos. La emisión de luz era inestable. Muchos lo intentaron y todos se rindieron.

Todos, excepto tres personas: Isamu Akasaki, Hiroshi Amano y Shuji Nakamura.

Akasaki y Amano, desde la Universidad de Nagoya, comenzaron a experimentar en los años 80.

Nakamura, un ingeniero en una pequeña empresa japonesa llamada Nichia Corporation, continuó sus investigaciones de forma casi autodidacta, contra la opinión de su entorno.

Durante años trabajaron con escasos recursos, sin visibilidad, sufriendo fracasos constantes y rechazo por parte de la comunidad científica. Pero persistieron.

La historia del LED azul

En 1993, Nakamura logró finalmente desarrollar el primer LED azul de alta eficiencia y uso comercial. Aquella luz azul no solo cambió la iluminación, sino que abrió paso a nuevas tecnologías sostenibles, más duraderas y eficientes. En 2014, los tres recibieron el Premio Nobel de Física por una innovación que tardó 30 años en ver la luz… literalmente.


Os animaría a releer la historia de esta invención más en detalle, porque realmente es un gran ejemplo de cómo la perseverancia y esfuerzo pueden literalmente cambiar el mundo para mejor. Además, podemos aprender valiosas lecciones de esta historia:

  • La mayoría de las empresas abandonan una idea si no hay resultados en 6 meses. El LED azul tardó más de una década en funcionar, y décadas en ser reconocido.
  • Entender la innovación como maratón, no como un sprint.
  • La verdadera innovación requiere más de esfuerzo que de genialidad.
  • Hay que sostener la innovación, incluso cuando no hay resultados.

Porque al final, innovar no es solo tener razón, es tener la determinación de demostrarla cuando aún nadie la ve.


Marcos Lodeiro Fernández
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