Todos sabemos que la Inteligencia Artificial (IA) se está aplicando con gran acierto en sectores como la medicina, la industria o la movilidad, donde existen millones de datos, imágenes y modelos con los que entrenar algoritmos cada vez más precisos. Sin embargo, cuando se trata del Patrimonio Cultural, la situación es muy distinta.
El Patrimonio (monumentos, obras de arte, yacimientos arqueológicos o archivos históricos, entre otros) es frágil y, en muchos casos, irrepetible. No existen grandes bases de datos de las que deriven los miles o millones de ejemplos que son necesarios para “alimentar” a una IA. Cada bien patrimonial tiene sus particularidades arquitectónicas, materiales, estados de conservación y contextos históricos que lo hace único. Esta escasez de datos convierte no sólo en un reto, sino en un auténtico desafío aplicar las técnicas de IA tal y como se usan en otros sectores.
Es más, incluso cuando existen datos suficientes para conformar una base de conocimiento útil, suele haber reticencias a compartirlos, y no digamos nada para hacerlos públicos. En muchos casos, la información sobre el estado real de conservación de un bien, ya sea mueble o inmueble, se considera comprometida o sensible, ya que revelar deterioros, vulnerabilidades o patologías podría tener consecuencias no deseadas, desde cuestiones legales o de seguridad hasta repercusiones económicas o reputacionales.
Aun así, la IA puede ayudar a extraer el máximo valor de la información disponible, combinando datos procedentes de múltiples fuentes: informes técnicos, análisis científicos, catas, modelos 3D, imágenes históricas o incluso percepciones de expertos.
Lo que es muy claro es que, a diferencia de otros ámbitos que serán copados por la IA, en Patrimonio no sustituirá nunca al experto humano. La toma de decisiones sobre la conservación o restauración de un bien requiere de un profundo conocimiento contextual, sensibilidad (algún día hablaremos de qué significa esto), juicio ético y creatividad, algo que ninguna máquina puede replicar.
Ahora bien, lo que sí puede hacer, y de hecho acabará irremediablemente haciendo la IA, es apoyar a los especialistas: analizar volúmenes de información que antes requerían semanas de trabajo, detectar patrones o proponer hipótesis de comportamiento de materiales, obras de arte o edificios enteros ante distintos escenarios. En definitiva, ofrecer al profesional una visión integrada y rápida que le permita tomar decisiones más informadas.

Mirando al futuro, que en el caso del Patrimonio es el largo plazo, a medida que se generen más datos digitales del Patrimonio (escaneos 3D, registros fotogramétricos, imágenes en diferentes bandas espectrales y resoluciones, análisis químicos o sensorización para conservación preventiva), las oportunidades crecerán. Y lo harán exponencialmente. Pero siempre manteniendo un principio básico: la IA es una herramienta de ayuda a la preservación, no un sustituto del criterio humano que garantiza que nuestro legado cultural siga vivo, comprensible y auténtico.
CARTIF está ya en ello de la mano de entidades que complementariamente juegan un papel fundamental en la investigación, protección, conservación, restauración y difusión del Patrimonio. Proyectos como iPhotoCult a nivel europeo, donde se evaluará la aplicabilidad de la IA a la valoración de la integridad estructural de armaduras de cubierta histórica en madera inspeccionadas con un robot-perro en la Iglesia de Ntra. Sra. De la Asunción (Roa, Burgos) como referente; o el recientemente concedido proyecto MINERVA, que a nivel español digitalizará los procesos de inspección técnica de edificación histórica definidos en el previo ITEHIS (presentados recientemente ante el Comité Técnico Español de Conservación, Restauración y Rehabilitación de Edificios del UNE) aportará conocimiento experto empresarial para ver por dónde puede orientarse la IA en este sentido.
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