Cada vez que puedo me acerco por allí, por el barrio de FASA-Delicias y, no deja de sorprenderme, que al final, después de todo, hayamos conseguido que un pedazo de Valladolid se convierta en un barrio mejor para sus ciudadanos.
Muchas veces ni siquiera me detengo por falta de tiempo siempre. Pero simplemente pasar con el coche y ver desde el Colegio San Agustín la torre con su fachada fotovoltaica o los nuevos colores del barrio –gusten más o menos–, me produce una sensación de satisfacción que cuesta describir.
Algo similar ocurre cuando veo pasar los autobuses de la línea 7, los eléctricos, y no puedo evitar pensar que hemos contribuido, aunque sea un poquito, a hacer esta ciudad algo más sostenible.
La andadura empezó hace más de 5 años, y todavía nos queda algo más de un año por delante, pero ahora ya podemos ver todas las actuaciones que planteamos en algunas áreas de la ciudad. Algo que al principio parecía imposible hoy se ha convertido en una realidad.
Muchas veces me da la sensación de que la mayoría de los ciudadanos viven ajenos a ello. No son tantos los que han oído hablar de REMOURBAN, y algunos que lo han oído a veces lo confunden. Lo cierto es que no me cuesta entender que desde fuera no es fácil ver todo lo que hay detrás. Incluso desde dentro del proyecto a veces cuesta.
En pocas palabras (“long story short” que dicen los ingleses), REMOURBAN es el culpable de que hoy, en Valladolid, haya 45 vehículos eléctricos nuevos. De que flotas como Correos se hayan pasado a coches menos contaminantes. De que CENTROLID haya instalado un punto de recarga rápida, y que el Ayuntamiento e Iberdrola hayan instalado otros 63 puntos de recarga nuevos o actualizados repartidos por toda la ciudad, todos ellos de uso público.
De que los vecinos de FASA, unas 400 familias, reduzcan sus emisiones de CO2 en 950 toneladas al año (esto equivaldría a plantar casi 2.000 árboles). De que se levanten con 19ºC tras haber tenido la calefacción apagada toda la noche, mientras que antes había viviendas que no alcanzaban los 15ºC. Y, además, de que lo estén pagando con lo que ahorran en la factura, sin haber tenido que poner ni un céntimo de antemano.
De que el Ayuntamiento ahora cuente con dos autobuses eléctricos (y otros tres por cosecha propia, motivados por los dos primeros) que circulan por todo el centro sin emitir gases contaminantes. Además, de que disponga de otros dos vehículos, también eléctricos, compartidos entre el personal que trabaja en el consistorio.
También de que ahora dispongamos de una plataforma digital con muchos más datos sobre el uso de la movilidad en la ciudad o la gestión de la energía, datos que nos permiten buscar nuevas medidas y hacer nuevas políticas.
De que, en definitiva, los ciudadanos de Valladolid respiremos un aire mejor, que hayamos contribuido a reducir el efecto isla de calor o que tengamos más información para poder tomar mejores decisiones para el futuro de nuestra ciudad.
Y de que, también, hayamos puesto a Valladolid en el mapa de las ciudades más pioneras en hacer una ciudad más eficiente, inteligente y sostenible.
De todo esto REMOURBAN tiene la culpa, y de todo esto en CARTIF nos sentimos un poco responsables.
Pero REMOURBAN no es el único, hay otros muchos proyectos que tienen la culpa de que Valladolid esté avanzando, a pasos agigantados, hasta convertirse en un referente de sostenibilidad y ciudad inteligente. R2CITIES, CITyFiED o UrbanGreenUp también son culpables, convirtiendo edificios del Cuatro de Marzo o Torrelago en mucho más eficientes, o implementando soluciones que pretender devolver la naturaleza a la ciudad.
Lo que sí hemos aprendido en todo este tiempo es que todavía queda una gran barrera que dificulta que lo que hoy hacemos aquí se pueda replicar en otros barrios u otras ciudades. Y esta es la gran falta de información contrastada sobre los beneficios e implicaciones de estos proyectos.
Esto es lo que estamos tratando de reforzar, para lograr que todas las ciudades en Europa conozcan cómo hemos trabajado y cuáles han sido nuestros éxitos y nuestros fracasos. Y así, desde CARTIF, llevamos varios años trabajando para exportar este conocimiento a ciudades como Palencia, Vitoria-Gasteiz, Valencia, Helsinki, Hamburgo o Nantes.
Y en un paso más sobre este camino, nos hemos aventurado a organizar una conferencia que pretende que Valladolid todavía brille un poco más en este “paseo de la fama” de las Ciudades Inteligentes y Sostenibles. By & For Citizens se celebrará en Valladolid el 20 y 21 de septiembre.
Una conferencia donde pretendemos llevar estas experiencias a ciudades, arquitectos, ingenieros, urbanistas, inversores, administraciones, y, sobre todo, a los ciudadanos, y poder, entre todos, compartir experiencias que seguro nos enriquecen a todos. ¡No podéis faltar!
Me había negado a comenzar diciendo aquello de que “los edificios consumen el 40% de la energía y producen el 36% de las emisiones de gases de efecto invernadero”, pero es que la frase de marras es una muy buena base para empezar a escribir acerca de edificios y energía. Lo cierto es que, no siendo nadie ajeno al insostenible consumo de energía, emisiones de CO2 y otros contaminantes, y sus tendencias todavía demasiado tímidamente esperanzadoras, un 40% es mucho, mucho más de lo que nos podemos permitir.
Intentando buscar las razones, es más que evidente que llega un momento en que la arquitectura se descontextualiza, pierde su conexión con el entorno y la naturaleza, y el estilo llamado “internacional” aboga por una arquitectura válida para cualquier lugar, donde las máquinas resuelven aquello que el diseño no ha resuelto. Pero el año 1973 se encargó de dar un baño de realidad, y una crisis sin precedentes hizo que apareciesen las primeras leyes sobre energía y se concienciase sobre su uso. Terminada la barra libre de energía, llegaba la hora de pensar en cómo reducir el consumo, pero sin penalizar el confort (a todos los niveles).
En ese momento, tras los efectos de esa gran crisis, la arquitectura tuvo una gran oportunidad de reinventarse e introducir en sus principios (sean los Vitrubianos o los de Le Corbusier o cualesquiera que fundamenten el ejercicio proyectual de cada uno) la eficiencia energética. Dice Sigfried Giedion (Space, Time, and Architecture, 1941) que “la arquitectura se compenetra íntimamente con la vida de una época en todos sus aspectos (…) En cuanto una época trata de enmascararse, su verdadera naturaleza se transparentará siempre a través de su arquitectura”.
Así, en mi humilde opinión, el último cuarto del s. XX se caracterizará por la convivencia extraña de un trío mal avenido: entre un movimiento de arquitectura de revista totalmente ajeno a la evidencia de que los recursos energéticos son limitados; el ladrillo indiscriminado (la burbuja da para más de un post), también ajeno; y un movimiento que ha estado buscando en los orígenes de la arquitectura su esencia, buscando adaptarse al clima haciendo a su vez uso de los recursos tecnológicos más avanzados. Los dos primeros (y otros muchos factores, no culpemos solo a la construcción) hacen que la crisis de 1973 resurja hoy –quizás nunca se ha ido– en lo que llamamos “pobreza energética”, que se ha instaurado como una lacra que afecta a sectores de la sociedad que no parecían tan vulnerables en los años dorados de la burbuja.
Y, siendo realistas, con una tasa de nueva construcción baja por necesidad, y con un parque edificado que adolece de las consecuencias del trío de arriba, hace que la rehabilitación energética sea una de nuestras mejores “armas” en la lucha contra el cambio climático, y a su vez, una de las bazas del sector, tan duramente castigado en la actualidad. Pero el problema radica en el “agnosticismo” instaurado sobre los ahorros energéticos, que todavía no se entienden como un beneficio económico, social y medioambiental. Es, por tanto, nuestra responsabilidad (léase aquí la de los técnicos del sector de la construcción) el cuantificar y valorizar estos beneficios, para que instituciones financieras, instituciones públicas, empresas del sector y muy especialmente los usuarios, demanden la eficiencia energética en los edificios no como un extra, sino como algo que debe venir de serie.
En CARTIF llevamos muchos años trabajando en el sector de la rehabilitación energética y, muy especialmente, en cuantificar y valorizar los ahorros energéticos para que puedan ser una garantía tanto económica como social. Así, proyectos como OptEEmAL, de los que ya hemos hablado con anterioridad en este blog, trabajan capturando todo el conocimiento que hemos generado estos años en el desarrollo de metodologías de evaluación y buscan ofrecer herramientas que den soporte a este cambio de paradigma: desde la instauración del trabajo colaborativo y la compartición de riesgos durante el diseño y la ejecución de estos proyectos, hasta el soporte en la toma de decisiones a todos los actores involucrados a través del uso de herramientas de modelado y simulación.
Y, con todo ello, no buscamos más que recuperar el protagonismo de la eficiencia energética como mecanismo de proyecto en la arquitectura, que quizás harían a Vitrubio reformular sus principios como “firmitas, utilitas, venustas et navitas efficientum”.
Dice Richard Rogers en su libro “Ciudades para un Pequeño Planeta” que las ciudades no son más que ecosistemas que consumen recursos y los transforman para producir una serie de salidas en forma de servicios, bienes, residuos, etc. Ciertamente, la sostenibilidad de estos complejos ecosistemas depende de que seamos capaces de reducir el consumo de recursos no renovables, la producción de residuos o la contaminación en todas sus formas (atmosférica, lumínica o acústica), así como de establecer estrategias circulares que permitan generar nuevos recursos a través de los residuos producidos.
Por otro lado, el desarrollo tecnológico (que tiene su principal escenario en las ciudades) hace que tengamos un recurso cada vez más importante: la información, en forma de datos, que a cada instante generan los ciudadanos y los sistemas de los que hacen uso. Quizás este recurso no estaba considerado (o al menos no con la misma importancia que ahora) en el ecosistema del que Rogers decía que debía ser circular y reducir así su dependencia externa y su producción de residuos al exterior. Pero es indudable que bajo esta Cuarta Revolución Industrial que estamos viviendo, los datos son “el nuevo petróleo” (así lo llama David Buckingham, presidente de Aimia Shopper Insights), cuyo refinado, explotación y transformación en servicios permite mejorar la vida de los habitantes de las ciudades.
Volviendo al libro de Rogers, en el prólogo de su versión al castellano escribía el que fue alcalde de Barcelona entre 1982 y 1997, Pasqual Maragall, que “mi ciudad se impone como […] el lugar más grande que puedo modificar, sobre el que puedo influir en realidad, físicamente, y no solo a través de la ficción del voto”.
Resulta difícil establecer una definición aceptada sobre la ciudad inteligente, y aun mucho más consensuar cómo medirla, pero indudablemente la ciudad del futuro tiene su base en estos tres conceptos de los que nos hablan Rogers, Buckingham y Maragall, donde si juntamos estos ingredientes, nos encontramos con que en el reto de transformación a ciudad inteligente –entendiendo que cada acción tendrá un impacto sobre la misma–, debemos buscar siempre mejorar la eficiencia de su ecosistema –haciéndolo más sostenible–, e integrando ese gran recurso que es la información para dotar a la ciudadanía de nuevos y mejorados servicios que hagan también más eficiente su día a día. Y es que, al final, una ciudad no puede ser inteligente si no conseguimos que cada uno de nosotros haga un uso inteligente de ella y de los recursos que nos ofrece.
Pero es que, además e innegablemente, lo Smart está de moda, y no es que sólo la ciudad entienda que debe buscar mecanismos de transformación para lograr estas mejoras, sino que la ciudadanía, por su parte, cada vez hace más uso y demanda más soluciones tecnológicas que la industria le ofrece. Ahora el reto está, por lo tanto, en buscar el equilibrio entre estos dos ejes, que deben converger en que la transformación inteligente y sostenible del entorno urbano debe venir consensuada entre los que la planifican y los que ya están haciendo un uso inteligente de determinados recursos o servicios.
Y mucho de esto se ha podido apreciar en la Smart City Expo World Congress de Barcelona, que de nuevo se ha postulado como el principal foro europeo en el que las ciudades, la industria y los ciudadanos se han dado cita para continuar su aprendizaje, en un congreso y feria que este año llevaba por título “Ciudades para los Ciudadanos”, y que no podría resumir mejor lo que este post intenta reflejar.
Era esta una cita ineludible para nuestros proyectos Smart City, y hemos tenido ocasión de compartir los procesos de regeneración urbana que estamos implementando en las 16 ciudades en que los proyectos R2CITIES, CITyFiED, REMOURBAN y mySMARTLife están trabajando, a través de intervenciones en los ámbitos de la energía, la movilidad o las Tecnologías de la Información y la Comunicación.