Hace cuatro años me sumergí por primera vez en el complejo mundo del sistema alimentario. No sabía bien qué esperar. Lo consideraba un campo lejano, con términos técnicos y debates que parecían pertenecer solo a expertos en la materia. Hoy, después de todo este recorrido, cada vez que tengo la oportunidad de pasearme por alguna de las ciudades de FUSILLI y veo los cambios que hemos ayudado a impulsar, me invade una sensación de orgullo difícil de describir.

No es necesario detenerse. Los cambios se reconocen con nuevas iniciativas en marcha, un mercado donde los productores locales con sus productos locales y de temporada son los principales protagonistas, escuchar cómo los ciudadanos han empezado a hablar de alimentación sostenible con naturalidad, o un huerto comunitario floreciendo en un espacio antes desaprovechado. Son pequeñas señales que confirman que algo ha cambiado. Que este esfuerzo ha valido la pena.


Mapa de ciudades participantes en el proyecto FUSILLI
Ciudades FUSILLI

No hay que viajar a la ciudades FUSILLI para acordarme del proyecto. Basta con pasearme por Valladolid para recordar que lo que hemos hecho en estos años es visible e importante en muchas otras ciudades. El impulso de alimentos locales. Eso es FUSILLI. La aparición de una estrategia alimentaria. Eso es FUSILLI. El aprovechamiento de residuos alimentarios. Eso es FUSILLI. La concienciación de ciudades hacia una alimentación más saludable y sostenible. Eso es FUSILLI. Las iniciativas de las empresas alimentarias por acercar a productores locales. Eso es FUSILLI. Las iniciativas por hacer más accesibles los alimentos en toda la población. Eso es FUSILLI. Incluso FUSILLI es llevar todo ello a unas políticas que ayuden a integrar todo esto en una comunidad. En una ciudad. En una región.


Al principio, todo parecía un reto enorme. Doce ciudades con realidades distintas, cientos de acciones, múltiples actores implicados. Coordinar esfuerzos y lograr que cada iniciativa tuviera sentido en su contexto fue un desafío. Pero, al final, la clave han sido las personas. La cooperación entre científicos, gobiernos locales, agricultores y consumidores creó una red de aprendizaje que superó las barreras iniciales. Lo más bonito de FUSILLI ha sido esa sinergia inesperada, esas conexiones humanas que hicieron posible lo que en papel parecía imposible.

No todo fue fácil. Recuerdo reuniones interminables tratando de encajar diferentes perspectivas, momentos de frustración cuando los avances no eran tan rápidos como deseábamos, y la incertidumbre de saber si todo esto dejaría una huella real. Pero la huella está ahí. Los resultados no solo se miden en cifras, sino en la transformación de las ciudades y en la mentalidad de las personas.

Personalmente, creo que para CARTIF, FUSILLI ha significado mucho más que un proyecto europeo. Nos ha permitido crecer, entender mejor el papel que podemos jugar en la transformación de los sistemas alimentarios y, sobre todo, fortalecer nuestro compromiso con la sostenibilidad. El sistema alimentario define el bienestar de nuestras comunidades y el equilibrio de nuestro entorno. No se trata solo de lo que comemos, sino de cómo producimos, distribuimos y gestionamos esos alimentos en un mundo cada vez más desafiante.

Además, esta experiencia nos deja una lección valiosa para el sector privado. Las empresas tienen un papel clave en esta transformación. Adaptar modelos de negocio a un enfoque más sostenible no solo es una necesidad ambiental, sino también una oportunidad de innovación y diferenciación. Las soluciones desarrolladas en FUSILLI pueden ser replicadas y escaladas en el ámbito empresarial, desde el aprovechamiento de residuos hasta nuevas formas de distribución y consumo consciente. No es solo responsabilidad de las ciudades y gobiernos, sino también de las compañías que tienen el poder de liderar el cambio de la cadena de valor alimentaria. Son actores fundamentales en este proceso.


FUSILLI cierra un ciclo, pero deja abiertas muchas puertas. Ahora sabemos que la transformación es posible y que cada acción, por pequeña que parezca, suma. Nos ha enseñado que la innovación y la sostenibilidad pueden ir de la mano y que el cambio real sucede cuando se unen visión y compromiso.


Seguiremos apostando por nuevas soluciones, explorando formas innovadoras de integrar la tecnología con la sostenibilidad y facilitando la transición hacia ciudades más resilientes y saludables. Pero este camino no lo podemos recorrer solos. Las empresas de alimentación son aliadas claves en esta transformación. Necesitamos su compromiso, su capacidad de innovación y su voluntad de formar parte del cambio. Porque transformar el sistema alimentario no es solo un reto, es una oportunidad de reinventar la manera en que vivimos, producimos y consumimos.

Porque la transformación no es un destino, sino un viaje continuo de aprendizaje, adaptación e innovación.

Julia Pinedo
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