Leíamos hace un tiempo, a modo de titular en un importante periódico, que el presidente de REPSOL, Antonio Brufau, aseguraba textualmente que “es falso que el coche eléctrico no emita CO2”, “que no es tan limpio como lo pintan” y que “emite CO2 porque la electricidad que consume sí produce emisiones”. Con este titular y sin saberlo (o quizás sí), el presidente de REPSOL estaba abogando por la consideración del ciclo de vida de un producto para hacer autodeclaraciones ambientales. Y es que esta duda tan generalizada sobre la relación, existente o no, entre el vehículo eléctrico y el CO2 no debe llevarnos a pensar que no es una de las opciones de movilidad medioambientalmente más favorables porque lo es. Lo que ocurre es que siempre debe primar la rigurosidad a la hora de expresarnos.
Una de las primeras ocasiones en las que aparece el concepto de ciclo de vida es a finales de los años 60, en EE.UU, cuando la compañía Coca-Cola® decide llevar a cabo un estudio para analizar el impacto ambiental de diferentes envases alternativos a la botella de cristal. Este concepto surge de manera muy lógica ante la demanda incipiente de repartir cargas ambientales: a nadie le gustaba ser el más contaminante. Las empresas comenzaban a pedir la responsabilidad extendida al respecto y a través de metodologías como el Análisis de Ciclo de Vida (ACV) -uno de los métodos más aceptados internacionalmente para investigar el comportamiento ambiental del ciclo de vida de los productos- se podía comprobar que, en ciertos casos, los impactos ambientales asociados a la etapa de fabricación de un producto no eran los más relevantes.
Veamos un ejemplo práctico. Imagina la siguiente conversación entre María Ecológica y María Preguntona:
María Ecológica: “¿Has visto las guirnaldas que he puesto de adorno para la fiesta?, son de papel reciclado, ya sabes que yo soy muy ecológica”
María Preguntona: “Son preciosas ¿dónde las has comprado?”
María Ecológica: “En una tienda on-line de China, baratísimas”
Aplicar el ACV a estas guirnaldas nos confirmaría que esta etiqueta que María Ecológica se atribuye, no es tal. El hecho de comprarlas en China puede hacer que un producto fabricado con papel reciclado tenga un precio ambiental oculto, que se “disfraza” con un proceso de fabricación que utiliza una materia prima ambientalmente más amigable. Y en el momento en que, como consumidores, escogemos lo que compramos, compartimos la responsabilidad ambiental con la industria, no lo olvidemos.
Cuando una empresa se pregunta cuál es el perfil ambiental de su producto, en CARTIF aconsejamos siempre aplicar esta metodología ya que los resultados que se obtienen son una fotografía ambiental detallada del ciclo de vida del proceso, producto o servicio (proveedores incluidos), con la consecuente oportunidad de detectar puntos críticos y reducir costes, ambientales y económicos. Lo hemos visto muchas veces en nuestros proyectos. Independientemente de que seamos un simple consumidor o un director de producto, el conocimiento del impacto del ciclo de vida de lo que adquirimos, fabricamos o vendemos, es fundamental para tomar decisiones coherentes y hablar con propiedad acerca de nuestro comportamiento ambiental.
Por eso, el presidente de Repsol afirmaba que quedarnos en la etapa de uso de un vehículo eléctrico para aseverar que no emite CO2 es incorrecto. Aunque sea la etapa más importante (también en los vehículos de combustible fósil), hay que extender la evaluación a su ciclo de vida que, obviamente, incluye la producción de la energía eléctrica que lo alimenta. Y es que para hablar claro deberíamos, o bien matizar que el vehículo eléctrico no emite CO2 durante su etapa de uso o aplicar el ACV considerando su ciclo de vida (y en CARTIF ya lo hemos hecho) para, en base a eso, generar titulares ambientales.
Con lo que nos gustan a nosotros las evaluaciones ambientales bien hechas y las afirmaciones ambientales rigurosas. Pregúntanos y te contaremos cómo hacerlo.
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